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    HomeActualidadSi Chávez pierde, ¿entregará el poder?

    Si Chávez pierde, ¿entregará el poder?



    Chávez "por ahora"; promete entregar el poder si pierde las elecciones del 7-O.

    La mentalidad chavista se caracteriza
    por una “Visión Neocomunista”

     

    Sólo entendiéndo al chavismo se puede predecir las conductas del régimen venezolano.

    La cuestión propuesta en el título se puede elaborar mejor. Esta es una forma de plantearla:

    Porque el pueblo para Chávez dista de ser la totalidad ciudadana; el pueblo son quienes están con Chávez, el resto pierde tal pertenencia y automáticamente se le excluye, porque es un paria.

    “…De perder unas elecciones el gobierno revolucionario ¿debe entregar el poder a sus enemigos de clase? En otras palabras, ¿es compatible una revolución con el principio de alternancia en el poder?”.

    Así formula la cuestión el autor Roberto Casanova, en una obra fundamental BIFURCACIÓN. ENTRE UNA VISIÓN NEOCOMUNISTA Y UNA VISIÓN CREADORA (La Hoja del Norte, 2011). Un mérito fundamental de este libro es que disecciona cómo funciona la mente chavista. Su principal recurso es acudir al concepto de “visión”, la cual viene a ser una interpretación compartida sobre la realidad que hacen los militantes chavistas. La forma en que funciona el mapa mental chavista viene a ser llamada “VISIÓN NEOCOMUNISTA” por el autor.

    A la interrogante planteada, la respuesta es una negación categórica. El chavismo nunca cederá el poder. Parece a veces iluso el estudio que se hace de incontables encuestas sobre quién ganará las elecciones venezolanas en Octubre de 2012. Si las gana el chavismo, interpretará que su discurso y política cuentan con mayor popularidad que nunca, obteniendo así patente de corso para arrasar la poca democracia que queda; ahora bien, si pierde Chávez ante el candidato Capriles, o bien se rebela contra un triunfo al cual consideraría como una derrota infligida por la burguesía venezolana, o bien sabotea desde su partido al gobernante opositor hasta sacarlo del poder velozmente –Chávez ya sabe sobre golpes de Estado-.

    Ahora bien, el mérito del libro de Casanova es que evita condenar al chavismo sin antes entenderlo. Si se afirma que el chavismo nunca cederá la Presidencia dista de ser por una explicación limitada a decir que Chávez desea prolongar su acceso a la renta petrolera venezolana, manteniendo su red clientelar. Más allá de esta razón práctica, el chavismo ha elaborado un aparato mental para justificarse, para racionalizar su actitud beligerante y su predominancia en el poder. Desconoceríamos supremamente la condición humana si renunciamos a comprender que quienes están en el gobierno chavista expropiando bienes, excluyendo a disidentes, saltando a la torera toda legalidad, rindiendo culto al caudillismo, soportando la violencia y tolerando la corrupción, estos responsables de la política chavista íntimamente explican su comportamiento mediante una visión justificativa. Para ellos, su proceder público se concibe justo y necesario. Bien decía Borges en El Aleph: “Nadie puede ser, digo yo, nadie puede probar una copa de agua o partir un trozo de pan, sin justificación. Para cada hombre, esa justificación es distinta.” (El ALEPH, relato Deutsches Requiem”).

    La Visión Neocomunista presupone que quienes siguen a Chávez son superiores a nosotros, los corruptos burgueses. Siguiendo a Casanova: “…La visión comunista, vieja o nueva, es una visión que se basa en una pretendida superioridad intelectual y moral.” (p. 131). El chavista cree que quienes discrepen con él y con la Revolución chavista son enemigos del progreso humano y cómplices con fuerzas tanto capitalistas como imperialistas. Es una visión sectaria y casi fundamentalista. Quien disiente con el chavista es un enemigo y para el enemigo está la ley (como decía un dictador peruano), la neutralización ciudadana y en el peor caso el exterminio. En una afortunada sentencia que resume esta mentalidad, Casanova señala: “El revolucionario, que estaría supuestamente en la cúspide de lo humano, podría decir como el propio Ché [Guevara] que ama a la humanidad pero odia al enemigo. Esa es una buena síntesis de la psicopatía revolucionaria: salvar a la abstracta humanidad aniquilando a la persona de carne y hueso.” (p. 123).

    El chavismo identifica que su proyecto cuenta con una excusa fundamental: el pueblo lo ha elegido. Ese ente abstracto llamado pueblo hace legítimo el proceder chavista y lo único que materializa esa etérea noción es la contabilidad de votos. Ahora bien, si alguna vez los votos fallan, sólo se puede atribuir a una manipulación o intervención por fuerzas enemigas, por quienes son cómplices burgueses e imperialistas. Porque el pueblo para Chávez dista de ser la totalidad ciudadana; el pueblo son quienes están con Chávez, el resto pierde tal pertenencia y automáticamente se le excluye, porque es un paria. Citando de nuevo a Casanova: “¿O es que acaso puede considerarse parte del pueblo a quien no apoya la revolución? En el mejor de los casos se le calificaría como un elemento sin conciencia de clase, un desclasado. En el peor, se le vería como un traidor del pueblo y lacayo de la burguesía” (p. 145)

    Si algo caracteriza al chavismo es precisamente esta sensación entre sus miembros de estar en combate. El problema social innegable de Venezuela en 1998, ante el cual triunfa el chavismo, era una muy desigual distribución del ingreso generado por la industria petrolera estatal. Si algo hace insólita la visión neocomunista es que combate un capitalismo burgués que nunca ha existido en Venezuela, ya que en la nación venezolana lo que hay es esto que Asdrúbal Baptista llama el “capitalismo rentista”. El gran enredo venezolano es cómo repartir el usufructo de un barril petrolero el cual se extrae a menos de 10 dólares y hoy en día se vende por 100 dólares. La democracia venezolana intentó resolver esta cuestión mediante política social y relajando tributación, más lo cierto es que si algo faltó en Venezuela fue libertad económica, industria e iniciativa empresarial. La red clientelar para llegar a la renta petrolera se nutría por habilidades como las relaciones familiares y políticas, la militancia partidista, la agilidad mental para subirse al carro ganador y camaleónica viveza. Un problema distributivo real que prevaleció en Venezuela durante el Siglo XX se transformó, según la Visión Neocomunista, en una guerra de clases. La causa de la pobreza mayoritaria es que unos pocos son ricos. Ahora bien, lejos de desarmar o proyectar distintamente el capitalismo rentista, el gobierno chavista lo ha perpetuado y su régimen lo ha bautizado precisamente un militante chavista como “socialismo petrolero” (p. 112).

    El punto que se echa en falta en el trabajo de Casanova es explicar cómo surgió esa Visión Neocomunista. Desde Tiempos de la Guerra Federal en la Venezuela de 1860 jamás se había oído un llamado a la lucha entre clases y ahora sazonado de un comunismo esencialmente extinto en todo lugar civilizado. Sorprende este giro radical. ¿Qué hace que se reverencie a Fidel Castro en Venezuela durante pleno Siglo XXI y que sea preciso discutir sobre algo tan viejo como el comunismo marxista-leninista? Mi hipótesis es la siguiente.

    Según Casanova refiere, la visión vigente antes de Chávez es la “Demorrentista”. El código común era que la renta petrolera se repartiera manteniendo en vigor un sistema democrático. Con una moral que en el prólogo a Casanova llama Emeterio Gómez “familista”, entre amigos y acólitos se crea una red para acceder a la renta petrolera mediante contactos con personajes en el poder. La alternabilidad entre partidos gobernantes era aceptada y se asumía como parte del juego, en el cual nadie esencialmente condenaba al que se apropiase su cuota de dinero público, bien desde cargos gubernamentales o como proveedor a la administración pública. Gómez señala: “Confiábamos más en nuestras relaciones primarias –con familiares, amigos y ´contactos’- para mejorar nuestra situación que en instituciones impersonales” (p. 19). Tal dinámica existe en todos lados, mas en un Estado siempre listo para hipertrofiarse, sin industria o actividad económica privada robusta para hacer competencia al petróleo, la desmesura llegó a extremos insólitos. En 1995 el economista Ramiro Molina estimaba que había 100.000 millones de dólares depositados en bancos extranjeros por venezolanos. Está claro que quienes se quedaron fuera del reparto, por carecer de nexos, habilidad política y creer en una ética distinta, se fueron amargando. Mi interpretación es que entre estos descontentos se ansiaba una justificación para acceder a la renta petrolera y sacar a esos “otros” quienes exhibían su prosperidad. Sólo que ya era insuficiente en 1998 el moto de la Guerra Federal decimonónica según la cual todo godo es propietario, así que mueran los godos. Se necesitaba un aparato conceptual algo más sofisticado. Entre los excluidos estaban militantes de izquierda comunista quienes nunca accedieron a buenos cargos, ex guerrilleros, algunos panfletistas y varios políticos perdedores. Así que se hizo atractiva una retórica marxista, si bien dudo que el grueso de neocomunistas haya hecho lecturas a fondo de Marx. El neocomunismo armó así este tinglado invitando a la lucha de clases, el antimperialismo, la propiedad colectiva y la figura mítica del caudillo.

    Por supuesto, una vez en el poder el acólito chavista tiene acceso al mismo dinero petrolero y además el ciclo de precio petrolero en el Siglo XXI ha sido favorable. Luego, quienes se pronuncian por la propiedad colectiva y maldicen el estilo de vida estadounidense terminan también haciéndose con dinero y se transforman en “boliburgueses”. A diferencia del corrupto del demorrentismo, el corrupto neocomunista es un tipo esencialmente amargado, destructivo y pesimista. Ya el resentimiento lo inundaba antes de sumarse al movimiento chavista, por lo cual el odio hacia una supuesta clase dominante –por demás poco articulada- y hacia el imperialismo yanqui tan caros al neocomunismo colocan al militante chavista como alguien irritado, muy enemigo de sus enemigos e intolerante. Ahora bien, a diferencia del optimista corrupto vigente en los años previos, este boliburgués tampoco se sacia con acceder a la renta petrolera. Debe ser angustioso condenar un tipo de vida que en el fondo se sostiene, llenarse el bolsillo con los dólares que dan los yanquis por el petróleo venezolano y sólo el odio da sentido a una vida tan contradictoria. Ese odio ni siquiera se sacia al sacar fuera del juego a los antiguos burócratas y sus cómplices; es insaciable. El neocomunismo precisa un enemigo permanente y sólo condenando al otro se gana una moralidad personal justificativa. Esta psicología probablemente opera en muchos neocomunistas. Los más serán esencialmente cínicos sobre estos temas y quién sabe si se los plantean más de un rato; si renuncian a pensar, entonces estos neocomunistas más pragmáticos optarán por obedecer y acá la sumisión implica seguir ciegamente a un líder, quien además es punitivo y con quien caer en desgracia significa volver a la pobreza que se dejó atrás. Por un lado u otro, quien sigue militando en el chavismo apuesta por el odio y la confrontación como actitud vital. En un infeliz compulsivo y serial.

    Estas complicaciones ayudan a entender varias rarezas del gobierno chavista.

    Una de las más flagrantes en la violencia urbana e inseguridad ciudadana. El gasto militar y en defensa elevados han sido incapaces para que siquiera el venezolano pueda salir a la calle con algo de tranquilidad. Si ya el asunto era grave en 1998 con Chávez para nada se ha corregido y va a peor mientras el gobierno distribuye armas a sus paramilitares. Casanova acierta cuando capta que difícilmente este régimen defenderá al ciudadano de robos, asaltos y secuestros, simplemente porque en su discurso condena la propiedad privada. En su mapa mental, el burócrata chavista cree que el robo es justo, porque redistribuye riqueza y se la quita al burgués, quien es culpable por el sólo hecho de poseer. Luego acá la inseguridad, más que simple ineficacia en políticas públicas es consecuente con cierta interpretación del mundo. Casanova dice: “…Esa concepción de justicia se asocia a cierta disposición a tolerar la delincuencia (…) Una mentalidad que explica, en parte, la poca determinación del régimen para enfrentar abiertamente la delincuencia” (p. 85)

    Luego llama la atención que el chavismo esté aún sin llegar a una supresión plena de sus opositores y a una represión y colectivismo tan salvajes como la de Cuba o Corea del Norte. Quizás la ineptitud del burócrata chavista, en un país donde la disciplina y el método son infrecuentes, lo explica, mas también es claro que el funcionario neocomunista quiere preservar su propiedad y difícilmente apostará con sus actos por la propiedad colectiva; a esto se suma que quizás la historia demorrentista entre 1958 y 1998 algo dejó de conciencia democrática y humanidad entre los conversos al neocomunismo. Uno de los mejores extractos de Casanova, cuando medita sobre este neocomunismo lo equipara correctamente con neototalitarismo y afirma:

    “El neototalitarismo es, hasta ahora, un totalitarismo ‘light’, si se nos permite el uso del término. En cualquier caso, sigue siendo cierto que el totalitarismo, tanto el antiguo como el nuevo, niega el Estado de derecho, concentra todos los poderes públicos, es intolerante, acaba con la alternabilidad en el poder, es rabiosamente nacionalista, gira alrededor de un pensamiento único y una historia mítica y es liderado por un líder carismático que cree encarnar al pueblo”. (p. 149-50, pie de página 174).

    La visión neocomunista está transformando una frustración personal en un terrible sufrimiento colectivo. En algunos casos como Canadá o Noruega democracia se ha conciliado con renta petrolera, mas Venezuela se ha convertido en un país que se aproxima a Guinea Ecuatorial. Me aterra como venezolano cuando leo un artículo del diario español EL PAÍS sobre el dictador africano de ese país, Teodoro Obiang Nguema, quien mantiene el tinglado estatal por exportaciones petroleras y se le deja en paz desde el mundo por considerársele sencillamente irrelevante –eso pasa con Venezuela también -. Estos son algunos párrafos en el artículo: (C.f. LOBO, Ramón. “Obiang, el amigo petrolero”. Suplemento “Domingo”, p. 9, EL PAÍS, 26/08/12):

    “El poder fomenta la corrupción. No tiene la voluntad de combatirla. El régimen vive de la corrupción, la necesita para comprar voluntades y jugar con ellas. El Gobierno es en sí un sistema de reparto de las áreas de saqueo”.

    O esta otra:

    “El incremento de la delincuencia está relacionado con los jóvenes que no encuentran empleo en las empresas extranjeras, tal vez por falta de formación, y se dedican a robar. Unos se enrolan en el Ejército; otros, siguen en la calle. Existe un nexo entre ambos, pues los segundos tienen acceso a armas de fuego. (…) El número de militares encarcelados, acusados de crímenes, ha aumentado considerablemente en los últimos años…”

    El mérito de Casanova es intentar racionalizar y hacer accesible al gran público un marco teórico que explique la vergonzosa situación venezolana. La disección que hace sobre la visión neocomunista está apegada con los hechos y capta que el asunto en Venezuela es más que una campante y alegre corrupción; es odio corrupto en acción. Luego, sólo si los votantes leen libros como el de Casanova, si hacen un ejercicio mínimo de pensamiento que es accesible a todo humano, se logrará por vía pacífica desbaratar este suicidio colectivo tan lento y doloroso en un país que podría ser próspero y pacífico. La apuesta de Casanova y el programa LIDERAZGO Y VISION en que participa ( http://www.liderazgoyvision.org/ ) es despertar esas conciencias. Esta apuesta optimista, racional y ciudadana se refleja cuando Casanova afirma: “Debemos pensar en ‘miles de experimentos conscientes y descentralizados’ que vayan prefigurando la sociedad liberadora en que queremos convertirnos” (p. 74). En realidad cada venezolano, cada votante, es un proyecto en construcción para hacer su vida como ciudadano mejor.

    Las elecciones de Octubre de 2012 son un último apelo a ciertos resquicios democráticos. Es el paso previo a que el Chavismo se asuma sin ambages como dictadura. Venezuela es irrelevante para los poderes políticos internacionales, por más que los venezolanos nos creamos parte de un país próspero y tengamos la ingenua idea según la cual la administración estadounidense, inmersa en sus propias elecciones gubernamentales, va a hacer presión internacional significativa por sancionar fraudes o desconocimientos electorales. Sólo los venezolanos pueden arreglar su asunto de visiones y política. Leerse el libro de Casanova en estos días es algo de indispensable responsabilidad ciudadana.

    *Carlos Goedder,Carlos Goedder es el seudónimo de un escritor venezolano nacido en Caracas, Venezuela, en 1975. El heterónimo de Carlos Goedder fue creado en 1999 (un juego de palabras con el nombre de pila correspondiente al autor y el apellido de Goethe, a quien leyó con fruición en ese año. La combinación de nombre algo debe también a la del director orquestal Carlos Kleiber). Es así que desde 1999 ha realizado un interminable trabajo periodístico, ha escrito novelas, ensayos y cuentos pero es específicamente en la elaboración de ensayos donde utiliza como tema recurrente la defensa de la libertad, incluyendo en especial la referente a la vida económica. Goedder mantiene relaciones de trabajo con el think-tank libertario venezolano CEDICE, Centro para la Divulgación del Conocimiento Económico, desde el año 1996 hasta la actualidad, además Goedder escribe desde 2005 en el diario venezolano “2001”, sus artículos han sido publicados desde esa fecha todos los dias lunes, tanto en el periódico impreso como en la página web del diario.


    Por: Carlos Goedder
    www.iplperu.org
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    Elecciones | Sufragio 2012
    martes, 25 de septiembre de 2012






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