El criminal tejemaneje
de la Guardia Nacional
■ Los cargamentos en ruta a los puertos y aeropuertos los traficantes dejan un reguero de veneno que los venezolanos están consumiendo a ritmo creciente.
El hecho de que las 31 maletas donde iban 1,3 toneladas de cocaína hayan sido descubiertas fuera del territorio nacional refuerza la falsa impresión de que la droga pasa por Venezuela, pero no se queda.
Un somero rastreo en la prensa de los últimos años demuestra que hay un cierto acomodo con la idea de que el país es puente de los estupefacientes, un mero tránsito, pero no hay de que preocuparse porque todavía no estamos en el elenco estelar de los consumidores de sustancias ilegales. Como si ser el corredor de las mafias fuera muy chévere y un atenuante puesto que, supuestamente, los alijos pasan olímpicos sin dejar ni una postal de recuerdo.
Incluso los voceros del Gobierno demuestran una curiosa familiaridad con esta noción, según la cual la droga pasaría de largo, casi en puntillas como los adultos la noche de Navidad, sin molestar el sueño de los justos ni causar ningún estropicio. Esta versión se alínea a la permanente actitud del gobierno chavista de poner las culpas en otro lugar (con frecuencia, los más inusitados e inverosímiles), y jamás admitir las propias responsabilidades. Si el país no es más que un pasillo por donde la droga circula de lo más considerada y sin ensuciar el piso recién pulido, entonces las culpas son de otros, del país de donde salió y del que será su destino final. Nuestra participación en el asunto no va más allá de la ubicación geográfica de Venezuela.
La reacción automática del Gobierno al divulgarse el hallazgo de la cocaína en un avión de Air France salido de Maiquetía rumbo a París fue atribuir el criminal tejemaneje a “una mafia de italianos y británicos”. Ni una palabra sobre las autoridades del terminal ni sobre la Guardia Nacional, componente de las fuerzas armadas encargado de custodiar las fronteras y de pararle las patas al narcotráfico. En vez de eso, y antes investigar, el dedo del régimen apunta para afuera. Pa’llá. Bien lejos. Donde parezca que no se tiene control.
Todo eso es mentira. La verdad es que las autoridades venezolanas sí están obligadas a impedir que el país sea el desfiladero de contrabando (de ingreso y de extracción), de tráfico de estupefacientes, de personas y de funcionarios extranjeros que vienen a entrepitear en los asuntos nacionales.
La verdad es que la droga pasa en volúmenes cuyas dimensiones ignoramos, pero tenemos razones para sospechar que es mucha, como también es mucha la que se queda. Es mucha la que se distribuye y se vende. Y es mucha la que se consume. Pregunte usted a cualquier profesional de la salud, a uno que no esté vinculado directamente con el consumo de sustancias ilegales, se sorprenderá al comprobar hasta qué punto la drogadicción es un problema de salud pública en Venezuela. Se quedará usted abismado al asomarse al insondable mundo de la dependencia de las drogas en Venezuela. No en los países productores, conjunto al que por fortuna todavía no hemos ingresado. También en este aspecto el Gobierno tiende a un discurso edulcorante de la realidad.
Nicolás Maduro intenta presentarse como un adalid contra el narcotráfico y dice haber incautado 36,84 toneladas de droga en lo que va de 2013; pero hace dos semanas, Estados Unidos incluyó a Venezuela en la lista de países fracasados en su lucha contra el tráfico de drogas. Un grupito donde nos codeamos con Birmania y Bolivia. En noviembre del año pasado, la Oficina Nacional Antidrogas (ONA) hizo un estudio en 2009, con una muestra de 74.465 estudiantes para indagar en consumo de drogas de la población estudiantil y, según los voceros de la ONA, Venezuela es uno de los países de la región con la tasa más baja de consumo de drogas lícitas e ilícitas de población escolar. Esta es un información que sorprende puesto que un año antes, en 2011, la Organización Mundial de la Salud había revelado que el aumento de adictos a los narcóticos ilícitos en los últimos 10 años se incrementó 30% en Venezuela, donde los niños de nueve años ya consumen sustancias estupefacientes (mientras que una década antes el inicio era a los 13).
La verdad es que en Venezuela es muy fácil conseguir drogas. El acceso presenta muy pocas trabas, incluso para niños en edad de estar en piñatas. La verdad es que los venezolanos seguimos creyendo que los riesgos no son tan altos. La verdad es que tenemos poca información. La verdad es que los cargamentos en ruta a los puertos dejan un reguero de veneno que los venezolanos están consumiendo a ritmo creciente y con consecuencias cada vez más trágicas. La verdad es que la violencia que se ha desa-tado y la escandalosa cifra de homicidios, una de las más altas del mundo, se deben en muy buena medida a esa mercancía de sombras. La verdad es que la subestimación del problema equivale a su desatención.
La verdad es que la sociedad no se ha plantado frente a este flagelo con la determinación necesaria.