“Humillaciones y traiciones de este
calado no se olvidan fácilmente..”
■ Que era un patiquín que no saldría a la calle sin peinado y maquillaje, lo sabemos de toda la vida.
Cada cual es dueño de sus ambiguas viscosidades. Que era un lameculos dispuesto a jugarse el todo por el todo para complacer a quien, en muy mala hora, lo encumbró al Poder, lo supimos cuando llevó a sus últimos extremos las órdenes que le impartiera quien manejaba la alcabala que le abriría las puertas del palacio Nariño, incluso dispuesto a invadir un territorio extranjero en donde sabía no encontraría una verdadera oposición.
Que fue el Libertador el primero en clasificar al Ecuador de republiqueta. Que era un siniestro tartufo de lucido aprendizaje en las mazmorras de la policía política, lo aprendimos cuando después de asesinar a Raúl Reyes secuestró las informaciones que podían alfombrarle la entrada a la presidencia, maniatar a Chávez y sobarle el lomo a Fidel Castro al que, como toda la clase política colombiana, le ha lamido las entre suelas.
Cuando se negó a entregarle Makled, el Kingpin, a la DEA supimos que su inescrupulosidad y su maquiavélico afán de poder iban tan lejos como para estar dispuesto a enconchavarse con el chavismo y aliarse con las FARC. Y cuando la miopía colombiana lo reeligió y perdió todo freno, llegó al extremo de acostarse con Timoschenko y Raúl Castro sin hacerle asco a los viejos compromisos con Álvaro Uribe. Finalmente, si una hechura del Islam gobierna en los Estados Unidos y antes se chorrea que enfrentarse al castrocomunismo, ¿por qué no habría el patiquín de la burguesía neogranadina abrazarse con los socios de las narcoguerrillas colombianas?
El colmo acaba de suceder: ansioso por granjearse las simpatías de la satrapía venezolana y darle una sobadita de lomo al tirano habanero, decide pisotear todos los compromisos internacionales y ultrajar los más elementales derechos humanos expulsando de Colombia a un joven luchador por la libertad y la democracia como Lorent Saleh. Se iguala en hombría y decencia al pedófilo nicaragüense, que impide la entrada al país a uno de los más notables diplomáticos venezolanos, Milos Alcalay.
Así, Daniel Ortega y Juan Manuel Santos, Fidel Castro y Timoschenko comen del mismo plato y ultrajan los mismos principios. Todo sea en bien de una dictadura de mala muerte que aún puede seguir siendo ordeñada. Una buena lección para aprender hacia el futuro. Humillaciones y traiciones de este calado no se olvidan fácilmente. Ya llegará el momento de las cuentas. Prohibido olvidarlas.
Por: Antonio Sánchez García
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domingo 5 Septiembre, 2014
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