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RAÚL FUENTES: ¡No va más!


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“Los chavistas hace tiempo se quitaron la
careta y no tienen qué disimular…”

 

En el Casino Nacional Electoral, ganar o perder no es cuestión de suerte, porque allí se juega con cartas marcadas y dados cargados.

[L]os habilidosos dealers guardan, celosa y pacientemente, ases bajo sus mangas y tienen los bolsillos repletos de trucos y embelecos, como un mago de feria o ese «prestidigitador común» mencionado en el célebre monólogo de Tom en El Zoológico de cristal (The Glass Menagerie, Tennesse Williams, 1944). Es inútil gastar monedas en las máquinas tragaperras porque están programadas para esquilmar a ilusos y ludópatas a los que solo quedan mochilas de fe y sacos de esperanza. Sí, en el CNE, el azar está rigurosamente programado para que la casa nunca pierda y, en el improbable caso de que lo haga, pueda arrebatar como Jalisco. En su amañada y tramposa ruleta es, además de riesgoso, sumamente imprudente jugarse el resto en una sola apuesta ­RR 2016­, sin reservar fichas para otros envites ­elecciones regionales­; no para librarse con ganancias de consolación, sino para plantarle cara al gobierno en una contienda en la que, de acuerdo con los pronósticos, la oposición tendría todas las de vencer; y, podría, en consecuencia, transformar las gobernaciones en trincheras de la resistencia a fin de colocarlas a la vanguardia de la renovación institucional.

Esta perspectiva ­que no escapa de la suspicacia de áulicos cubanos y consejeros expertos en estratégicas simulaciones­, es objeto de sesudos análisis en salas situacionales de La Habana y Fuerte Tiuna. A partir de sus alarmantes conclusiones, han instruido a las obsecuentes croupiers para que ensayen postergar, hasta quién sabe cuándo, el remplazo o ratificación de mandatarios estatales, jugarreta que colocaría al Ejecutivo al margen de la ley y en la mira de los influyentes medios internacionales que se han venido ocupando, cada vez con mayor frecuencia y preocupación, de lo que acontece en el patio.

Y es que, mientras buena parte de Latinoamérica exhibe alentadores índices de crecimiento, mejoras en la calidad de vida y consolidación de las libertades democráticas, Venezuela no logra camuflar «la economía peor manejada del mundo» (Bloomberg News), ni esconder su olímpico desprecio al ordenamiento constitucional. Nada de extraño tiene, pues, que El País, en editorial reciente, advierta que: «Si el chavismo se salta las elecciones regionales de diciembre, la nación será oficialmente un Estado autoritario».

Los chavistas hace tiempo se quitaron la careta y no tienen por qué disimular su vocación totalitaria con un trámite considerado, según leyeron en algún manual para perezosos ­Marxismo en un 2 x 3, Socialismo para neófitos o cualquier otro vademécum de similar simplificación­, mascarada ritual del capitalismo, si no mondo y lirondo fariseísmo gatopardista ­cambiar para que todo quede igual­; sin embargo, cuando eran circunstancial mayoría, se ufanaban de haber ganado todas las elecciones mediatizadas por el astro comandante perpetuo, aunque en ello faltaban a la verdad. Fueron derrotados en el plebiscito para la reforma constitucional (el escrutinio definitivo nunca se dio a conocer) y la rabieta del redentor llegó al techo, tanto que habló de victoria «pírrica», sin saber lo que el calificativo significaba, y «de mierda», materia que dominaba con suficiencia magisterial. Obvian que, con 48% de votos, se hicieron del control del Parlamento ante una oposición que les superó en números y porcentaje (52%), no en triquiñuelas. Silencian la abstención, que en algunos casos alcanzó 75%, cifra que permite calificar de írrita la carta magna vigente, así como todas las leyes aprobadas por la Asamblea totalmente roja elegida en 2005 (la oposición, en colosal metida de pata, optó por no concurrir a las urnas). Dan por descontado que la paliza recibida el 6-D fue apenas un traspié. Después de tantos comicios (19) realizados a lo largo de casi 2 décadas de rojo padecer, podemos concluir que el sufragio no es certificado de democracia y que en ocasiones ­somos prueba de ello­ puede barnizar de legitimidad a regímenes totalitarios en los que árbitros y jueces son vasallos del mandón. El populismo ordinario no ve en el voto una herramienta de alternabilidad, sino una coartada para el continuismo. Cuando el viento comicial sopla en contra, busca atajos extraconstitucionales.

Maduro desestimó la elección de gobernadores con fementidos alegatos sobre la «guerra económica» y vulneró el Estado de Derecho, perpetrando un golpe contra el Poder Legislativo ­Quousque tandem abutere, Nicolás, patientia nostra?­. Semejante descaro y la renuencia a ser objeto de referéndum ­temor al síndrome de Fuenteovejuna­ ponen de bulto su talante dictatorial y la convicción de que nada tiene que buscar ni siquiera en una elección de delegados sindicales. ¿Y, a todas estas, la fuerza armada qué pito toca? ¿Desafina o baila al son de un rondó Alla turca ­quítate tú pa’ ponerme yo­ en el que todo el que cree llegado su turno ejecuta una muy personal partitura, persiguiendo la Vicepresidencia con la vista puesta en Miraflores? De ilusiones, claro, también se vive; no obstante, quien vive de ilusiones muere de desengaño. O de realidades. O de decepciones. O de repeticiones. Chávez invocaba los evangelios para cimentar sus falacias en autoridad divina. «Ser rico es malo», sentenció, y citó a los apóstoles Marcos (119:24) y Mateo (10:25) por aquello de que «es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios».

Asimismo, su vago reflejo y disminuida sombra moneó por ramas bíblicas y quiso hacernos creer que, ¡Salomón redivivo!, hablaba el lenguaje de los pájaros. Pretendió, cual Divino Maestro, multiplicar panes y le salieron penes (¿o pranes?). El disparate importa menos que la identificación con el líder.

Deplorable duplicación que hace de él un presidente de imitación. Copia formas y ni ápice de sustancia (tampoco era mucha). Esa es la realidad. Por eso el desengaño y la decepción… y hasta aquí llegamos. La rueda gira y las talladoras profieren el ¡no va más! La suerte está echada y nos percatamos de lo mucho que divagamos para decir tan poco. « ¡Ay, quién supiera componer una rosa deshojada!», suspiró el poeta. Otra vez será.


Por: Rául Fuentes
rfuentesx@gmail.com
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EL NACIONAL
Caracas, domingo 16 de octubre 2016




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