Un obispo digno de estudiar, con hijos regados por todas partes.
(* Dedicado a Rubén Monasterios, autor de “El pájaro Insaciable”)
“No todo lo que se dice aquí es
cierto, pero tampoco es mentira”
I
Un obispo que no usa anticonceptivos. ¿Qué les puedo decir estimados amigos del Paraguay y del mundo?-Yo nunca pensé verme envuelto en esta situación tan difícil-decía serenamente el obispo, ante un tumulto de periodistas que andaban como locos tratando de grabar las primeras palabras del escándalo-
Esa que ustedes saben, que no es otra que tener que reconocer a un hijo mío en forma acelerada e intempestivamente, para calmar a la opinión pública. Ahora resulta, que me han salido otras mujeres por allí con sus hijos a cuestas, solicitando mi reconocimiento como padre de la criatura.
II
No sé dónde meter la cabeza. Se que ustedes pueden darle otra connotación a mis palabras, pero ya no me importa. Y es que me han agarrado de guasa desde España, allá arriba, mas arriba de Extremadura hasta allá abajo en la confluencia de Chile y Argentina, al final de Sudamérica, tildándome de “obispo gozón” y otras expresiones despreciables como que me la pasaba entre las piernas de mujeres, con amantes por todos lados, a manera de un “latin lover”. No me defenderé de eso, ni pienso dar la cómica en ese particular. Digo esto, porque creo que he sido blanco de mis enemigos políticos que usan cualquier medio de comunicación que me adversa, en un plan descabellado para hundirme en el desprecio y la difamación. Toda una campaña mediática, como me decía el comandante Ortega de Nicaragua, quien dice estar acostumbrado a esos menesteres de baja ralea.
III
Le decía a unos amigos recientemente, antes de la semana mayor, mientras me comía un asado en el campo Paraguayo, que mi vida ha sido muy particular. Vengo de una familia muy humilde. Yo nunca quise o me planteé ser cura o un santón de la iglesia, eso lo reconozco ante ustedes. Yo era muy pobre y buscaba la manera de sobrevivir. Así que pensé en ser militar y asegurar mi manutención. Pero, por asuntos que no dependen de mi, ello no se pudo lograr y entonces opté al plan B. Que no era otro que ser sacerdote para ser
mantenido por la Iglesia. Todo iba muy bien hasta aquel día, cuando descubrí mis debilidades mortales. IV Me encontraba cumpliendo mis funciones sacerdotales en un lugar apartado y muy solo al sur del Paraguay. Allí rezaba mucho y tenía mucha paz y tiempo para la meditación. Fue una noche de esas en que el calor agobia y perturba la mente de los hombres. Yo no sabía qué me pasaba. Lo cierto, es que empecé a mirarle el trasero a las monjitas de la caridad con quienes compartía y vivía en aquellos lugares. Fue algo involuntario. Lo hacía casi inconscientemente. Me imaginaba la redondez de las hermosas hermanitas, bajo su hábito. Jamás abusé de ellas, pero si me di cuenta que las monjitas, notaban mi mirada de goce y cierta lujuria inocente. Para evitar problemas, solicité cambio para un sitio muy pobre y cumplir con mi misión sacerdotal.
V
La cosa se puso peor, cuando estuve en contacto con mujeres mundanas que me buscaban a mi parroquia para pedir consejos y ayudas espirituales y económicas. Cuando caí en cuenta ya estaba mi mirada recorriendo los senos y caderas de las hermosas mujeres. Me di cuenta que sentía una atracción especial por estas mujeres necesitadas. Así que una tarde me di unos besos escondidos con una de ellas, detrás de la sacristía y tuve una espectacular erección que me llevó a poseerla y sentir la dulzura espiritual de una mujer divina.
VI
Estuve con ese bochinche por espacio de un año, teniendo sexo ardiente con esta nena hasta que la preñé. Quizás ese fue mi error, no lo sé. Mi error de no usar condón. Si hubiese usado condón, no estuviera metido en este paquete y ser catalogado como un cura gozón. Lo cierto, es que la historia se repitió varias veces. Fueron incontables las mujeres que tuve en esa especie de experiencia inconsolable. Lo más delicado del asunto es que las mujeres se excitaban a rabiar por hacer el amor con un cura, eso las volvía loca y yo tenía experiencias increíbles. Otro error que reconozco, es que no tuve medidas. Y no respetaba edades. Es verdad que mantuve relaciones con carajitas menores de edad, pero es que se prendaban de mí en un enamoramiento impresionante. Me sentía irresistible.
VII
Yo le pido perdón a mi Dios por no poder contenerme. Pero, soy hombre antes que curita y no pude evitar mi morbosa afición por las mujeres pobres, indefensas y necesitadas. Casi me volví un experto de la seducción. Se me hacía muy fácil llevar a la cama a carajitas y mujeres maduras. Yo sé que puedo tener hijos regados por medio Paraguay por que no usaba condón. ¿Qué les puedo decir, estimados amigos del Paraguay y del mundo? Solo les diré, que no pienso que el celibato sea correcto en nuestros tiempos. Y si tengo que pedir perdón a la iglesia lo haré humildemente, pero no dejaré de tener mujeres, mientras mi cuerpo me lo pida. Es algo que no puedo evitar. Lo siento mucho.
SEGUNDA PARTE
El padrote de Fernandinito. Habla una mujer que no quiso decir su nombre, pero todos la vieron.
Yo no demandaré a Fernandinito por su reconocimiento como padre de mi hijo, como han hecho todas esas mujeres, que lo buscan es sacarle plata al pobre hombre-.
Eso decía la hermosa mujer a los medios en forma confidencial-. Si abogaba porque no atacaran al padrote de Fernandinito. Los periodistas querían saber mas del caso y entender el extraño sortilegio por parte del sacristán, el cual ejercía una atracción fatal con estas mujeres.
Decía la mujer que ella se había buscado esa barriga e incluso Fernandinito – el personaje principal de esta historia de amores prohibidos -, le había manifestado claramente, que él no se hacía responsable por las consecuencias que dejaba hacer el amor sin condón.
Entonces, -continuaba diciendo la bella mujer- ella aceptaba sus consecuencias, porque fue amor frontal. Así, que… ¿ por qué razón va ha hacerle pasar un mal rato a este hombre complaciente?
Un periodista Uruguayo con su acento característico, le pregunta a la mujer, sobre las razones que tuvo para acostarse con el Obispo? La mujer se tomó su tiempo y pausadamente comenzó a responder, haciendo énfasis en el pronunciamiento de sus palabras: – té diré-dijo- la culpa es mía. Yo siempre tuve una fantasía sexual. Me imaginaba hacer el amor con un cura. Incluso, me imaginaba violarlo, seducirlo. Tomarlo a la fuerza, amarrarlo y esposarlo para hacer lo que me diera la gana con él y hacerlo hombre con mi seducción. No fue exactamente así como sucedieron las cosas. Pero, igualmente mi fantasía fue satisfecha por este sacerdote que no le paraba a nada, para meter mano a una.
-Yo solo le pedía hacer el amor con su sotana puesta y sin calzones. Fernandinito me complacía y me hacía feliz. Tan pronto lo besaba, su pene salía entre los botones de su sotana y así pasábamos horas de amor como si estuviésemos en un rezo con murmullos inentendibles. Eso me encantaba hasta que me hastié. Lo digo con la mayor sinceridad. Una tarde no quise ir mas a su parroquia porque ya no me daba nota; sentía que mi fantasía, ya no era la misma. Así fue que conocí la parte violenta de Fernandinito, que no lo pensaba dos veces para largarle a una, bofetadas y escupirme insultos llenos de vulgaridades. El tipo se las traía para seducirme con esa sensación masoquista y castigadora. Tuve que dejarlo, huyendo a la provincia, pero ya estaba preñada.
TERCERA PARTE
“Me da pena reconocer, que yo sabía de las correrías de Fernando”.
Eso dice José Encarnación Morales, un obispo que estudió en el seminario con Fernando, en sus tiempos mozos. El amigo de nuestro personaje, dice que durante sus estudios no pasaron de consumir algunas botellas de aguardiente, mientras recitaban párrafos de la Biblia, en aquel cuartito de estudiantes dentro del seminario.
Nunca hicieron orgías ni ningún momento compartido con alguna putita de La Asunción, que por cuatro reales aceptaría tener sexo con dos muchachos con ganas. Recuerda José Encarnación con su voz ronca y su acento provinciano que una vez Fernandinito le propuso buscar par de hembras en el centro de la ciudad y pasar un fin de semana instalados en un hotelito miserable del centro, pero José pensaba que la cosa era jugando, echando broma. Se dio cuenta de la seriedad de sus palabras cuando no lo vio el fin de semana siguiente.
Fernandinito se presentó a primera hora de la mañana del lunes en sus labores normales del seminario.-¿Qué te pasó? – le preguntó al futuro Obispo- y este le contestó que había pasado un fin de semana divino con María Magdalena, una amiga recién conocida que lo trataba con mucho afecto.
CUARTA PARTE
Un caso fortuito: Juana Maria y la pantaletita negra de Fernandinito
I
Corría el año de 1984, Juana María era una mujer joven con un niño pequeño y para aquel entonces, si acaso pasaba los veinte años. Su marido le había abandonado y la dejó sola como suele pasar en todas partes, bien sea en Bogotá, Caracas, Quito o La Asunción.
Fue el padre Fernando quien le propuso el empleo de ayudarle a limpiar la Iglesia y encargarse de las labores de mantenimiento de la sede parroquial. Cosa que hizo con gusto, porque incluso el padre le permitía llevar a su hijo y atenderlo mientras trabajaba.
A veces cenaba con el padre e incluso se quedaba durmiendo en la casa parroquial para evitar trasladarse a su casa en horas nocturnas. Fue un jueves, cuando limpiando la habitación del padre, consiguió debajo de la cama una pantaletita negra tipo bikini. Lo primero que se le ocurrió a Juana, cosa que le pasó por la mente como un rayo, es que el cura tenía tendencia travestí. Pero la pantaletita era muy pequeña y no se imaginaba al cura metido allí.
Examinó la prenda y ésta tenía un olor característico de mujer con perfume barato de esos que usan las prostitutas callejeras en cualquier esquina de aquí o de allá. Así fue como la consiguió el padre, mientras examinaba la prenda. Fue un momento sumamente incómodo -confiesa Juana-. A ella no le salían palabras de su garganta y las manos le temblaban
II
Al principio, el padre se volvió un brollo con palabras atropelladas tratando de darle una respuesta seria a la muchacha y sudando como el jorobado de nuestra señora de Paris. Juana se dio cuenta rápidamente del momento incómodo que estaba viviendo y solo pensaba que perdería el empleo y la manutención de su pequeño hijo. Pensaba que ojalá no se hubiera conseguido con la fulana prendita. Seguro que no estaría viviendo este momento tan penoso. -No se preocupe padre -alcanzó a decir, entregándole la prendita y buscando la manera de salir corriendo de la habitación pero, Fernandinito no se lo permitió-.
III
Fernandinito le acorraló detrás de la puerta y le explicó que él era hombre con sotana y que sentía placeres con las mujeres, que le gustaban las mujeres a rabiar y que necesitaba hacer el amor como tomar agua, caminar o comer. Le dijo que le gustaba y que por no atreverse a pedirle que fuera su mujer, se buscaba otras por la calle, pero que ya no aguantaba ese amor que le devoraba las entrañas.
IV
Juana no pestañaba siquiera y sentía que se desmayaba en cualquier momento. Allí, fue cuando el hombre la presionó contra la pared mientras la besaba con furia y le manoseaba su sexo. Cuenta Juana que la cosa pasó muy rápidamente y cuando vino a ver el hombre le había llenado de semen las entrepiernas.
Por: Luis Alfredo Rapozo
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