Calabozos rojitos
■ Las revoluciones, para hacer sentir que son tales, sentencian que todo tiempo pretérito fue peor y se empecinan en elaborar un relato histórico a conveniencia, sin importar los disparates, falsificaciones, invenciones y forjas que supone reinventar el pasado cuando se dispone de escasa creatividad.
Hay, sin embargo, una inocultable bisagra que articula a las revoluciones con el pasado: los procedimientos policiales; y, en nuestro país, no importa cuanta paja se haya hablado y escrito sobre el adecentamiento de los organismos de investigación y represión del delito ni los repentinos cambios en la denominación de los entes encargados de garantizar la seguridad – pues reemplazan los nombres pero no a los hombres- porque los métodos de pesquisa son esencialmente los mismos que reputaron de tenebrosa la gestión de Joseph Fouché como ministro de Policía de Napoleón Bonaparte y que se basan en la intimidación y la tortura.
Amenazas y suplicios, que fueron denunciados como hábitos perversos de la mal llamada cuarta república, son las armas favoritas del chavismo madurista para tratar de amedrentar a la oposición democrática y que, con la asesoría de esa Gestapo antillana conocida como G2 (heredera de la Stasi, la KGB) han adquirido tal grado de refinamiento que requieren de los esbirros del régimen un lenguaje sofisticado y un eufemístico vocabulario.
A una arbitraria privación de libertad practicada entre gallos y medianoche llaman invitación, tal como se deduce de lo acontecido a Alejandro Silva, coordinador nacional de giras de Henrique Capriles, convidado a juro a abandonar su cama, a las 2 de la mañana del pasado sábado, por 10 enmascarados esbirros que lo condujeron a la Dirección de Inteligencia Militar donde permaneció por más de 15 horas sin que ninguno de sus familiares pudiese obtener razón de su paradero.
Y lo más grave de esta conminatoria puesta en escena es que se desarrolló con la complicidad del Ministerio Público y la actuación del Sebin, el cual, por órdenes y antojos de Nicolás, se ha convertido en brazo ejecutor de atropellos, maltratos y desapariciones de supuestos enemigos del orden público.
Una desaparición de fin de semana que no presagia nada bueno para quienes disienten democráticamente de un gobierno empeñado a desconocer la voz y la razón de más de medio país que lo adversa.
Es una clara advertencia de que a Maduro y sus conmilitones les importa poco lo que en el fondo hacen, pues creen que, guardando las formas, lograrán engañar a la gente sobre su nefasta praxis de contención de la disidencia.
La corrupción de la justicia y la degradación de la función policial son dos caras de una moneda de curso corriente que es lanzada al aire cada vez con más frecuencia a ver si a los líderes opositores se les invita forzosamente a conversar con el chingo o a dialogar con el sin nariz.
Por: Redacción
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Caracas, miércoles 27 de noviembre, 2013
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