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SEXO SIN TABÚ: Los placeres ocultos del tubo

Los sexólogos afirman que los striptease excitan por igual a bailadores y público. En Caracas, 12 lugares hacen la noche grata a los solitarios.

No descartan que la práctica
pueda convertirse en adicción

 

No hay que ser Tiger Woods para amarrarse a una de las adicciones sexuales más extendidas en estos tiempos y que, según sus cultores, es tan excitante como peligrosa… para el bolsillo.

Víctor S., por ejemplo, 47 años, casado y con dos hijos adolescentes, “se regala” cada cierto tiempo un festín visual: los bati-tubos, en los que lindas chicas desnudas mezclan destreza física e insinuación.

Según Víctor, “me recuerda a cada instante que en la vida sexual no hay límites”.

Con aprobación de su mujer, este médico visita una vez al mes uno de los 12 clubes de striptease que sobreviven a la peligrosa nocturnidad caraqueña, y tras regocijarse en una “mágica” velada, retorna a casa listo para cumplir con su condición de cónyuge, no se sabe si con el rostro de la última joven que le bailó tatuado en la mente.

“Voy para deleitarme. Cuando las veo deslizarse como mariposas ­son más de cien, todas desnudas, además de las que bailan en el centro en el salón­ siento que estoy vivo”, dice con agudeza este voyeur, que se cree experto en un entretenimiento para adultos, en el cual se combinan la gratificación sexual y el negocio para quien lo regenta.

“Sin dudas, puede convertirse en adicción, como lo es el juego patológico, la dependencia a la droga o al alcohol y demás parafilias”, señala el psiquiatra Rubén Hernández, al referirse a esa conducta compulsiva, más cercana al voyeurismo que a la escoptofilia, una práctica sexual en la que el individuo experimenta excitación y procede a masturbarse al mirar a otros realizando actos sexuales o íntimas.

“En la escoptofilia el individuo no se deja ver, mientras que el voyeur participa, toca, ve o se coloca en el medio de la acción”.

Hernández advierte que el repertorio de las parafilias llega a describir mil conductas sexuales inusuales. Para todas, el problema son los límites. “¿Hasta dónde puede llegar alguien en su práctica sexual que la sociedad considere que es algo aceptable o que el otro lo considere un límite tolerable?”.

Sexo para los ojos:

Bailar no sólo constituye un acto saludable, porque tonifica el cuerpo y libera endorfinas, sino que desencadena efectos excitantes tanto para quien lo practica como para quien observa.

De hecho, en muchas civilizaciones el baile funciona como ritual de seducción previo a las relaciones sexuales, tal y como ocurre con la danza del vientre o el tango.

En el caso de los striptease, bati-tubo o lap-dance, el negocio se pone a andar a partir de la excitación del espectador, ya que esos sitios sirven para despertar el apetito sexual del cliente y el apetito pecuniario de quien lo administra.

“Una noche te puede costar mil bolívares, solamente por ver, porque estás obligado a consumir; en caso de acostarse con una de las chicas, hay que pagar mil más, pero antes tienes que pagar 300 para celebrar con champaña”, indica Víctor S., quien cierra los ojos y resume: “Todas las mujeres son exquisitas, con cuerpos excepcionales”.

Para Rubén Hernández es posible que esos sitios ayuden a hombres y mujeres para el preludio del acto sexual, pero subraya que nada sustituye el placer inicial como los juegos íntimos de la pareja, con sus variantes y predilecciones que facilitan el coito sin el desembolso costoso.

“En general, esos actos con finalidades sexuales sirven también para aliviar tensiones o vencer la soledad y el aislamiento, con toda una serie de mecanismos que no excluyen los riesgos de gastar sumas de dinero”.

El arte de seducir. En el otro lado del show está C., que estudia administración en la Santa María, pero de noche es Polly, la más deseada de las chicas del bati-tubo localizado en La Castellana. Irreconocible incluso para sus compañeros de clase ­todas las desnudistas llevan peluca­, C. se desplaza con dominio y sensualidad en el tubo, en un baile que dura 10 minutos y le reporta 400 bolívares “cuando la noche es mala”.

“Bailar frente a desconocidos es excitante”, dice esta caraqueña, de 24 años de edad y gran parecido a la modelo brasileña Adriana Lima. Desde luego que el motor que la impulsa es el dinero: suele ganar entre 4.000 o 5.000 bolívares cada semana. “Y no gano más porque no practico el sexo”, asegura.

Comparte su oficio con nueve chicas, algunas especializadas en lap dance (baile de cadera con roce sobre las piernas del cliente) o peep-show (striptease en cabina en un reservado). Su trabajo es su secreto. Ni amigas ni familiares deben saber lo que hacen.

“¿Quiere que te diga? Me encanta verlos cómo se derriten cuando bajo del tubo y abro las piernas… a veces pienso que alguno de ellos puede morir de un infarto”, dice Polly con falsa preocupación, y tras una pausa remata con picardía: “Bueno, esa sería una muerte exquisita ¿verdad?”.


Por: ELIZABETH ARAUJO
Salud ¦ Sexo
EL NACIONAL