El tema de los camisas rojas
venezolanos da dentera…
■ Recuerda a los camisas negras de Mussolini, en una Italia fascista, anegada en medio de la intimidación y del asesinato.
Los camisas pardas del Tercer Reich y los camisas azules de la Falange Española, no tenían mucho que envidiarles. Representaban el rostro más siniestro de regímenes totalitarios, en las antípodas de la democracia y de la libertad. Cambia el color de la camisa pero se mantiene intacto el desprecio por la dignidad humana.
Hoy nos toca contemplar con horror cómo el gobierno de Nicolás Maduro ha gestionado las protestas, que ya se han cobrado cuarenta muertos. Los defensores del Régimen se sienten legitimados para mantener un modelo de gobierno capaz de hundir al pueblo en la más grande de las miserias. ¿Cada cuántos minutos la delincuencia asesina a una persona en Venezuela? ¿Hasta cuándo será posible mantener la legitimidad de un régimen que, mientras habla de paz, golpea y mata a ciudadanos? La imagen de una Venezuela ingobernable queda maquillada con la presencia de los cancilleres de la Unasur. Las protestas, la represión y el desastre económico se han ido enquistando con el tiempo. Por el momento, la única respuesta ha sido la violencia, la arbitrariedad y la censura informativa, el recorte de las libertades y los atentados contra la vida. Son temas que no se solucionan de cara a la galería debatiendo en televisión… Mientras no haya voluntad de crear una sociedad ética y democrática, todo serán cortinas de humo.
Me uno a Amnistía Internacional y, sobre todo, de la Conferencia Episcopal Venezolana. Mis hermanos obispos han sufrido con el pueblo, se han pronunciado con valentía y han intentado ser instrumentos de paz, quizá por eso ridiculizados por los que no la quieren. Las palabras y las iniciativas caerán en el vacío mientras no haya disposición de ir al fondo de la crisis, derectificar políticas, de garantizar la seguridad y la vida de los ciudadanos, de frenar a los grupos de choque, a los camisas rojas, capaces de matar impunemente.
Hoy está en juego, en esta Venezuela ensangrentada, el sistema democrático, el único capaz de garantizar la vida y el futuro en paz de los ciudadanos. Las revoluciones que anteponen el poder a la vida y a la libertad de las personas sólo generan miseria. Los pueblos bolivarianos tienen derecho a buscar caminos de desarrollo que ayuden a salir del atraso y de la pobreza. Pero nadie sacará a nadie de la postración al precio de ignorar derechos y libertades. La democracia es como el pan: hay que ganársela día a día. Bien lo sabía el viejo Mandela cuando advirtió a los suyos, ahogados por la sed de la venganza, que era más importante el voto que la guerra. Pero Mandela era un estadista, un hombre ético, al que su país entero le cabía en el corazón.
Bien haría la oposición en conciliar. No es momento de dividirse, sino de apostar por Venezuela.
Por: Julio Parilla
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miércoles 16 de abril de 2014
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