El martes 23 de noviembre 2010 tuvo lugar uno de los actos más
grotescos que los venezolanos hayamos conocido nunca.
Para demostrarle al país y al mundo que el Gobierno bolivariano no respeta límites, el Presidente de la República convocó a un mitin político en uno de los lugares más sagrados de Venezuela, el Salón Elíptico, donde se guarda al Acta de la Independencia, el lugar reservado siempre a los actos más solemnes de la nación. Ese día quedará registrado como una profanación al colocar al Salón Elíptico al nivel del Poliedro de Caracas.
Cónsono con la política de vulnerar los símbolos republicanos, y de ponerlos al servicio de su proyecto político, el Gobierno lo escogió para lanzar sus proclamas de guerra contra las instituciones. Con la extravagante excusa de una “amenaza imperial”, el Presidente de la República obligó a los representantes de los poderes públicos a suscribir un llamado “Manifiesto Antiimperialista en Defensa de la Patria”, como si Venezuela estuviera en vísperas de ser atacada por una potencia extranjera.
Todo el mundo sabe que esto no es cierto. Todo el mundo sabe que durante estos once años las relaciones comerciales entre Venezuela y Estados Unidos han sido las de socios y no las de países en guerra. Que no hay amenaza alguna contra la soberanía ni contra la seguridad de la nación, y que la única amenaza verdadera y comprobada es la que pesa sobre la democracia venezolana por la belicosidad presidencial y las características de su proyecto autoritario.
La arenga presidencial del martes 23 fue como el epílogo de reiteradas promesas de desconocer la voluntad popular, ahora, al instalarse el 5 de enero la nueva Asamblea Nacional, y en 2012, al llevarse a cabo las elecciones presidenciales. El jefe del Estado y algunos de sus generales le han anunciado al país un golpe de Estado en el caso de ser derrotado en sus aspiraciones a la reelección vitalicia, dentro de dos años. Esta violencia sin precedentes ocurre en Venezuela en el mismo momento en que la Unión de Naciones Suramericanas, en la Cumbre de Georgetown, aprueba una resolución contra los golpes de Estado. Incompleta, no obstante, porque copia la Doctrina Betancourt que fue útil para el siglo XX, pero no para ahora. Esto explica la ambigüedad gubernamental en los foros internacionales y su predilección por la llamada Alianza Bolivariana, ALBA, en cuyo nombre se basa el “documento antiimperialista”. No obstante, otros países de la alianza, incluido Cuba, prefieren un lenguaje diferente, como ocurrió recientemente en la votación en la OEA sobre la crisis entre Nicaragua y Costa Rica. El Presidente de Venezuela pone a esos países en pie de guerra, y los compromete a “derrotar la amenaza imperial que pretende promover acciones desestabilizadoras contra los gobiernos progresistas”.
La “amenaza imperialista” se tradujo sobre la marcha en una amenaza contra los diputados independientes que ingresarán a la Asamblea Nacional el 5 de enero. La “amenaza imperialista” abandonó su ropaje, y el Presidente de la República descubrió sus cartas. La arenga desembocó en un grito de guerra, a la radicalización del Gobierno y de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Leamos las palabras del comandante Chávez Frías:
“Esa debe ser la forma como debemos responder a la amenaza imperial, a la agresión imperial, radicalizando posiciones. No aflojando absolutamente nada. Ajustando posiciones, afincando el paso, consolidando la unidad revolucionaria. Y no sólo un Parlamento mucho más a la izquierda, mucho más radicalmente a la izquierda. Necesitamos un Gobierno mucho más radicalmente a la izquierda, unas Fuerzas Armadas mucho más radicalmente revolucionarias junto al pueblo. No debe haber cabida en nuestras filas civiles, militares, para las medias tintas. Una sola línea: radicalizar la revolución”.
Al Presidente lo perturba pensar en el 5 de enero. Leamos: “Dentro de pocas semanas ingresarán a este recinto un grupo de diputados de la extrema derecha. Bueno, sólo hay que recordarles que aquí hay una Constitución”. Preguntamos si es a los diputados o al Presidente a quien se le debe recordar que aquí hay una Constitución. Adulterando la historia, el comandante invocó el episodio de la suspensión de la inmunidad parlamentaria a los diputados que habían optado por la lucha armada en los sesenta. No se necesita ser lerdo para no leer entrelíneas lo que quiso decir. Puede tener la seguridad de que los diputados elegidos el 26-S no se dejarán amedrentar por tan insólita y truculenta intimidación. La radicalización de la revolución y las “amenazas imperiales” no tenían otro propósito que este: desconocer la representatividad de los diputados elegidos por su pueblo.
Recuerde, presidente Chávez, en Venezuela hay una Constitución, y a usted no le queda otro camino que reconocerla y actuar según sus pautas. Espere el 5 de enero y dispóngase a respetar la voluntad popular. Respete símbolos como el salón que guarda el Acta de la Independencia. Y en cuanto al imperio, duerma tranquilo. No meta a la Fuerza Armada en su proyecto. ¿Qué es eso de llamarlos “oficiales de medias tintas”? Lea la Constitución. Y un consejo final, cuídese de Wikileaks porque en cualquier momento le dan una sorpresa. En su gobierno, como en el de Estados Unidos, abundan los secretos.
Domingo 28 de Nov, de 2010
MOVIMIENTO 2D
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