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    RODOLFO IZAGUIRRE: Acusados

    “Al banquillo…”

     

    No es el banco largo de madera o de hierro que encontramos en los parques o en algunos restaurantes en el que pueden sentarse varias personas. Tampoco es la banqueta que sirve para colocar los pies o el escaño donde en algunos países serios se sientan, en audiencia pública, los diputados o los ministros. Hablamos del banquillo, un diminutivo que al parecer sólo tiene un uso específico vinculado a la justicia o a su administración. Hablamos del banquillo de los acusados, es decir, del asiento en que se coloca el procesado ante un tribunal. Por eso se dice que estar, sentarse, hallarse en el banquillo de los acusados significa ser juzgado procesalmente, y por extensión, ser sometido a juicio valorativo o inquisición. ¡Fue esto último lo que me ocurrió en 1968! Durante su exitoso paso por el Inciba, Simón Alberto Consalvi me ofreció, y acepté, la Dirección de la Cinemateca Nacional. Eran los tiempos de la subversión armada y los fundamentalistas de la extrema izquierda me sentaron de inmediato en el banquillo y me acusaron de estar no sólo “incibado”, es decir, vendido al gobierno de Acción Democrática, sino algo más infame y vergonzoso: ¡vendido al imperialismo! Para decirlo en actuales términos bolivarianos: a los 37 años de edad ya era yo un traidor a la patria. Me entró cierto desánimo, porque de haberme vendido lo habría hecho por algo más sustancioso que por aquella pobre Cinemateca: un ministerio, tal vez; la Presidencia de Pdvsa durante cuatro o cinco meses habría sido más que suficiente o la Embajada en Francia. Tratándose del imperialismo, ¡una abultada cuenta en las islas Caimán no hubiese caído mal! La justicia además de ciega es cómplice de la injusticia; quiero decir, cooperadora del reverso de su propia efigie. La historia judicial está llena de trágicos errores que han conducido al patíbulo a gente inocente. Cuando le sonríe al caudillo de turno o al déspota militar, la justicia sólo se ocupa de amedrentar a los ciudadanos honestos y nunca resultan culpables quienes delinquen desde el poder: jamás los veremos en el banquillo de los acusados a menos que la justicia se quite la maldita venda que le ha impedido hasta entonces ver los rostros de los verdaderos culpables. Algunos andan alegres por la calle a pesar de que se les vio en televisión disparando contra los manifestantes; pero fueron calificados desde el Gobierno como personas honorables. La dictadura militar sienta a la gente en el banquillo por vestir una camiseta en la que se asegura que la revolución apesta, o por protestar contra la manera deplorable como funciona el Metro de Caracas o, simplemente, por opinar, por disentir.

    Una vez, en Barquisimeto, después de las navidades, mi mujer y yo fuimos a saludar a nuestro amigo Pablo Chiossone, magistrado y juez en la Sala de Juicio del Poder Judicial del estado Lara. Entramos a los tribunales, preguntamos por el doctor Chiossone y alguien nos condujo mientras nos advertía que el doctor Chiossone estaba en ese momento dictando sentencia. “Pero pueden esperarlo aquí”, dijo el funcionario y señaló una pequeña estancia amoblada solamente por una silla y un largo banco de madera sin respaldo. En él nos sentamos hasta que se abrió al fondo una pequeña puerta muy disimulada y apareció Pablo Chiossone. Al vernos, y antes de saludarnos con su gentileza y legendario don de gentes, Pablo gritó, alarmado: “¡No se sienten allí, que allí se sientan los reos!”. Fue como si hubiera accionado un dispositivo oculto porque algo me ahogó: el miedo, la mala conciencia, quizás, y con la expresión de quien realmente está convencido de que el veredicto será de culpabilidad con temblorosa voz y prefigurando los barrotes del calabozo dije: “Belén, ¡estamos sentados en el banquillo de los acusados!”.


    Por: RODOLFO IZAGUIRRE
    izaguirreblanco@gmail.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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