Aquí y ahora
Maduro hace grandes esfuerzos por copiar el estilo de su predecesor en materia de relaciones internacionales, incluidas las reiteradas marchas y contramarchas, los insultos y descalificaciones que mantuvo Chávez durante sus 14 años de mandato.
La diferencia es que, como he reiterado en algunas oportunidades, nunca segundas copias han sido buenas. Maduro no tiene la consistencia ni es estilo necesario para que las cosas le salgan medianamente aceptables.
Ahora bien, sabemos que él lo hace para aparecer como un hombre fuerte, duro, y así hacerse un nombre en el ámbito externo. Pero la personalidad en este tipo de posturas representa un factor fundamental. No sólo basta con gritar y amenazar para lograr el reconocimiento que se busca a toda costa. No es lo mismo que Chávez amenazara a Estados Unidos, tal como lo hizo hasta el cansancio. Sin embargo ese país le agarró la caída y sabía que al final todo seguía su curso. Es decir, una retórica encendida mientras el comercio y las compras de petróleo se mantenían igual. Eso sí, nunca se atrevió a traspasar la línea roja.
Pues bien, igual ocurre ahora con el sucesor. El problema con Maduro es que en tan corto tiempo (apenas cien días) los cambios de rumbo han sido demasiados. Un día amanece hablando de paz y amor y el otro por quítame esta paja se desdice y embiste con una furia y agresividad que no le cuadra. Es decir, que las reacciones son espasmódicas. Error fatal en materia diplomática, donde la frialdad y el cálculo en atención a los intereses de la nación son las pautas a seguir. Si no, veamos el ejemplo de los brasileños, los cubanos y hasta de los colombianos, que tienen una larga tradición en este sentido.
Eso de andar de bravuconada en bravuconada por cualquier incidente no da frutos, por el contrario, hace perder respetabilidad a quienes acostumbran a hacerlo. Los casos abundan y van desde insultos y agresiones verbales a Mariano Rajoy, al tildarlo de encabezar un gobierno corrupto que es lo mismo que hablar de la soga en la casa del ahorcado, hasta suspender súbitamente (con un lenguaje destemplado) las conversaciones para regularizar las relaciones con nuestro principal socio comercial, Estados Unidos.
Mención aparte merece la relación de amor y odio con Colombia y, particularmente, con el presidente Santos. Luego de la reunión Capriles-Santos, Maduro volvió a arremeter contra su par colombiano, para que, en apenas semanas, presenciáramos en Puerto Ayacucho el cordial relanzamiento (por enésima vez) de las relaciones bilaterales, a sabiendas de que en esta coyuntura de desabastecimiento y escasez alimentaria nosotros necesitamos más de los colombianos, ya que ellos aprendieron la lección y diversificaron su comercio hacia otras latitudes.
Pero la cosa no termina aquí.
El canciller Jaua es presidente a la vez de Corpomiranda, una especie de gobierno paralelo, tal como hicieron en el Zulia con Arias Cárdenas para debilitar la gestión de Pablo Pérez.
Pero, además, se da el lujo de criticar a Capriles porque no se ocupa del estado, sin darse cuenta de que está escupiendo hacia arriba. Jaua abandona sus responsabilidades y funciones en la cancillería por andar por Barlovento, el Tuy, los Altos Mirandinos, Petare y Guarenas-Guatire. La pregunta pertinente, entonces, sería, ¿de dónde saca tiempo para ocuparse de los altísimos y complejos intereses internacionales de nuestra tierra? Con razón estamos como estamos…
En suma, nuestra diplomacia se ha convertido en un desaguisado mondongo de consecuencias desastrosas. Ya la mayoría de los países agredidos hacen oídos sordos a los denuestos. Maduro hace boxeo de sombras, o sea, consigo mismo.