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    ALEJANDRO ARMENGOL: Dios, Fidel, Chávez y el petróleo

    El locuaz, extrovertido y
    soberbio hoy el depresivo

     

    No es poco el dinero que el presidente venezolano Hugo Chávez ha invertido en Latinoamérica, para lograr aumentar su influencia en la región. Pero su “ideal bolivariano” –el intento de convertirse en el líder que conduzca al continente hacia un sistema social más avanzado– siempre ha estado lejos de concretarse. Ahora, por lo que podría llamarse una jugarreta del destino (a veces las frases estereotipadas funcionan al describir situaciones que no escapan al estereotipo), ese ideal podría haberse alejado para siempre.

    El anuncio de que el gobernante venezolano padece cáncer ocurre precisamente tras la suspensión de la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC), que estaba supuesta a inaugurarse el próximo 5 de julio, y ser la primera de la nueva Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC).

    Es decir, que el sueño de Chávez de impulsar una organización latinoamericana y caribeña que sustituyera a la Organización de Estados Americanos debe ser, al menos, colocado entre paréntesis.

    Por supuesto que Chávez puede recuperarse y volver a gobernar a plenitud, y que sus partidarios sacarán a relucir el ejemplo de Fidel Castro para vender la idea de una continuidad del proceso. A la vez, también es cierto que hasta ahora en el país sudamericano la ausencia de su presidente no ha hecho más que provocar rumores y declaraciones. Pero esta situación podría cambiar luego de saberse que éste enfrenta un grave problema de salud. Y si bien es cierto que descansar en el padecimiento físico del adversario, para intentar ganar una batalla política, no es una opción encomiable –y evidencia en primer lugar la debilidad de la oposición–, en el caso de Chávez se dan una serie de circunstancias que hacen que el factor enfermedad trascienda por completo al individuo y entra a jugar un papel fundamental en el destino de Venezuela.

    En primer lugar por el carácter unipersonal y populista de su gobierno. También por la incapacidad demostrada por el movimiento chavista para instrumentar una organización más sólida, que permita una esperanza de mantenerse en el poder si esa presencia constante de su líder –hasta en los más mínimos detalles de la vida ciudadana– desaparece o incluso disminuye. Dicho en otras palabras: es mucho más difícil mantener el chavismo sin Chávez que el castrismo sin Fidel (y sin olvidar que lo que actualmente rige en Cuba es un castrismo compartido entre Fidel y Raúl).

    Sin caer en el facilismo del wishful thinking tradicional del exilio, se puede afirmar que la situación de Chávez y su gobierno es bastante seria. Para comenzar, está la apuesta a favor de que la recuperación de éste se lleve a cabo en Cuba y no en Venezuela. Además del desprecio hacia las instituciones médicas venezolanas, es evidente que la decisión obedece sólo a razones de seguridad: un mejor control y un equipo médico más confiable en La Habana –donde además se puede ejercer un control mayor sobre las informaciones– y una evalución llevada a cabo con anterioridad, que permite confiar en que el aparato de represión e inteligencia cubano establecido en Caracas es capaz de garantizar el control en ausencia del presidente. Todo esto, por supuesto, deja muy mal parado al pueblo venezolano y a la oposición antichavista, pero lleva el cuño de Fidel Castro. Al mismo tiempo, no es un mal punto para una campaña política: Chávez desconfía de los venezolanos, no sólo de sus médicos sino del pueblo venezolano.

    Otra cuestión, más especulativa, es la posible reacción anímica del mandatario venezolano ante su padecimiento. Una persona tan locuaz, extrovertida y soberbia como él es posible que caiga en un estado depresivo. Es en este aspecto donde también La Habana parece estar jugando un papel clave. Chávez se ha convertido en el enfermo de Fidel, su caso particular de atención. Ironías de la vida, el comandante venezolano le ha proporcionado al comandante cubano un placer inédito para este último: la posibilidad de que aquel que estuvo en su lecho de muerte sea ahora el enfermo de cuidado. Esta inversión de roles nutre en estos días el ego de Fidel Castro y corroe el alma de Hugo Chávez, que naturalmente tiene que hacerse la pregunta de rigor: “¿por qué a mí?”. Peligro mayor para el bienestar de Chávez, cuando de portavoz de siniestros partes médicos Fidel ya debe estar convertido en psiquiatra de cabecera. El argumento es bueno para una película, si uno piensa en todas las posibilidades que se abren ante un diván en medio de una isla. Chávez siempre ha declarado una religiosidad que en múltiples ocasiones ha dado la impresión de una teatralidad barata, pero el jueves –al hablar de su enfermedad por la televisión y mencionar a Dios– parecía sincero, lívido, con la desesperación apenas controlada a flor de piel.

    Que el mandatario venezolano sea en la actualidad el centro de atención de Fidel Castro es un capítulo más de esa compleja y turbia relación entre los dos hermanos. Desde que llegó a la presidencia, Raúl ha hecho todo lo posible por buscar distintas vías que le permitan a Cuba superar la dependencia del petróleo venezolano. En cierto sentido ha tenido éxito, pero no lo suficiente. Los acuerdos con China en el campo energético dependen en buena medida del crudo venezolano, y lo que no va más allá de cartas de intención podría no materializarse si la situación cambia en Venezuela. No es por gusto que tras unas fotos iniciales y el recibimiento en el aeropuerto, Raúl ha desaparecido del lado de Chávez. Sabe que Fidel está a salvo de una asociación malsana. El no.


    Por: Alejandro Armengol



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