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GABRIEL ZAID: Los intelectuales


GABRIEL ZAID, Los intelectuales

De pie, de izquierda a derecha: Tomás Segovia, Gabriel Zaid, Marie-José Paz, Alejandro Rossi, José de la Colina
y Salvador Elizondo. Sentados: Octavio Paz, Juan García Ponce, Michelle Albán y Kazuya Sakai.

Antología general

 

Intelectual es el escritor, artista o científico que opina en cosas de interés público con autoridad moral entre las elites.

No son intelectuales:

a) Los que no intervienen en la vida pública.
b) Los que intervienen como especialistas.
c) Los que adoptan la perspectiva de un interés particular.
d) Los que opinan por cuenta de terceros.
e) Los que opinan sujetos a una verdad oficial (política, administrativa, académica, religiosa).
f) Los que son escuchados por su autoridad religiosa o su capacidad de imponerse (por vía armada, política, administrativa, económica).
g) Los taxistas, peluqueros y otros que hacen lo mismo que los intelectuales, pero sin el respeto de las elites.
h) Los miembros de las elites que quisieran ser vistos como intelectuales, pero no consiguen el micrófono o (cuando lo consiguen) no interesan al público.
i) Los que se ganan la atención de un público tan amplio, que resulta ofensivo para las elites.

2. La palabra se usó primero como adjetivo: en francés, desde el siglo XIII; en inglés, desde el XIV; en español desde el XV. Se volvió sustantivo a fines del XIX, para llamar a cierto tipo de personalidades.

El paradigma apareció encarnado por Zola cuando intervino en el caso Dreyfus. En particular, por su carta abierta al presidente de la república, publicada por el diario L’Aurore (13 de enero de 1898) con un título que pasó a la historia: J’accuse. Terminaba con una letanía: Acuso al teniente coronel Du Paty de Clam de haber creado este error por inconsciente y de sostenerlo después con toda clase de maquinaciones; acuso al general Mercier de hacerse cómplice de esta iniquidad; acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus y de haberlas ignorado por razones políticas; acuso…

¿A título de qué se metía el famoso novelista contra las autoridades militares que habían declarado traidor al capitán (francés de origen judío) Alfred Dreyfus, por una supuesta venta de secretos militares a Alemania? El escritor no era judío, ni militar, ni abogado. No tenía competencia en el ramo, ni interés particular que defender. No impugnaba la sentencia por vía jurídica o militar. Fue perseguido legalmente por sus acusaciones, y tuvo que escapar del país, aunque finalmente ganó el caso: Dreyfus fue rehabilitado.

Su intervención puso en evidencia que la verdad pública no está sujeta a la verdad oficial; que hay tribunales de la conciencia pública donde la sociedad civil ejerce su autonomía frente a las autoridades militares, políticas, eclesiásticas, académicas. Mostró la aparición de un cuarto poder, el de la prensa, frente al legislativo, ejecutivo y judicial. Hizo ver que las cosas de interés público (en este caso el antisemitismo) no pueden reducirse a tal o cual interés, competencia, jurisdicción: que la guerra es demasiado importante para dejarla en manos militares, el derecho demasiado importante para dejarlo en manos de abogados.

El intelectual está prefigurado tanto en Jeremías como en Sócrates, pero el reconocimiento y bautizo de su papel social se dan con el “Yo acuso” de Zola y el “Manifiesto de los intelectuales” en París, a fines del siglo XIX: cuando se desarrolla la conciencia liberal, el mercado del libro y la prensa masiva; cuando ser ciudadano y ser lector convergen en la imprenta; cuando la página toma el lugar del púlpito y el ágora: se convierte en el centro de la vida pública.

3. Los diccionarios suelen referir el sustantivo intelectual a ciertas capacidades, gustos o especialidades, omitiendo la referencia decisiva: el papel social. Intelectual no es la persona especialmente inteligente, especialmente inclinada a la vida intelectual o especialista en el trabajo intelectual.

Aunque los intelectuales son algo así como la inteligencia pública de la sociedad civil, y aunque son vistos como personas muy inteligentes, no se distinguen por su inteligencia. Es fácil encontrar intelectuales menos inteligentes, menos preparados, menos cultos, que tal o cual persona que no figura como intelectual. La verdadera diferencia no es de capacidad sino de función social.

Función que no se caracteriza por el ramo, profesión, gremio, especialidad. El distingo entre trabajadores manuales e intelectuales (de por sí insuficiente: los manuales usan la inteligencia, los intelectuales las manos) no sirve para el caso. Un sector cada vez mayor de la sociedad no cultiva los campos ni produce manufacturas sino palabras, números, imágenes, ideas, trámites. Pero muy pocos de los llamados trabajadores intelectuales (adjetivo) son intelectuales (sustantivo).

4. Todos los intelectuales escriben, aunque no todos son buenos escritores. Sus pronunciamientos recuerdan la oratoria parlamentaria, la teatralidad del discurso, de l sermón, de la cátedra, de las mesas redondas y de las entrevistas por radio y televisión; pero su intervención característica no es oral sino escrita. Algunos son grandes poetas o prosistas, de los géneros consabidos (la poesía, el teatro, la novela, el ensayo) o ignorados (la carta a la redacción, el panfleto, la polémica, el manifiesto).

Otros son escritores por necesidad: provienen de las artes o las ciencias, y escriben para opinar. En el caso de las artes vecinas de la literatura (las artes plásticas, el cine), se pudiera decir que “escriben” a través de su arte; pero es raro que no intervengan, además, con declaraciones y escritos propiamente dichos. En el caso de las ciencias, no puede ser de otra manera: los científicos que actúan como intelectuales lo hacen a través de escritos no científicos. Lo cual se presta a confusiones: hay quienes piensan que lo no científico no puede ser tan serio como lo científico; o que las intervenciones en la vida pública no son serias, a menos que provengan de los especialistas respectivos: Sajarov, que opine sobre física atómica y nada más. Pero los trabajos científicos pueden ser tan poco serios como cualquier otro, y la vida pública rebasa los munditos especializados. Decidir sobre el uso de la bomba atómica no es algo que se pueda estudiar con un ciclotrón: es algo que rebasa los métodos de la física.

5. No es una tautología decir (como dijo Borges) que los clásicos son los libros leídos como clásicos. Tampoco es una tautología decir que los intelectuales son los escritores seguidos como intelectuales. Un intelectual sin público no es un intelectual. Por eso, decir “nosotros los intelectuales” suena a “nosotros los clásicos”: asume una posición ante el público que sólo el público puede conceder. Lo que hace al intelectual es la recepción de su discurso, más que su discurso. Cuando su visión de las realidades o los sueños de la tribu llaman la atención de la tribu, empieza a ser leído como intelectual.

Los intelectuales construyen espejos de interés para la sociedad: para distanciarse de sí misma, desdoblarse, contemplarse, comprenderse, criticarse, fantasear. En el espejo de la página, crean experiencias especulativas, prácticas teorías, ejercicios espirituales, donde la sociedad se reconoce como pensante, crítica, imaginativa, creadora, en movimiento.

Por eso, son vistos como la conciencia de la sociedad. Pero hay que tener cuidado con las metáforas orgánicas. Ninguna persona física puede ser la conciencia de una persona moral. Lo que sucede es que una persona física construye espejos, mapas, brújulas, sextantes, anteojos verbales, para orientarse en la realidad, y sus artefactos circulan porque les sirven a los demás. En esos artefactos (no en su creador) reside lo que pudiera llamarse una conciencia común: distintos ojos ven a través de lo mismo. Esa conciencia compartida, ese haber visto, no necesariamente lo mismo, sino a través de lo mismo, permite hablar de una conciencia común, de una conciencia pública, de una conciencia nacional, que hasta parece la conciencia de una persona superior (la Comunidad, el Público, la Nación) que habla a través del intelectual.

Al hipostasiar esa conciencia compartida en la persona del intelectual, la tribu puede proyectar en él sus fantasías orgánicas (y él someterse a las proyecciones de los otros, engolosinado de encarnar algo superior). O lo endiosa en un Nosotros narcisista: como el espejo de la suprema inteligencia, rigor, preparación, honestidad, de la buena conciencia tribal; o lo persigue como a su mala conciencia: la encarnación de la arrogancia, la demencia, la estupidez, la frivolidad, la mala fe, la venta por treinta dineros a intereses inconfesables.

6. En las sociedades tradicionales, la conciencia de la sociedad está a cargo de la casta sacerdotal. Pero, desde la Reforma, la ruptura de la conciencia individual con las autoridades religiosas restó fuerza a la conciencia tradicional objetivada en el clero. En las sociedades protestantes, cada fiel es su propia autoridad moral, hace su propia lectura de la revelación, es su propio pastor, aunque escuche a los otros. En las sociedades católicas, la ruptura con las autoridades religiosas fue tardía y mediatizada: no desde la conciencia individual, sino desde el Estado, a partir de la Revolución francesa.

Paradójicamente, esta diferencia permite que en las sociedades protestantes, que llegaron primero a ser modernas, el jefe de Estado pueda invocar a Dios (como en Estados Unidos) y hasta encabezar la Iglesia (como en Inglaterra), sin especiales riesgos de integrismo. En cambio, en las sociedades católicas, precisamente porque fueron reformadas desde arriba, no desde la conciencia individual, ronda siempre el fantasma del integrismo, como temor o tentación; hay siempre una tensión entre las creencias populares y la ideología oficial. En particular, las elites que encabezan la sociedad civil y que aspiran a una conciencia moderna, no pueden verla objetivada ni en el clero tradicional ni en la burocracia ilustrada. Esto favorece el papel de los intelectuales como una especie de clerecía civil frente a la clerecía del Estado y frente al clero propiamente dicho.

Por eso, los intelectuales pesan más en las sociedades católicas que en las protestantes: son como la conciencia libre del laico protestante, pero en la función pastoral del clero católico. Son vistos como oficiantes de un sacerdocio laico que tiene las llaves del reino civil: las claves de la conciencia nacional. Son, al mismo tiempo, la reforma (el lado crítico, protestante, de la conciencia nacional) y la tradición católica (la elite que se encarga de la conciencia de los demás).

7. Los intelectuales son y no son la inteligentsia. La intelligentsia no es el conjunto de los intelectuales, como dicen algunos diccionarios: es todo el estamento letrado nacional. Hay una estrecha afinidad histórica, social, lingüística, entre los fenómenos que desembocan en estas designaciones, pero también hay diferencias.

Los intelectuales son un conjunto de personalidades, la intelligentsia un estamento social. Los intelectuales son profetas civiles y hasta cardenales civiles, la intelligentsia incluye también a los feligreses. Los intelectuales aparecen después de la revolución, la intelligentsia en los preámbulos. Los intelectuales son el ego que se cree superego: crítico, moralista, juez por encima de las luchas parciales (ad-dessus de la mêlée). La intelligentsia es el ego que se cree id: la población educada que cree interpretar la mejores aspiraciones inconscientes del pueblo, y que acaba suplantándolo como su vanguardia consciente (donde hay id, haya ego. Los intelectuales son la crítica, la intelligentsia es la revolución. Los intelectuales critican el nuevo Estado revolucionario, la intelligentsia lo construye. Los intelectuales son afines al mundo editorial y periodístico, a ejercer sin títulos, al trabajo free lance. La intelligentsia es más afín al mundo académico y burocrático, a las graduaciones, a los nombramientos, a cobrar en función del calendario transcurrido. Los intelectuales sueñan con la santidad socrática, mientras acumulan capital en la farándula de la opinión pública. La intelligentsia sueña con la santidad platónica, mientras acumula capital en la grilla de los ascensos. Los intelectuales pasan de los libros al renombre, la intelligentsia pasa de los libros al poder.

Tanto el concepto de intelectual como el de intelligentsia aparecen a fines del siglo XIX, en sociedades católicas de modernización tardía: Francia y Polonia. En dos mundos, sin embargo, distintos: uno latino, otro eslavo; uno en la capital del siglo XIX, otro en la periferia; uno después de la revolución, otro antes. París acuña el nuevo significado de la palabra intellectuel. Polonia acuña el nuevo significad de de la palabra inteligencja. Del polaco, la designación pasó al ruso como intellilgentsiya, que el inglès y el francés adoptaron como intelligentsia a principios del siglo XX. La adopción era útil porque intelligence en inglés, además de inteligencia, había adquirido el significado de espionaje o recabación de informes; y porque intelligence en francés, además de inteligencia, había adquirido el significado de entendimiento o complicidad. Además, dejar en ruso la palabra intelligentsia recordaba su origen subdesarrollado y revolucionario: la casta educada y descontenta que aspiraba al poder, para encabezar la modernización de un país atrasado. Ni Francia ni Inglaterra, a principios del siglo XX, estaban ya en ese caso.

México sí lo estaba, aunque no adoptó la palabra. Por esos mismos años (1908), Justo Sierra habló de un “cerebro nacional” con derecho al poder. Pudo haber dicho: “inteligencia nacional”, intelectualidad o intelligentsia, pero no lo dijo. Finalmente, la intelligentsia mexicana se bautizó a sí misma con otro nombre: “los universitarios”, en una acepción que (como intelligentsia) no es muy traducible. ¿Cómo decir “los universitarios mexicanos” en inglés o francés? En Francia, por ejemplo, universitaire se aplica a los que están en la universidad, no a los que han pasado por ahí. La comunidad de referencia se entiende en sentido estricto. En México, la Universidad es como la Revolución: un proceso interminable de superación; una familia dominante, abierta a todos los que aspiren a lo alto; una bandera legitimadora del ascenso al poder.

El colectivo intelectualidad, que, según los diccionarios, se refiere al conjunto de los intelectuales o personas cultas de un país o región, se usa poco en México. Circula más desde 1948, pero como un madriñelismo, recogido por Lara en un giro inmortal:

En Chicote, un agasajo postinero
con la crema de la intelectualidad…


Por: Gabriel Zaid
La Insignia
Politica | Opinión
Editorial Océano
México, septiembre del 2004




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