El colectivo “Tres Raíces” del
barrio 23 de enero en Caracas
■ Estamos a la orden del Gobierno. Si nos llama, allá hay que ir..
■ “Vamos, chamo. Súbete a mi moto”, dirá con el tono de voz del que acostumbra a dar órdenes. A su autoritarismo le ayuda esa pistola camuflada al cinto, la que fotografiaré poco después de subirme a la “guapa” su máquina negra de dos ruedas. “El Confidencial” se embarca en un recorrido por Caracas con el brazo armado del chavismo.
Caracas.- El barrio 23 de Enero, un populoso lugar donde Hugo Chávez es un dios. Su mirada, convertida en símbolo tras su muerte, aparece dibujada aquí y allá, en muros, en edificios, incluso en forma de tatuaje en el escote de una jovenzuela venezolana. De fondo musical, procedente de una fiesta callejera, suenan vallenatos.
Al llegar al aparcamiento de una antigua chatarrería, un hombre inmenso de piel mulata que luce sobre su cuello un collar de santería me estrecha la mano con su derecha, que parece contener un volcán. Con la otra sostiene un vaso de plástico al que escupe continuamente su saliva ennegrecida por chimó, el tabaco de mascar al que es adicto. El hombre que tengo enfrente es el amo de este territorio. Aquí, hasta las ratas le guardan respeto. Cuenta que se llama John. Pero sé que miente, que usa un pseudónimo para ocultar su identidad.
Hasta este barrio he llegado en un coche conducido por mi enlace, que ha conseguido el encuentro después de tres semanas previas de llamadas estériles. Pronto, con mirada retadora, John pregunta qué quiero exactamente. Le explico que busco conocer de cerca el funcionamiento de un ‘colectivo’, los grupos de civiles armados que dicen proteger con celo y miles de balas la Revolución Bolivariana.
Después, tras pasarme revista y someterme a un tercer grado en una sala con el pestillo echado y cinco de sus chicos de confianza a mi alrededor, John, el jefe del colectivo Tres Raíces, acepta mi propuesta. “Vamos, chamo -me dice ya en la calle-. Súbete a mi moto. Te voy a enseñar quiénes somos aquí”. Con su beneplácito me convierte en el primer periodista español que recorre Caracas en la moto de un líder de la guerrilla urbana del chavismo.
Sin casco, a lomos de su Kawasaki KLR 650, John conduce calle arriba por el temido 23 de Enero. Nos siguen, también motorizados, cinco de sus chicos de máxima confianza. Los viandantes y conductores que nos cruzamos reconocen a mi cicerone; le miran con una mezcla de recelo, temor, respeto y quizás también admiración.
A tipos como el que conduce la moto en la que voy montado, que dicen “preservar la paz por donde camina el pueblo”, se les acusa de actuar contra el narco para arrebatarle su mercado o de ayudar a la guardia bolivariana a reventar a balazo limpio y con el rostro oculto manifestaciones opositoras como las que vive el país desde hace tres meses. “Estamos a la orden del Gobierno. Si nos llama, allá hay que ir”, reconoce sin tapujos. También se sabe que los colectivos han jugado un papel central en la estrategia chavista durante las elecciones, patrullando armados y en motocicletas -¡siempre en motocicletas!- para intimidar al votante.
Mientras conduce por calles escarpadas y laberínticas, nada amigas de foráneos, John me cuenta que nació y creció aquí, entre estas esquinas mordidas por las balas y con la noticia de un nuevo muerto casi cada amanecer. Aquí es donde también quiere morir. “Seguiré en la lucha siempre, no lo dudes”. Hoy, cerca de los 50 años, viste pantalón vaquero y camiseta negra. De sus ojos no retira ni por un instante esas gafas de sol oscuras que le dan un aire de matón justiciero. Cuando le pregunto por sus presuntos vínculos con el narcotráfico, él prefiere hablar de ‘su’ obra.
(*En la grafica) Detienen a miembros de colectivo que extorsionaban a catienses.
Maneja con ‘manu militari’ un batallón:
“Nosotros hemos traído tranquilidad a este lugar”, me dice señalando a un parque por el que pasamos. “En estas calles se han dado ajusticiamientos públicos. Hace un par de años un niño no podía jugar tranquilo sin temor a presenciar una desgracia. Ahora, el que viola, roba o mata, recibe su merecido. El resto son sólo habladurías”. Al instante, como para zanjar por el momento la conversación, aprieta la empuñadura de su moto y da un brusco acelerón. Es su forma de aconsejarme que haga otro tipo de preguntas.
Conduciendo a mayor velocidad, mientras un viento fresco nos golpea el rostro, John reconoce que, como líder de Tres Raíces, maneja con ‘manu militari’ un batallón de 160 civiles armados. Sin embargo, su camada de fieles ‘cachorros’ es de apenas una decena, los mismos que, según me da a entender, suelen acompañarle a ‘abatir’ a los manifestantes que protestan en la calle.
Son ellos quienes esta tarde nos protegen la espalda mientras recorremos estas sinuosas carreteras y pasamos cerca del Cuartel de la Montaña, desde el que Chávez pilotó el infructuoso golpe de Estado de 1992 que le costó dos años de cárcel. “Con las armas y nuestra vida -confiesa sin aparente temor- defenderemos el legado del comandante. No nos importa haber perdido a unos cuantos chicos”.
En este instante aprovecho para preguntar si me va a enseñar ese revólver que acaba de aparecer entre mis muslos y su espalda. Está ahí, junto a su cinturón. Desde mi asiento veo la empuñadura plateada por encima de su camiseta. Ha sido un golpe de fortuna. Su pistola ha quedado al descubierto tras el salto dado por la moto al cruzar un badén. “Nunca te enseñaré mi arma”, dice justo antes de llegar a la sede del colectivo. Pero no importa. Ya le he robado un par de planos con mi cámara. “Baja. Tienes la libertad de hablar con mis chicos…”.
El origen de los colectivos armados:
Colectivos como el que lidera John crecieron con la llegada al poder de Chávez, en 1999. El ex presidente los vio como la vía perfecta para perpetuarse en el Gobierno gracias al poder que éstos ejercían en los barrios más humildes. Aunque dicen defender la democracia y basarse en valores como la solidaridad y el bien común, muchos de ellos -no todos- se han convertido en mini ejércitos autónomos que dictan sus propias leyes en las barriadas de Caracas.
Como Tres Raíces, el colectivo La Piedrita o Los Tupamaros son míticos en el 23 de Enero. El control que ejercen sin llegar a entrar en conflicto entre sí les permite incluso decidir si un policía o un guardia nacional, a los que acusan de “corruptos y de estar ligados al narco”, pueden pisar su territorio. La directora del Grupo de Estudios Políticos de América Latina, Natalia Brandler, explica que “han convertido los barrios en pequeños feudos donde mandan incluso por encima del Gobierno central”.
Pese a que estos pistoleros al servicio de la causa chavista ya existían desde los años 70 como grupos de autodefensa que actuaban contra el hampa en las parroquias más pobres de Caracas, la irrupción de Chávez les dio amparo, armas y financiación a través de ayudas camufladas como subvenciones sociales. Un dinero que les ha servido para costearse motos, teléfonos móviles, cámaras de seguridad… Chávez llegó a decir, una vez alcanzada la Presidencia del país, que los colectivos eran el brazo armado de su revolución. Ahora, con la impunidad de la que gozan por tratarse de formaciones de izquierda marxista, siembran el terror entre la oposición con el beneplácito del Ejecutivo de Nicolás Maduro.
Tras apearme de la Kawasaki entro a la sede de Tres Raíces, un pequeño recinto de paredes blancas en cuyo interior un chico de 25 años arregla una bicicleta. Al inclinarse sobre su plato de cambios me percato de que, como su jefe, oculta una pistola en la parte baja de la espalda. “Nunca se sabe, chamo”, dice guiñándome un ojo. A su lado, sobre una mesa, hay varios walkie talkies que utilizan “para mantener la comunicación durante los operativos” contra los narcos.
“Primero tratamos de echarlos pacíficamente de los edificios desde los que manejan su mercado. Si no se van, empleamos la fuerza”, explica ahora Alfredo Cánchica, un cincuentón que dice haber ayudado a acabar con la presencia de los mercaderes de la droga en sectores del 23 de Enero como La Cañada, la Zona F, el Bloque 32 o La Central, lugares que han pasado a su dominio.
“¿Qué hacéis con la droga que confiscáis?”. La pregunta trastoca a Alfredo, que titubea unos segundos. Luego, me percato de que dirige la mirada hacia John, que está a mi espalda y le hace algún tipo de indicación. “La quemamos”, responde.
Un gimnasio particular:
De nuevo en la calle, frente a la puerta de la sede, encuentro aparcadas una veintena de motos similares a la de John, de esas que cualquier venezolano teme si las ve aproximarse de noche hacia él. Son sinónimo de intento de robo, de secuestro o de asesinato en Venezuela, país al que la ONU ha señalado recientemente como el segundo Estado del mundo con mayor índice de muertes violentas durante 2013 -53,7 homicidios cada 100.000 habitantes-.
Junto a la zona en la que aparcan las motos, el colectivo tiene un gimnasio particular. Al lado de unas pesadas mancuernas está Raimon Mata, un joven hipermusculado y con varios tatuajes en el cuerpo. Cuenta que es campeón sudamericano de full contact y kickboxing. El chico, también miembro de Tres Raíces, sostiene que EEUU promueve las protestas que vive el país desde principios de febrero, con un saldo de más de 40 muertos, en su mayoría del lado de los manifestantes.
“Los yanquis quieren desestabilizar el país para quedarse con nuestros recursos naturales (Venezuela posee unas de las mayores reservas petrolíferas del planeta). Están detrás de cada líder opositor y de los guarimberos (estudiantes radicales que organizan barricadas). Por eso son nuestros enemigos y actuamos cada vez que salen a la calle. Si quieren un estallido social, nosotros responderemos”, zanja.
“Estamos con los compañeros vascos. Ojalá existieran 10.000 ETA”
La directora del Grupo de Estudios Políticos de América Latina, Natalia Brandler, explica que “han convertido los barrios en pequeños feudos donde mandan incluso por encima del Gobierno central”
Raimon ha viajado varias veces a Cuba para recibir entrenamiento militar y adoctrinamiento ideológico. Asegura que otros compañeros han estado en Colombia empotrados con las FARC, o en el País Vasco con ETA, banda terrorista a la que ensalza. “Ellos luchan por su identidad. Nosotros, por proteger el deseo de un pueblo. Estamos unidos por el corazón con los compañeros vascos. Ojalá existieran 10.000 ETA”.
Mientras me despido de Raimon, por delante de nosotros pasa un chico espigado que se muestra huidizo. Lleva barba de una semana y una camiseta de aro al estilo NBA. Al preguntarle su nombre, me responde que puedo llamarle como quiera. “Pero si sacas mi cara, te mato”, responde con una irónica media sonrisa. “Algo habrás hecho para ocultarte así”, le digo. “Atenté a balazos contra el autobús de la diputada María Corina Machado (noviembre de 2011)”, contesta, orgulloso. Luego, el chico se marcha, y yo, impelido por la voz de John, me vuelvo a acomodar en el asiento trasero de su moto.
Al caer la noche, deberás irte. Pero antes quiero llevarte a un par de lugares”. John, al que noto más cercano en su tono de voz, enfila cuesta abajo una larga avenida. Me cuenta que desde los 11 años sabe manejar una pistola como la que tengo a diez centímetros de la entrepierna. Dice que ha recibido ocho balazos a lo largo de su vida, pero no da detalles de quién le disparó. “Eso irá conmigo a la tumba”.
Al poco, junto a sus chicos, llegamos a una pequeña plaza, donde detienen sus motos. Encontramos tres estatuas. “Son Simón Bolívar, nuestro libertador ante los españoles; su compañera sentimental, Manuelita Sáenz; y Manuel Marulanda, fundador de las FARC. Junto al Ché, Fidel Castro y Chávez, son nuestros referentes”. Abandonamos raudos el lugar. Son casi las seis de la tarde y John no quiere despedirse de mí sin que vea la quema de Judas, una tradición de la Semana Santa venezolana. La tarde está languideciendo y, de nuevo a lomos de su Kawasaki, acelera más que nunca. Tanto, que ni nos escuchamos.
Llegamos justo a tiempo. Un muñeco de trapo cuelga de una cuerda en mitad de una plazoleta repleta de gente. Un hombre de unos 70 años le vierte gasolina y, cuando el reloj marca las seis, le prende fuego. Ante el fervor popular, dice que así van a acabar “el Henriquito (en referencia a Henrique Capriles, líder opositor) y la Corinita (por la diputada María Corina Machado)”. John y su camada de pistoleros ríen a carcajadas. “Así será. Acabarán comidos por las llamas”, me suelta poco antes de decirme adiós ese hombre alto, de piel mulata y collar de santería que impone su ley con puro plomo. La noche ha caído. El 23 de Enero ya no es territorio seguro.
Por: Andros Lozano
Redacción/R24
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Caracas, domingo 20 de abril, 2014
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