Tiempos de cambio
Hace cuarenta años, el 11 de septiembre de 1973, se produjo un sangriento golpe de Estado contra el primer presidente socialista electo por los votos del pueblo en América Latina. Salvador Allende fue derrocado por militares encabezados por el comandante del Ejército, el general gorila Augusto Pinochet, y prefirió la muerte antes que rendirse a los cabecillas de esa pesadilla.
Allende permaneció en el Palacio de la Moneda mientras éste era bombardeado por los golpistas, y antes de su confusa muerte llamó al pueblo chileno a no sacrificarse, pero tampoco a arrodillarse frente a los “milicos”, resistir, pero ya era tarde. Se había consumado el zarpazo.
El Estadio de Santiago de Chile, el mismo donde recientemente fue derrotada nuestra selección Vinotinto, fue convertido en un campo de concentración, y allí fueron llevados y asesinados hombres y mujeres chilenos, entre ellos, el inolvidable cantante Víctor Jara, a quien también lo sometieron a terribles torturas. Se iniciaba así la larga noche de la dictadura fascista de Pinochet, y se frustraba la posibilidad de iniciar por estas tierras latinoamericanas una experiencia de inspiración socialista nacida del voto popular. A las contradicciones existentes entre los componentes más diversos de la izquierda chilena, agrupados o no en la gobernante Unidad Popular, se sumó una terrible conspiración de la más rancia derecha chilena, como elementos que favorecieron el golpe, que ya venía siendo alimentado, promovido y orquestado por la Central de Inteligencia de Estados Unidos y por corporaciones como la International Telephone and Telegraph, según denuncias formuladas en aquella remota época.
Los extremos llevaron al golpe. Por un lado, el MIR chileno, con sus radicalismos fuera de lugar, tomando iniciativas que le restaban apoyo a Allende en los sectores medios, y por el otro, los grupos de extrema derecha, entre ellos Patria y Libertad, y sectores del partido Demócrata Cristiano, forzaron la barra para hacer inviable el camino chileno al socialismo.
Pero el acoso de la ultraderecha chilena contra el gobierno del presidente Salvador Allende se inició prácticamente antes de que éste asumiera la primera magistratura, luego de su triunfo electoral. A los pocos días de los comicios es asesinado el comandante del Ejército, general René Schneider, un militar demócrata que en aquel momento representaba una garantía para que el Congreso ratificara la voluntad popular y eligiera al abanderado de la Unidad Popular.
La Democracia Cristiana Chilena se hizo la “pendeja” frente al golpe, en la creencia de que a la vuelta de la esquina estaría de nuevo en el poder. Pasaron 17 años de dictadura para que, mediante un plebiscito, Pinochet abandonara la Presidencia pero no la Comandancia General del Ejército. Vuelve la democracia, pero aún se mantiene la constitución heredada del pinochetismo.
Allende no tuvo respiro, porque el experimento socialista chileno se enfrentaba con poderosos enemigos internos y externos. Hoy los documentos desclasificados por la CIA hablan por sí solos sobre el papel que el gobierno de Richard Nixon desempeñó en el derrocamiento del presidente chileno. Por muchos errores que haya podido cometer el gobierno de la Unidad Popular, nada justificaba el surgimiento de una dictadura sangrienta que imitó sin ningún rubor los procedimientos de los nazis alemanes. Miles de muertos, torturados, desaparecidos y exiliados fue el saldo inicial de la “gestión” de la junta militar pinochetista.
Venezuela, es bueno recordarlo, recibió en las décadas del setenta y ochenta a miles de chilenos, uruguayos, bolivianos y argentinos víctimas de las dictaduras militares impuestas en el Cono Sur. La solidaridad con los perseguidos nunca cesó en nuestro país. El espejo de lo ocurrido en Chile siempre tiene que estar presente en Venezuela. Todos, sin excepción tenemos que mirarnos en él de vez en cuando.
Por: VLADIMIR VILLEGAS
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@vladivillegas
Política | Opinión
EL NACIONAL
Martes 10 de septiembre del 2013
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