Las cifras son
aterradoras..
La magnitud del problema desemboca en una sensación generalizada de inseguridad que abarca a todos los sectores sociales. Existe una relación de causa-efecto que es imposible de obviar, aunque, por supuesto no sea la corrupción ni causa única ni la peor.
Tal como se ha dicho y redicho, Venezuela es uno de los países más violentos del mundo. Incluso se le cataloga, según algunas fuentes, entre los seis más violentos.
Tan grave, sin embargo, como la violencia misma, es que la sociedad venezolana se ha “acostumbrado” a ella. Con resignación se acepta que vivimos en la violencia y ¿qué se va a hacer? Además, de unos pocos años para acá hemos escalado algunos peldaños en ese triste ranking de la violencia.
El asesinato de siete agentes policiales en la última semana y de 69 en lo que va de este año, forma parte del conjunto de homicidios que ocurren diariamente en el país y que, según todas las proyecciones, conducen a que el año sea cerrado con alrededor de veinte mil muertes violentas, casi todas a balazos y prácticamente todas en las barriadas populares.
Son precisamente los pobres las principales, por no decir las únicas, victimas de la violencia endémica que nos azota y atribula. Las cifras son aterradoras y la magnitud del problema desemboca en una sensación generalizada de inseguridad que abarca a todos los sectores sociales.
Existen ya muchos estudios sobre el tema, explicando sus causas y razones, que son muy diversas, pero quisiéramos abordarlo desde la perspectiva de una de ellas, la del lazo que se ha ido anudando entre la corrupción en la alta administración pública y el crecimiento exponencial y avasallante de la violencia delictiva.
No es casual que a medida que el robo de los dineros públicos se ha ido incrementando con el tiempo, el de la delincuencia corra paralelo con aquel.
Existe una relación de causa-efecto que es imposible de obviar, aunque, por supuesto no sea la corrupción ni causa única ni la peor.
Sin embargo, por ejemplo, cabe preguntarse cómo recibe el venezolano común la noticia de que el exteniente, exministro y exgobernador Rafael Isea se ha refugiado en Miami, llevándose consigo, según las noticias provenientes de fuentes oficiales, alrededor de 70 millones de dólares.
Nicolás Maduro ha asomado retóricamente su voluntad de luchar contra la corrupción. Pero, obras son amores. ¿Por qué no comienza por solicitar la extradición de Isea o, por lo menos de señalarlo? Mas no.
Lo que se le ocurrió fue el despropósito de apuntar hacia Henrique Capriles y hacia la oposición en general, como responsables de la corrupción. Es el colmo.
El chavo-madurismo tiene en sus manos toda la administración pública central y casi toda la descentralizada y no existe rincón de ambas donde no se hayan producido actos de corrupción. En los últimos años el problema ha adquirido visos de terrible calamidad pública.
Incluso, ya el mero hecho de acusar a la oposición es propiamente un acto de corrupción. Desviar la atención hacia gente que no tiene nada que ver con el problema es absolver de antemano a los verdaderos culpables.
Eso es complicidad con el delito, ya lo dijimos hace unos días y lo repetiremos hasta el cansancio, porque la corrupción administrativa no podría florecer si desde las alturas del poder no se la encubriera. Eso es contigo, Nicolas.
Por: Teodoro Petkoff
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