El secuestro del padre de
la gobernadora Hernández
Todavía tiene fuerzas para vigilar la marcha de su clínica e incluso para manejar su camioneta, aunque no faltaban los que siempre buscaban una excusa para no montarse con él y a sus espaldas argumentaban que les daba miedo porque ya estaba muy viejito.
Pero eso de viejito parece que no va con él, y sus dolencias las tiene controlada a punta de medicamentos, pócimas y menjurges indígenas, que le preparan amigos de su región natal.
Es mucha la experiencia que ha logrado acumular en sus ochenta y cuatro años, pero sobre todo experiencia política, mucha de la cual ha transmitido a su hija Lizeta. ¿Qué se iba a imaginar Simplicio que treinta y pico de años después su hija seguiría sus pasos y también llegaría a ser gobernadora del estado Amazonas? Pero sÍ, la hija también le salió política y guerrera como él.
Cuando a Simplicio lo secuestraron, cosa que nadie en la región creía factible, Lizeta Hernández estaba en Caracas, porque había una reunión urgente con varios gobernadores, y nadie hallaba cómo hacer para decirle la noticia, hasta que, por fin, un familiar cercano, que tenía el número de un celular al que muy pocas personas tenían acceso, decidió comunicarse con ella y le dio la noticia de sopetón. Dicen que a Lizeta le fallaron las piernas y que estuvo a punto de caerse y que no se cayó porque estaba al lado de una mesa y se apoyó en ella. La gobernadora trancó la llamada y se sentó con dificultad y el que se dio cuenta de que algo no andaba del todo bien fue uno de los gobernadores que estaba a su lado, quien de inmediato se le acercó y le preguntó qué le pasaba y ella, entre sollozos, le contó y dicen que el gobernador la abrazó y le dijo que todo iba a salir bien y después la soltó y le manifestó que había que llamar al ministro del Interior y llamaron al Ministro.
Lizeta voló de inmediato para Tucupita y allí se enteró de cómo se habían llevado a Simplicio y que ya aquellos hombre habían llamado por teléfono y que parece que no le tenían miedo a que fuera el papá de la gobernadora, quien había sido gobernador también, y que estaban dispuestos a llevar el asunto hasta el final. Pero a Lizeta le daba miedo el final, porque no sabía si acaso Simplicio iba a soportar todo aquello. El se veía duro, pero uno nunca sabe. Y supo que ya andaban buscando a los secuestradores y que habían tomado todos los accesos fluviales para evitar que lo sacaran por el agua y que también habían instalado varios puntos de control en los límites con los estados Bolívar y Monagas porque no querían que lo sacaran de la región por tierra tampoco; y que la camioneta de Simplicio la habían dejado abandonada en la sede de la Corporación Venezolana de Guayana, en Tucupita y que la policía estaba buscando huellas en la tapicería y en los asientos y que una señora que iba con Simplicio cuando se lo llevaron ya la habían interrogado y había aportado algunos detalles importantes.
Pero pasaban los días y Simplicio nada que aparecía y la gobernadora Lizeta convocó a una rueda de prensa y salió en la televisión, toda desencajada, tristona y pidió clemencia a los secuestradores, que no le fueran a hacer nada a su papá y que tuvieran cuidado con su estado de salud y les dio los nombres de las medicinas que él estaba tomando.
Pero transcurrió casi un mes para que Lizeta volviera a ver a su padre y lo vio más flaco y envejecido, pero con su mismo temple de guerrero y era él quien le daba ánimos a ella. Lo encontraron unos indígenas en un área intrincada entre los municipios Tucupita y Pedernales. Estaba bien de salud, pero un poco deshidratado y ahora no le salía saliva, sino que tenía toda la lengua blanca, como pegostosa, pero eso después se le pasó. Dicen que fue que los secuestradores se asustaron porque la policía les estaba pisando los talones y lo dejaron botado en la selva, porque pago de dinero no hubo. Pero también dicen que fue que lo dejaron cuidando con un señor y que en un descuido de éste, Simplicio se le fue. Pero Simplicio ahora no quiere hablar del asunto.
Lo cierto es que varios días después detuvieron en Tucupita a Francisca López, mientras que en San Bernardino (Caracas) agarraron a María Marín, Laura Liccien y Ana Pino y les achacaron secuestro agravado, asociación agravada y legitimación de capitales. Igualmente capturaron al colombiano Mario Liber Cardozo, alias “Camilo”, jefe de la banda criminal, así como también Luis Roberto Acosta (a quien pescaron en Apure), Toribio Zabaleta y Jesús Sifontes. Al grupo les decomisaron varios fusiles de alta potencia, balas como arroz, vehículos y una lancha. Todos, incluidas las mujeres, fueron condenados a treinta años de prisión.
Pero la alegría duró poco:
A los hombres los mandaron detenidos para las colonias móviles de El Dorado, pero meses después dejaron el pelero, dicen que con una ayudadita de algunos guardias nacionales. Todo ocurrió en medio de una confusión, porque ese domingo se celebraba el Día del padre y los reclusos habían organizado una fiesta, aunque padre no tenían. Los antisociales, que resultaron ser seis, sometieron a varios GN y les quitaron sus fusiles AK-103. Hubo un gran operativo y dos de los evadidos fueron recapturados y otro cayó muerto en medio de un tiroteo.
Pero entre los tres que nunca agarraron estaba el colombiano Mario Liber Cardozo, así como Luis Acosta (los que se habían llevado a Simplicio) y otro de hombre Ender.