Las protestas sociales en Venezuela, las
más intensas de nuestro hemisferio
El duro incidente que puso al gobierno de Maduro vis a vis con la Polar es de pedagógica claridad. Ver en cámara lenta los pormenores de la reunión de ambas partes en Miraflores, dice mucho de los límites del poder; enseña a distinguir entre palabras y hechos, entre amenazas y posibilidad de honrarlas.
La opinión internacional parece tener idea de la agobiante situación de Venezuela y la inestabilidad del poder, pero carece de la vivencia cotidiana, no palpa con certeza lo que se gesta y por eso puede emitir juicios precipitados inspirados en experiencias de otros países. No es malo cotejar situaciones análogas siempre que se admitan sus insuficiencias. Lo prudente es en todo caso evitar las opiniones rotundas, tal como se hicieron presentes durante las elecciones venezolanas del 14 de abril. Escritores e instituciones muy solventes dieron por inevitable una clara victoria para Nicolás Maduro.
Debieron sorprenderse con la pírrica ventaja anunciada por un CNE abiertamente sesgado hacia el oficialismo y más todavía con las documentadas denuncias de fraude, todavía en curso.
Pero más allá de semejante problema, el gobierno de Maduro parece haberse colocado en el filo de la navaja y a diferencia del presidente fallecido, carece de fuerza para controlar la dura realidad y al mismo tiempo meter en cintura a las fracciones enfrentadas en su propio terreno. Decidió entonces llamar a la unidad de los revolucionarios con el gastado pretexto del enemigo externo, al que una vez más le cargó todo el elenco de insultos, acusaciones y amenazas que componen su más bien reducido repertorio verbal. De nuevo salieron a la palestra el magnicidio, el secreto golpe de estado, la colusión imperio-derecha para sabotear la revolución. Y una vez más lo único ausente fueron las pruebas. Como muñeco al que se le acaba la cuerda, las repetitivas y cansinas denuncias terminarán en el silencio, un silencio sin aclaratorias ni explicaciones.
El gobierno –reconocido finalmente por agencias oficiales como el Banco Central y el Instituto Nacional de Estadísticas– alcanza un desabastecimiento sin precedentes en el hemisferio y será remolcado por una inflación que, proyectada, podrá subir al tope del 40%, muy superior, pero mucho más, a lo que ocurrirá en el continente. Argentina, acosada también por la inflación, podría estar 3 y medio por debajo. Eso es dinamita pura o C-4.
No necesito agregar el sombrío cortejo de los crímenes callejeros crecientes, la crisis eléctrica y demás servicios, la explosiva situación de las universidades, la multiplicación –hasta en el propio gobierno– de las enardecidas exigencias de aumentos salariales.
Las protestas sociales, dicho para mis lectores extranjeros, son y han sido por cuarto año consecutivo, las más altas y entre las más intensas de nuestro hemisferio.
A solo un mes de posesionarse en el cargo, la Consultora favorita del gobierno, IVAD, registra la caída de Maduro en cinco puntos y el alza de Capriles en siete. El rival aumenta su ventaja. Es una tendencia. Una tijera abriéndose.
Para evitar la implosión, Maduro está endureciendo lenguaje y actos. Ha militarizado las calles y llama a enfrentar el “fascismo” supuestamente alentado por el imperio de sus desvelos, encarnado en Henrique Capriles, su incansable rival. Ante el sordo descontento de los chavistas, ha arremetido retóricamente contra lo que considera el “intocable” símbolo capitalista. En cadena de medios acusó de acaparar alimentos y producir por debajo de su capacidad a Lorenzo Mendoza, presidente de Polar, todo para causar el desabastecimiento con fines conspirativos. Imitando el estilo de su fallecido mentor lo convocó con voz rotunda a Miraflores. ¡Te diré cuatro verdades! Algunos colectivos armados de la revolución lo aplaudieron. ¡Por fin una muestra de firmeza radical!
Pues bien, en una documentada respuesta, Mendoza lo dejó en pañales. El país entero supo que Polar cumplía su cuota de producción y aun la había superado y en cambio la decena de empresas estatizadas estaban en ruinas, eran escombros improductivos. Aquel aportó sus alimentos y éstas no, para nada. Finalmente llegaron a un acuerdo. Polar producirá más si el gobierno lo autoriza y el gobierno verá como hace para cubrir su déficit. Quizá no haya un solo venezolano que no conozca hoy esa verdad.
“Todo fue muy cordial”, dijo Mendoza; “acordamos trabajar para elevar la producción”, confirmó el gobierno. Se domesticaron las amenazas. Son los límites del poder.
Vale la pena recordarle a Maduro el aforismo procesal que se usa para aconsejar a litigantes nuevos: quien mucho habla mucho se equivoca.
Queda pendiente el otro alimento de la unidad oficialista. El asedio furioso del fascismo. Pero el socialismo real y el fascismo causaron los mismos daños y envilecieron de la misma manera. Cinco años antes de morir, José Carlos Mariátegui, el más célebre y respetado de los comunistas latinoamericanos, escribió: En los revolucionarios como en los fascistas se advierte análogo impulso romántico, análogo humor quijotesco.
Hay más analogías que esas, José Carlos.
La alternativa democrática es pluralista, respeta la disidencia, no organiza “paramilitares”, busca la reconciliación. Decir que sus líderes son “fascistas” no es serio ni justo. Ese cargo le calza al gobierno, tan dado al totalitarismo: empuña todos los poderes y quiere más, imita a los fasci de Mussolini, genera un espeso odio para justificar la barbarie en nombre del futuro mar de felicidad.
Que Diosdado apalee y luego acuse de fascistas a los diputados opositores Borges y María Corina es la mentira institucionalizada del viejo y el nuevo fascismo: hacer pasar a las víctimas como victimarios.
Por: Américo Martín
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