“Más de la mitad de los médicos
se han ido del país..”
■ Por puesto de venta matan a dos hombres en hospital Universitario.
■ La inseguridad se mete en las salas de emergencia de los hospitales venezolanos.
■ Las Naciones Unidas dicen que Venezuela es el segundo país más peligroso del mundo.
Caracas.- En un primer momento, los médicos de la sala de operaciones pensaron que el individuo era un familiar del paciente desconsolado. Uno de ellos le gritó que se fuese mientras otro trataba de salvarle la vida al hombre en la camilla, quien tenía una herida de bala.
El anestesiólogo fue el primero que vio que el intruso estaba armado. Se tiró al piso y escuchó varios disparos. “Me llegó la hora”, pensó.
Por años, los hospitales fueron uno de los pocos sitios relativamente seguros en este país sacudido por la violencia.
Ya no lo son. El asesinato de un paciente de 27 años en una sala de emergencia por parte del mismo individuo que lo había mandado allí es uno de varios ataques y peleas que se han sucedido en tiempos recientes y que han hecho que los médicos ya no se sientan seguros ni siquiera en los hospitales.
“Es un escándalo que se asesinan allí dentro del hospital. Es como un deterioro social”, sostuvo José Manuel Olivares, oncólogo residente del Hospital Universitario de Caracas, donde Edinson Balsa fue asesinado en junio junto con su hermano, quien esperaba en un pasillo. “No es que antes fuese perfecto, pero había ciertos límites, respetaban un poco más a la policía y la ley”.
Los médicos dicen que ahora es común ver individuos armados que ingresan a las salas de emergencia y exigen a los empleados que hagan milagros con compañeros heridos o que les den medicinas. A veces, van más allá todavía.
Este año un hombre ingresó a una sala de terapia intensiva en Maracaibo, el oeste del país, para matar a un paciente, según medios locales.
Dos semanas después del asesinato de los dos hermanos en Caracas, un presunto delincuente fue asesinado en otro hospital de la capital.
Los cadáveres quedaron a un lado del puesto de la Guardia Nacional y a escasos metros de la
entrada de la emergencia. Pistolero llegó en una moto y disparó contra las víctimas.
En Río Chico:
Y las condiciones son peores todavía en el interior. En la pequeña ciudad de Río Chico, a una hora y media al este de Caracas, el principal hospital tiene un salón especial en el que los médicos se pueden esconder cuando aparecen personas armadas, indicó el médico residente Pedro Blanco.
El año pasado individuos armados tomaron el control de un hospital cerca de uno de los barrios de emergencia de la ciudad en días consecutivos, exigiendo atención médica para compañeros heridos, uno de los cuales había llegado muerto de un balazo en la cabeza.
Los médicos dicen que el aumento de la violencia en las salas de emergencia es producto de una creciente cultura de impunidad. Analistas independientes afirman que más del 90% de los homicidios no son resueltos.
Las Naciones Unidas dicen que Venezuela es el segundo país más peligroso del mundo -sin contar los que están en guerra-, superado solo por Honduras, incluso si se usan estadísticas oficiales, que son muy cuestionadas. Organizaciones no gubernamentales calculan que en Venezuela hay más asesinatos todos los años que en Estados Unidos y la Unión Europea combinados.
En el Hospital Universitario, un gran edificio mal mantenido que se parece a una terminal de autobuses, los guardias no portan armas, no hay sistemas de vigilancia y un gastado cartel que dice “prohibido el paso” es lo único que se interpone en el camino de cualquier un intruso que quiere ingresar a una sala de operaciones. Miembros del personal de seguridad dicen que salen corriendo si aparece alguien armado. Sin armas, cuentan en broma, la única herramienta a su disposición son sus piernas.
El cardiólogo Nelson Majano trabaja en el hospital público más seguro del país, el hospital militar de Caracas. Fisiculturista con la cabeza rapada que se anima a salir de noche luciendo cadenas de oro, Majano dijo que no querría trabajar en una institución en la que no hay guardias armados. Afirmó que casi todos los meses hay peleas generadas por delincuentes que tratan de ingresar a las salas de emergencia.
“A medida que aumenta la impunidad, empiezan a creerse que pueden ingresar a un hospital y hacer lo que quieren. Y tienen razón”, sostuvo.
El Ministerio de Salud se abstuvo de hablar del tema.
La mayoría de los médicos de Venezuela se recibieron cuando esta nación petrolera era relativamente próspera y Caracas era una ciudad cosmopolita. La posibilidad de que se produzcan episodios de violencia se suma a una serie de inquietudes preocupantes, como la escasez de equipo médico, malos salarios y robos, que hacen que el personal lo piense dos veces antes de sacar un teléfono celular en los pasillos.
Más de la mitad de los médicos se han ido del país desde que el finado presidente Hugo Chávez llegó al poder en 1999, según la Federación Médica Venezolana.
“Los que se quedan son muy valientes, o pobres”, afirmó Blanco.
Para Carmen Bolívar, enfermera del Hospital Universitario que el junio quedó petrificada del miedo junto al hermano de un paciente al ver que se acercaba un hombre armado, el trabajo se ha convertido en un drama diario.
“Antes esto era mi casa. Ahora es mi turno, y ya”, manifestó.
El anestesiólogo de ese caso, quien se negó a dar su nombre porque el asesino de su paciente sigue libre, dijo que toma todo tipo de recaudos. Padre soltero, no va a fiestas ni sale de su casa después de las siete de la tarde.
En las salas de emergencia, donde hay tanto en juego, sin embargo, los médicos no pueden darse el lujo de pensar en otra cosa que en el paciente en la camilla. Por eso trabajó 23 horas seguidas luego de presenciar el asesinato.
Cuando se le preguntó por qué él y otra media docena de médicos que había en la sala no trataron de proteger al paciente, sacudió la cabeza y repitió lo que dice todo el mundo en Venezuela por estos días:
El hombre estaba armado, no había nada que hacer.
Por: Hannah Dreie
@hannahdreier
Associated Press
Politica | Opinión
El Nuevo Herald
domingo 17 de agosto, 2014
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