El torbellino social es el
pan nuestro de cada día
■ Los socialistas al igual que Fritz y Franz vende el diván para evitar el adulterio.
El más votado de los participantes en las primarias de Argentina fue el alcalde Sergio Massa, antiguo jefe del gabinete de Cristina Kirschner. Es un hombre hostil al exagerado estatismo del gobierno y amigo de políticas de descentralización y apertura. La importancia de la victoria de Massa no se mide solo en votos contados, sino en la calidad política de su registro. Ganó en Buenos Aires, el conglomerado más importante del país. Como la oposición venció en los cinco distritos electorales más grandes, puede pronosticarse que en las próximas elecciones parlamentarias conseguirá una representación capaz de darle el puntillazo a la reforma constitucional alentada por la locuaz mandataria, deseosa como está de reelegirse en 2015. Pudiera ser la muerte del kirchnerismo. Requiescat in pace.
Coinciden los analistas de la economía en identificar las causas del duro traspié sufrido por doña Cristina. En primer y decisivo lugar la acelerada inflación durante su segundo mandato. Luego la estampida de capitales pese (y diría por) el estricto control de cambios. Y para cerrar, el salto acrobático del auge a la recesión, todo adornado por la recrecida violencia urbana. La desconfianza y el miedo inhibieron con razón a los argentinos. El peligro de mezclar inflación y recesión (stagflation) resulta un plato indigesto para cualquier estómago.
En casi todo el mundo la inflación está bajo control. En Latinoamérica es esa una auspiciosa realidad. Los países de la promisoria Alianza del Pacífico, negación absoluta de la politiquera y gravosa ALBA, exhiben una envidiable estabilidad monetaria: Chile 1.9%, Colombia 2.2, Perú 2.8, México 4.1.
¿Y Argentina? Mucho: 10.5%. ¿Y la atormentada Venezuela? Al cierre de este año le rascará la barriga al 45%, si no más. Ni hablar de la violencia urbana. Si los argentinos no aguantan la suya, qué dirán los venezolanos de su tormentosa inseguridad, muy por encima de la media hemisférica. El ambiente, créanme, es sombrío.
Cristina es más peleona que peleadora. Creyendo que el asunto es ponerse enérgico, dio un grito emanado de lo profundo de sus entrañas, para alentar a sus seguidores a volver a la carga. Pronto descubrirá cuán difícil es revertir la tendencia sin cambiar de modelo, y lo peor: aun si tomara la valiente decisión de cambiarlo los efectos no se harán sentir con la rapidez deseada. El estatismo, el centralismo, el eco del radicalismo chavista. Es una carga diabólica. El poder se les escapará de las manos. ¡Quién aguantará la borrachera de tangos del entorno presidencial!
No obstante, ya en el hemisferio se sabe que la crisis del modelo madurista es por mucho la peor de todas. La ilusión de riqueza se ha desvanecido al paso de la monstruosa gestión gubernamental. Un resobado apotegma proclama que el mejor sistema es aquel capaz de mejorar la condición de vida de los seres humanos. En un momento de sano pragmatismo lo sostuvo El Libertador, al postular la supremacía del sistema que produzca la mayor suma de felicidad posible. Lo demás sería retórica, brillo de luciérnaga.
Antes de la caída en cadena de los países del socialismo real, sus líderes sostenían lo mismo. Para ellos en poco tiempo el socialismo soviético superaría a EEUU en producción bruta y per cápita. En fin, se aspiraba a medir las virtudes del modelo por su impacto en el ser humano y no por las grandilocuentes promesas de felicidad anunciadas por disparatados líderes. Según Maquiavelo los hombres no actúan conforme a sus declaraciones de virtud. Y sin ánimo de mejorar esta certera opinión, me permito acotar que los ilusos proceden así porque ya no tienen maneras de honrar sus ofertas.
Ya lo sabemos: muchos venezolanos –la mayoría en las dos aceras– toma a Maduro a la chacota por sus continuas y extravagantes promesas. ¿Cree en ellas? No lo sé. O tal vez sí, lo que sería más grave: no puede y ni siquiera lo sabe. El hombre está en la raya del extravío: da por segura la bondad de su modelo y lo descarga de sus fallas atribuyéndolas a errores de bienintencionados funcionarios, al pérfido sabotaje opositor, a maniobras del imperio gringo, a iguanas, rayos o incluso al alejamiento temporal de las aves volantes quizá por pasajeros problemas ambientales. Y aunque los crueles indicadores gritan cifras aplastantes no asume lo dicho por Fidel en tardío arrebato de sinceridad: el modelo de Cuba no le sirve ni a los cubanos. Es decir: a nadie.
¿Cómo impedirá Cristina su derrota en las legislativas? La lleva tatuada en la frente y sus opciones parecen muy limitadas.
¿Y cómo lo hará Maduro?
La crisis económica de Venezuela es extremadamente compleja. El torbellino social es el pan nuestro de cada día y el naufragio de sus políticas sociales se aprecia en las manos empuñadas en las calles.
Por temor a las municipales del 8D el gobierno le ha dado otra vuelta al torniquete represivo contra la Constitución y los derechos humanos. Con imperdonable candor, enjuicia a candidatos opositores creyendo disolver sus respaldos. Al igual que Fritz y Franz vende el diván para evitar el adulterio. No le entra en la mollera que la respuesta será airada y masiva.
Maduro se encomienda a fuerzas esotéricas. Hace peregrinaciones nocturnas al cuartel donde reposan los restos de Chávez. Duerme –según confiesa– a su vera. Y encima el descontento de los suyos se ha multiplicado porque les quitó su derecho a elegir. No hicimos primarias –declaró– para no dividirnos en cinco pedazos.
Algo así como cortarse la cabeza para combatir una jaqueca.
Por: Américo Martín
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sábado 15 de junio, 2013
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