“Pidámosle al Espíritu Santo que nos
represente en la mesa de diálogo..”
■ El diálogo es bueno, no porque no haya presiones ni sobresaltos, sino porque hay conciencia de la necesidad de entendernos, aún a costa de asumir sacrificios.
El Presidente Maduro dijo que el propio diálogo ya era un logro y tiene toda la razón, pero al mismo tiempo la oposición venezolana le reclamó al gobierno que era necesario honrar la palabra y dar muestras de que lo hasta ahora discutido no ha encontrado eco en el oficialismo y menos aún disposición del gobierno a tomar decisiones. Tal realidad nos permite subrayar que la oposición tuvo suficientes razones como para levantarse de la mesa. Ambos tendrán sus razones, pero si todavía hay conciencia de la necesidad de entendernos, Venezuela espera del gobierno y de la oposición que se sienten de nuevo en la mesa de diálogo, pero con la condición de que la ganancia no sea para alguien en particular, sino para todos los venezolanos en general.
Es la conciencia ciudadana la que obliga y es la conducta política la que compromete. Sino entendemos al pueblo y no actuamos como verdaderos políticos, como hombres y mujeres destinados a ejercer autoridad, habilidad y prudencia para manejar los asuntos de Estado, pues no merecemos entonces el respeto de nadie, ni el de nuestros conciudadanos ni el respeto de la comunidad internacional. Hoy el diálogo nos obliga a una responsabilidad mayor que ayer, porque nos ha puesto a los venezolanos a demostrarle al mundo que somos seres humanos críticos, pero razonables; apasionados, pero justos; guerreros, pero humildes frente a la verdad, y sobre todo amantes de la libertad, pero dispuestos a asumir sacrificios por encontrarla donde la sabiduría lo señale. La civilización la cultivamos utilizando el diálogo y arrancando de nuestro huerto la cizaña de la guerra. El diálogo ha sido siempre nuestro compañero en democracia, y la represión nuestra enemiga en dictadura. La democracia se pierde cuando la represión acentúa, y la dictadura se evita cuando el diálogo nos compromete.
En el diálogo o, acuerdo, de 1958 cometimos el error de dejar por fuera al partido Comunista de Venezuela. Hoy no podemos cometer el error de dejar por fuera a los estudiantes y al pensamiento que ellos representan. El cambio que buscamos no está ni en Cuba ni en los Estados Unidos, está en nosotros mismos. Somos demócratas y no comunistas. Los estudiantes desean desarrollar sus conocimientos y sus proyectos en un país libre, corregir, mejorar y cambiar lo que haya que cambiar, promover y continuar los logros que se hayan alcanzado, pero sobre todo poder actuar con libertad y ver que hay futuro para producir, para crear, para soñar, para poder hacerse un profesional y tener un ingreso digno que le permita formar una familia. Escuchémoslos, ¡por favor! Debemos entender que si los escuchamos a ellos nos estamos escuchando nosotros mismos, porque ellos son nuestras propias voces, la prolongación de nuestras vidas, pero llenas del cambio que nos hemos negado a ver.
La grave crisis económica y la violencia criminal son más que razones para sentarnos a dialogar. Debemos aceptar que el plan económico del gobierno fracasó. El plan social no aguanta la carga, porque no es productivo, es esclavista y dependiente, ata como el pordiosero (el que recibe) al limosnero (el que da), y entretanto, la crisis política exige de manera urgente rescatar la autonomía e independencia de los poderes, así como restablecer el estado de derecho, la libertad de los presos políticos y el regreso de los exiliados. El diálogo es la esencia misma de la civilización y es un buen aderezo, un buen condimento, tanto para encontrar la paz y la armonía, como para frenar la crisis que en ocasiones como ahora sacuden a los pueblos. Sentémonos de nuevo y pidámosle al Espíritu Santo en este tiempo de Pentecostés que ilumine a quienes nos representan en la mesa de diálogo.