San Cristóbal es escenario de batallas
campales desde hace más de 30 días
■ La frontera al caer el sol.
■ Los semáforos y alumbrado público sufrieron los embates de la guerra en la región andina.
■ “Bienvenido a esta tierra dolorida”. A Graciela se le aguan los ojos porque Táchira, su tierra, le duele. No es para menos.
■ El norte de la capital es escenario de batallas campales desde hace un mes, en el ciclo de protestas más largo de los últimos años.
■ Barricadas hechas con basura quemada, barreras metálicas, troncos y lavadoras, bloquean diversas calles de la ciudad de San Cristóbal (oeste), la cuna de las protestas opositoras en Venezuela.
San Cristóbal.- Febrero será recordado como el mes cuando la guerra se apoderó de varias zonas residenciales de Venezuela. El norte de San Cristóbal (Táchira) es escenario de batallas campales desde hace más de 30 días. Allí, protestantes encapuchados hacen barricadas y efectivos militares las derrumban en una rutina bélica desgastante.
El estado de sitio atenta contra los gestos humanos, limita el libre tránsito y la interacción que nos hace sociables. Eso es lo que trae loco a Guillermo Márquez desde hace 30 días, cuando el norte de San Cristóbal se convirtió en el escenario de una encendida batalla campal entre protestantes y los cuerpos de seguridad del Estado.
Guillermo es un joven empresario, recién casado, quien vive en una de las torres desperdigadas en la avenida 19 de Abril: “No puedo prender las máquinas de mis telares porque falla la luz, no hay combustible y el proceso es de 24 horas. Si sales a la calle después de las 8:00 pm, o te agarran las protestas, la guardia o los malandros. No hay salvación”, advierte con tristeza.
El ramillete de las avenidas Rotaria, Ferrero Tamayo, España y Carabobo junto al complejo ferial de Pueblo Nuevo permanecen bloqueados, total o parcialmente en las últimas semanas. Esto acabó con la vida nocturna de la capital tachirense por lo que es común pasear por zonas como Barrio Obrero y conseguir que todos los locales estén cerrados, en general.
Las pocas licorerías que trabajan bajo su propio riesgo, venden la caja de cerveza en precios que oscilan entre los Bs. 400 y 500. Rones, vodka y anís subieron a precios de contrabando y el whisky está ausente. “Acá nadie nos garantiza la seguridad, trabajamos medio día, a veces hasta las 2:00 pm y cerramos. Toda la policía está concentrada en los disturbios y los choros se aprovechan de eso”, explica Daniel Rincón, dueño del establecimiento.
Decenas de heridos y tres víctimas mortales son parte del saldo de las manifestaciones. Daniel Tinoco, de 24 años, líder estudiantil de la Unet, falleció el 10 de marzo al recibir un disparo en el pecho en un enfrentamiento con encapuchados en la avenida Carabobo. Jimmy Vargas, de 34 años, murió el 24 de febrero al caer de un techo mientras preparaba la defensa de su urbanización, y Luis Gutiérrez chocó contra una barricada en Rubio, accidente que le causó una muerte instantánea.
Testigos como el concejal José Vicente García han declarado que Tinoco se encontraba en la intersección de las avenidas Carabobo y Ferrero Tamayo cuando un grupo de encapuchados bajaron del sector de Barrio Obrero disparando. Hirieron a siete personas más.
El llamado a la protesta generalizada en las calles sancristobalenses se inició a través de las redes sociales, cuando grupos de estudiantes y población en general coordinaron el cierre de calles y avenidas.
Al caer la tarde, el norte de la ciudad se puebla de sombras. Semáforos y alumbrado público sufrieron los embates de la guerra. Los utilizaron como materiales de barricadas los manifestantes o los tumbaron las tanquetas de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) en alguna huida. Los encapuchados demuelen, queman y apilan materiales en las sombras: “Estas son nuestras trincheras de la libertad, aquí no somos paramilitares. Estamos aquí porque la comunidad nos apoya y queremos un cambio económico, porque la frontera ya no puede resistir esto”, comenta Johnny, un guarimbero quien se identifica como estudiante.
La noche está signada por la espera. Los vecinos esperan escuchar cada madrugada los morteros de los protestantes al encontrarse con la policía. Otros esperan que no se repita la pesadilla de los gases lacrimógenos y, unos pocos, duermen con las puertas abiertas para que los estudiantes se escondan al enfrentarse con los oficiales.
Las calles vacías y oscuras resplandecen a lo lejos con los fuegos fatuos de cauchos quemados o los fogonazos de perdigones. En las casas el insomnio, esa vigilia forzosa y silente, se apoderó de los vecinos convirtiéndolos en testigos obligados de cada ballet violento que se inicia al avance de la tropa estatal y su choque con los palos, piedras y bombas molotov de los manifestantes.
Una hora antes de rayar el alba, muchos insomnes se lavan la cara y salen a incorporarse en las colas para comprar víveres. “Llevó desde las 4:00 am porque me avisaron que llegó la leche y tengo niños. Anoche no dormí ni poquito porque arribó la guardia y se armó una pelea hasta hace ratico”, dice Sonia con los ojos hinchados en la cola del supermercado Garzón. Tuvo suerte porque le tocó el número 785, eso significa que llegará a su casa después del mediodía y, con suerte, dormirá unas horas. En la noche volverán el insomnio, las detonaciones y el terror que le roba el sueño a todos los que habitan en la frontera.
Dos edificios fueron incendiados:
La sede de la Corporación Tachirense de Turismo, y la Oficina de Relaciones Internacionales y Enlace (Orie), fueron consumidas totalmente por el fuego. La sede de Cotatur, otrora Banco de Maracaibo, Premio Nacional de Arquitectura, quedó casi en cenizas. Igual suerte corrió la Inspectoría del Trabajo. El viernes fueron afectados por el fuego una notaría, un kiosco del Saime y una garita. En todos los casos, las autoridades acusan a los manifestantes, mientras que estos señalan a los miembros de los colectivos.
La Gobernación denuncia que, a causa de la quema de desechos, el asfalto de seis calles del norte de San Cristóbal se deterioró. Aún no cuantifican los daños.
En materia agrícola, representantes del Ejecutivo regional estiman que, a causa del cierre de vías, cerca de 100 toneladas de legumbres y vegetales se pudrieron desde que comenzaron las manifestaciones a principio de febrero.
Sin militancia:
“La resistencia sigue, aquí vamos a seguir a pesar de lo que diga el gobernador y de que muchos estados estén apagados. El Táchira sigue porque no somos partidos políticos, sino la sociedad civil con los estudiantes que queremos seguir con esto”, dice Jairo, un estudiante de Derecho encapuchado con una franela aurinegra del Deportivo Táchira.
Junto a 12 jóvenes más, todos con el rostro cubierto, vigilan las barricadas de la avenida 19 de Abril frente a las residencias El Parque como si se aprestaran a hacer barra en el estadio de Pueblo Nuevo. Sus edades van de 15 a 30 años por lo que, a veces, ríen, se abrazan y explican las proporciones de la molotov perfecta, como si de un cubalibre se tratara.
El paso por su avenida está obstruido con basura, cauchos quemados, muebles, restos de rejas metálicas y guayas de ascensor. En uno de los edificios, una larga pancarta azul reza: “RESISTENCIA ART. 350”. Cada noche hacen guardia en la azotea de los edificios, en turnos que van de dos a seis horas, y tienen un rudimentario pero efectivo sistema de alarmas: cuando alguien de las cuadras adyacentes avizora a los oficiales, tocan con fuerza los postes y así se enteran.
También usan walkie talkies y, a las 4:30 am se reúnen para apilar materiales de desecho y un grupo vigila con “cañones” de morteros para prevenir las incursiones de la Guardia Nacional: “Esto lo financiamos con nuestro propio dinero y los vecinos de la comunidad nos bajan desayuno y agua. No recibimos apoyo de partidos ni cobramos peaje, al que quiera ayudarnos siempre le pedimos que traiga comida en vez de dinero”.
María, vecina del sector, explica que es chavista y siente el hostigamiento por su posición política: “Por Twitter pusieron una foto mía donde dicen que soy la sapa. Pusieron mi nombre, dirección, edad y cédula, pero a esa persona la denuncié ante la Fiscalía ayer”.
Cuenta que antes todos los vecinos se querían y respetaban. Se lamenta porque ellos piensan que es delatora: “Ellos no cobran peaje, pero nos joden la vida”. El ministro de Interior y Justicia, Rodríguez Torres, afirmó esta semana que manifestantes tachirenses exigen dinero para dejar pasar por las vías.
La muerte lenta:
En la esquina de la urbanización Las Acacias queda la unidad de servicios nefrológicos Unetaca. Los enfermos renales necesitan dializarse por cuatro horas, cada día por medio, pero la carencia de insumos y las protestas han hecho que estos pacientes solo lo hagan por dos horas: “El depósito se está quedando vacío y, a veces, los enfermeros no pueden llegar por los tranconazos. Cuando me dializan menos las toxinas perjudican mucho, puedo contaminarme y me muero más rápido”, dice Dalgys Carvajal, con voz débil.
En febrero murieron cuatro pacientes de esta unidad mientras el resto languidece, gota a gota, como los reactivos. Yolanda Ortiz trae a su esposo, desde Palmira, en una penosa travesía interdiaria: “Yo pido tranquilidad para los pacientes renales, porque ellos sufren mucho al ver todas las trancas, las bombas molotov, mangueras con clavos, y eso no debe ser”.
Por: Albinson Linares/ÚN
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Caracas, martes 18 de marzo, 2014