Obama no tiene paciencia
con los amigos de EEUU
■ En los últimos meses, el empleo por el dictador venezolano Nicolás Maduro de fuerzas militares y de los llamados colectivos, guiados por enseñanzas del régimen de Castro sobre vandalismo e intimidación, ha estado oprimiendo violentamente a los ciudadanos que protestan mediante detenciones masivas, torturas sistemáticas y asesinatos.
El pasado 5 de mayo, la organización Human Rights Watch dio a conocer un informe titulado “Castigados por protestar’’, donde se detallaron atroces violaciones de los derechos humanos, entre ellas detenciones arbitrarias, el uso de fuerza ilegal, tortura, abusos en centros de detención, el acoso a periodistas y el desmantelamiento de la prensa independiente y los enfrentamientos con pandillas organizadas por el régimen de Maduro.
El Congreso de Estados Unidos apoya de forma abrumadora que se tome una acción drástica en contra de la opresión de Maduro. Somos los autores de H.R. 4587, la Ley de Libertad y Solidaridad Democrática en Venezuela, la cual impondría severas sanciones contra los que han participado en abusos de derechos humanos, al tiempo que respalda el fortalecimiento de las instituciones democráticas en Venezuela.
Sin embargo, el gobierno de Obama sigue peleando con el Congreso hasta sobre sanciones que no son polémicas, como negarles visas a los venezolanos que abusan de los derechos humanos. La respuesta del presidente Obama ha sido lenta, débil y trágicamente confusa.
Inexplicablemente, el gobierno espera con gran optimismo que el régimen antinorteamericano de Maduro cambie de postura, a pesar de que todo evidencia que ocurrirá lo contrario. Al parecer, el presidente Obama piensa que EEUU tiene más que ganar en Venezuela si no aprieta la mano en vez de mantenerse firme por la democracia y los derechos humanos. De alguna manera, en la visión del mundo que tiene el presidente Obama, la esperanza se basa en las brillantes posibilidades que se ofrecen a través del “diálogo”. Sin embargo, cuando se trata de los aliados democráticos de Estados Unidos, sí pueden tomarse rápidas medidas punitivas sin discusión alguna.
A principios del primer mandato del presidente Obama, el entonces presidente de Honduras, Manuel Zelaya, trató de ampliar ilegalmente sus poderes ejecutivos con el fin de extender el mandato de su gobierno. Bajo la Constitución hondureña, esta usurpación ilegal implicaba que debía renunciar a su cargo. Una aplastante mayoría de la Legislatura hondureña (entre ella una amplia mayoría del propio partido de Zelaya), los 15 miembros de la Corte Suprema, entre ellos ocho del propio partido de Zelaya, y el procurador general rechazaron el intento de Zelaya de perpetuarse en el poder.
Bajo las órdenes de la Corte Suprema de Honduras, el Ejército arrestó a Zelaya y, de acuerdo con la constitución hondureña, un gobierno civil interino tomó el poder hasta que se celebrasen nuevas elecciones.
Sin embargo, en vez de cerrar filas junto al pueblo hondureño, las más altas autoridades de Honduras y la gran mayoría de sus líderes políticos, el presidente Obama erróneamente llamó “golpe’’ la destitución de Zelaya y declaró que éste debería continuar como presidente el resto de su período, aunque de hacerlo habría violado la Constitución hondureña.
Según el presidente Obama, “El presidente Zelaya fue elegido democráticamente. Creemos que el golpe no fue legal y que el presidente Zelaya sigue siendo el presidente de Honduras, el presidente elegido democráticamente en ese país”.
Rápidamente la administración de Obama se enfrentó al gobierno interino negándole visas a funcionarios para que entraran en EEUU y le retiró $30 millones en ayuda que le daba. No se puede siquiera argumentar que el presidente Obama estaba respaldando a un aliado; Zelaya no era amigo de Estados Unidos, sino un íntimo aliado de nuestros enemigos, entre ellos los hermanos Castro y Hugo Chávez.
Resulta difícil comparar la inacción del presidente Obama y hasta su forma de contemporizar con líderes de países como Irán, Cuba, Rusia, Venezuela y Siria con su intromisión en democracias a favor de EEUU como Israel y Honduras.
El presidente Obama no tiene paciencia con los amigos de EEUU, pero aguanta insultos, indignidades, ataques a las libertades y a los derechos humanos, y brutalidad de sus enemigos. Cuando debe ser circunspecto, es dinámico; cuando debe actuar con decisión, vacila.
Ya es hora de parar la interminable discusión y circunspección. Ya es hora de que el presidente Obama cambie de posición, deje de tener mano suave con Maduro y se ponga al lado del pueblo de Venezuela que está exigiendo se acabe la intimidación y la represión.
El presidente Obama debe abandonar su insegura política exterior. La situación en Venezuela cada vez se deteriora más y pide que se tomen acciones inmediatas y decisivas tanto para debilitar el debilitado y desesperado intento de Maduro para seguir en el poder, a la vez que se fortalece la sociedad civil y las instituciones democráticas venezolanas.
Mario Diaz-Balart representa el Distrito 25 de la Florida en el Congreso. Ileana Ros-Lehtinen representa el Distrito 27. mariodiazbalart.house.gov
Por: Ileana Ros-Lehtinen
Mario Diaz-Balart
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Washington, sábado 05 de julio, 2014
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