Aquí y ahora
Independientemente de lo que pueda pasar en Globovisión con su línea editorial e informativa, nunca volverá a ser igual. No voy a entrar en la discusión de si los nuevos propietarios hacen bien o mal; eso, a estas alturas, sería un ejercicio bizantino que no llegaría a ninguna parte.
Lo cierto del caso es que las áreas audiovisuales y de impresos se reducen para la oposición, la cual está obligada a explorar vías alternativas para comunicarse, no solamente con su gente (más de 7,5 millones de personas), sino también con los chavistas inconformes y con los que, aún, permanecen fieles a los llamados y planteamientos del desaparecido “comandante supremo” (que representan un grupo nada despreciable).
Entonces, pareciera que el problema, al formularse de manera dilemática, es de difícil solución, pero si se atiende sectorialmente, es decir, teniendo en cuenta a cada a cada segmento específicamente, se podrían lograr buenos resultados en función de los objetivos propuestos. Esta contracción de los espacios de comunicación, irremediablemente, incide en la calidad de la democracia venezolana que, con estos arañazos, se encuentra cada vez más disminuida, más enferma, casi agonizante. El régimen, que tiene bajo su égida todas las instituciones del Estado rompiendo así una de las reglas de oro de la democracia, siempre ha buscado, a cualquier costo, la hegemonía informativa (desiderátum de todo sistema autoritario-totalitario) para llevar al mínimo la libertad de expresión e información.
Bajo este esquema queda claro que “domesticar” los medios de comunicación privados, promoviendo la autocensura o logrando la adquisición de estos por “empresarios” afectos a la causa revolucionaria o, mejor dicho, a los dólares provenientes de la todavía cuantiosa renta petrolera, ajenos a cualquier postura ideológica o de principios, ha ido, poco a poco, dando sus frutos y, a veces, más rápido, de acuerdo con la circunstancias. Total para los boliburgueses la patria está en segundo plano en relación con sus intereses, lo primordial para ellos es disfrutar, en Miami o Europa, el dinero proveniente de sus jugosos negociados.
Afortunadamente, las redes sociales se han convertido en el foro público por excelencia del siglo XXI. Incluso, Internet reta a los periódicos y revistas impresas y los obliga a renovarse permanentemente para seguir subsistiendo. Representan la moderna ágora para las deliberaciones y confrontación de opiniones e ideas.
Twitter, Facebook y los mensajes de texto, venciendo la más despiadada censura, han demostrado su utilidad, su influencia, su poder de penetración y de convocatoria. En enero de 2011, fervorosos e insumisos movimientos populares como el caso de la llamada Primavera Árabe y, anteriormente, en las pasadas elecciones (2009), en Irán surgieron y se fortalecieron gracias a la utilización intensiva de estos revolucionarios instrumentos de la cibernética. En esos países únicamente se oía una voz, un solo mensaje; sin embargo los deseos de libertad fueron superiores, aun cuando Irán sigue siendo una tarea pendiente, inacabada…
Estoy persuadido de que, de ahora en adelante, buena parte de la democracia venezolana se jugará en las redes sociales, como ventana de expresión libre y soberana, a pesar de los intentos por acallar la verdad de un gobierno cada vez más debilitado y entrampado entre delaciones, acusaciones, denuncias y corruptelas de todo tipo, imposibles de ocultar.
Las mordazas ceden en tiempos de emancipación, cuando la globalización juega un papel fundamental e indetenible. Es una realidad que llegó para quedarse.