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    Fernando Londoño: El nuevo mejor amigo

    Para hacerse querer de Chávez, Santos quiere
    pasar bajo las horcas caudinas. Nosotros no.

     

    Lamentamos discrepar. Cuando la común opinión se hace lenguas sobre los éxitos diplomáticos de nuestro Presidente en el manejo de las relaciones con el comandante Chávez, a nosotros nos parece este sainete lo peor de los cien días del Gobierno. No podía olvidar el doctor Santos el tratamiento indigno que recibió del vecino su antecesor, Álvaro Uribe Vélez. Porque no es cuestión personal, como si de trifulca cantinera se tratara. El Presidente es el Jefe de Estado, la cabeza del Gobierno y el símbolo de la unidad nacional. Y Colombia no puede permitir que de asesino, narcotraficante y bandido se trate a quien esos títulos ostentara. En esos abrazos de San Pedro Alejandrino había una irremediable aceptación de las pasadas injurias, de las que el agresor nunca se desdijo.

    El propio presidente Santos había recibido el mismo caudal de improperios. En vísperas de la segunda vuelta electoral, el paracaidista lo llamó mafioso, sin que tampoco se tomara el trabajo de contarnos cuándo averiguó que su nuevo mejor amigo no era tal cosa. Perdonar ofensas es virtud de cristianos. Pero quien representa la dignidad de un pueblo no puede olvidarlas tan pronto y tan barato.

    Esta amistad, que no recomendaría Cicerón en su diálogo inolvidable, durará lo que a Chávez le convenga. Pero suponiendo que, por el bien de la Patria, valgan los riesgos, no podemos aceptar los condicionamientos obvios que para conquistar estos amores debemos soportar. El primero, que echemos al olvido los campamentos que albergan en Venezuela a ‘Grannobles’, Granda, ‘Timochenko’ y Márquez, con centenares de sus acompañantes.
    Tampoco podremos mencionar a ‘Pablito’, el asesino que dejamos escapar en Arauca y que comanda el Eln en aquella región, tantos años maltratada por esa banda de facinerosos.

    Ni una palabra nos queda permitida sobre las gigantescas compras de armas que Chávez ha hecho en los últimos años. Los aviones supersónicos, las fragatas, los submarinos, los tanques rusos, los fusiles AK-47 con su fábrica y sus municiones extrañamente compatibles con las que usan las Farc, los cohetes de última generación, la planta nuclear, no son para asustar a Surinam, ni para prevenir ataques de Aruba. Chávez se está armando contra Colombia y Santos no puede ignorarlo.

    Otra condición para que se conserve esta conmovedora amistad es el silencio en que nos comprometemos mantener el contenido de los computadores del ‘Mono Jojoy’. Si los de ‘Reyes’ fueron tan reveladores, qué contendrán los del jefe militar verdadero de las Farc. Pero ni mencionarlos. Lo que es fácil de prometer pero menos de cumplir. El Presidente no puede reservarse pruebas judiciales, ni le puede rehusar al Procurador lo que le interese saber como responsable del orden jurídico de la Nación.

    La última condición es la de extraditar a Walid Makled hacia Caracas y no hacia EE. UU. Colosal error jurídico y diplomático. Nuestros vecinos del Norte no aceptarán jamás ese desvío de sus socios en la lucha contra el narcotráfico. El mafioso fue capturado en Colombia por noticias de la DEA y no de Venezuela. Y lo que sabe interesa a Colombia y a los Estados Unidos y no a Chávez, a quien solo le importa ese saber para silenciarlo. Extraditado a Venezuela, ese personaje, clave para entender cómo maneja el gobierno de ese país el tráfico de cocaína, se encontrará con sus verdugos y no con sus jueces. Los generales Rangel y Carvajal entienden poco de derechos humanos y materias aledañas. El único argumento con que el Presidente ha respaldado su decisión es el muy valedero de su palabra empeñada. Lo que no ha dicho es por qué la empeñó en tan mala causa.


    Por: Fernando Londoño

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