El cierre de la frontera, persigue provocar
a la rebelde población del Táchira
■ Finaliza la luna de miel del matrimonio por conveniencia entre Colombia y Venezuela.
[E]l idilio comenzó en 2010, cuando Juan Manuel Santos invitó a Hugo Chávez a Cartagena, fumaron la pipa de la paz y pusieron fin a varios años de tensas relaciones entre los dos países, o mejor, entre el bocón de Barinas y el caballista del Ubérrimo, que se morían de ganas de jugar a la guerra con soldaditos de verdad. Uribe ha dicho varias veces que no le declaró la guerra a Venezuela porque le faltó tiempo. Chávez, hay que reconocerlo, hizo lo posible por prender la mecha y erizó de tanques la frontera, crispados los puños y aguados los ojos por la muerte de Raúl Reyes.
El romance nunca marchó bien, pero las partes guardaron las formas. Santos se abstuvo de criticar el régimen de Chávez y su sucesor. Obró movido por las más nobles intenciones: recuperar los miles de millones de dólares que Venezuela le adeudaba a provedores colombianos, mejorar nuestras relaciones internacionales, acallar los tambores de la guerra y mantener abierto el canal de negociación Colombia-Venezuela-Farc.
Pero siempre llega un momento en que los cónyuges mandan las formas a la mierda. El 19 de agosto Maduro cerró la frontera con el argumento de que el contrabando y todos los problemas de la zona son una responsabilidad exclusivamente colombiana. Ante los atropellos de la Guardia Nacional a los colombianos deportados, Ángela Holguín dejo a un lado el tacto diplomático y dijo que llamar “bases paramilitares” a los campamentos de refugiados es una infamia.
Es verdad que los santanderes son paracos, también el centro y el suroccidente del país, y la costa. También es cierto que hay miles de colombianos indocumentados en Venezuela, pero esto es normal en una “frontera viva”, la más movida de América y una de las más fluidas del mundo, como ha sido históricamente el paso entre Cúcuta y San Antonio, lleno de colombianos y venezolanos que pasan de un lado al otro todos los días a estudiar, a comprar o a trabajar sin que nadie les pida pasaporte allá ni acá.
Perseguir ahora el contrabando al detal de humildes pimpineros y bachaqueros es una empresa cínica cuando hay miles de carros de particulares y centenares de “gandolas” (carrotanques) de generales que pasan varias veces la frontera por los “caminos verdes” rebosantes de gasolina. El narcotráfico de la cocaína es pichurrio si lo comparamos con el de la gasolina, que consiste en comprar un galón de gasolina a $200, moverlo 20 km y venderlo a $8.000.
Las autoridades colombianas no se limitan a mirar la procesión, por supuesto. Varias generaciones de policías y el alcalde de Cúcuta, Almacenes Éxito, el gobernador de Norte de Santander y muchos funcionarios de Bogotá deben estar “forrados”.
En los Éxito de Bucaramanga he visto productos con etiqueta de “precio justo”, un valor regulado y subsidiado por el estado venezolano y destinado de manera exclusiva al mercado interno.
Es probable que el demagógico cierre de la frontera, que persigue provocar a la rebelde población del Táchira para perturbar el orden público y aplazar unas elecciones que pintan desfavorables al oficialismo, sea el punto de quiebre del nefasto régimen de Maduro, Cabello y toda la casta de funcionarios, o “enchufados”. No me extrañaría que mañana la cúpula de la “boliburguesía” tome un avión a las volandas a medianoche con tulas de dólares rumbo a Corea del Norte o a Mozambique, y los venezolanos puedan empezar la reconstrucción del país.
*Julio César Londoño. Escritor, crítico literario, biógrafo y cuentista colombiano. En 1998 ganó el Premio Juan Rulfo de cuento en París.
Por: Julio César Londoño
El Tiempo de Colombia
Politica | Opinión
Bogotá, Miércoles, 23 de septiembre 2015
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