El último hombre
Los resultados preliminares de las encuestas indican que la reelección va cuesta abajo en su rodada. Los 10 millones de votos rojitos resultan un sueño inalcanzable y en vez de crecer se reducen, como si los gigantes de un circo se volvieran enanos cada día que pasa.
Para colmo de males, el Presidente ya no tiene en quien confiar: a Diosdado lo mandó a Monagas para que le sirviera de ratón al Gato, a Rafael Ramírez lo perdió con la megatorta que puso en Amuay al punto que ensombreció la campaña electoral y le robó cámara al Presidente; Jaua ni siquiera sabe hablar en público y carece de carisma, el pobre general Mata se hundió cuando dijo “apátridos” y apátridas; a Arias Cárdenas los zulianos en pie de guerra le obligaron a tragarse el chip de la gasolina. Queda Maduro.
Difícil entender el futuro del canciller. Un hombre al que la historia le abrió la puerta. No tiene nada que ver con su condición de ex chofer del Metro, digno oficio para cualquier expediente. Es su obstinación de no querer ser reconocido como canciller. Por ello ha terminado convertido en el mandadero y vocero de las reflexiones confusas de su comandante.
Maduro no se ha atrevido desde la Casa Amarilla a articular una política exterior que tenga sentido incluso en estos tiempos “revolucionarios” y que de alguna manera ayude a su jefe a tomar decisiones coherentes para la mayoría de los venezolanos y para la comunidad internacional. No le ha hecho honor a las exigencias de la República y de la revolución que lo designó canciller.
Su nuevo mejor amigo, Roy Chaderton, soñó por más de 30 años de carrera diplomática con ese privilegio. Lo logró, aunque no duró mucho tiempo: fue maltratado durante su gestión como embajador en París y fue humillado por el caudillo que, cuando le dio la gana, lo perdonó.
¿A cuánto disparate se ha prestado Maduro y sus improvisados diplomáticos en los últimos años? ¿Cuánto dinero del Estado ha derrochado en andanzas internacionales? Detrás de las impecables guayaberas rojas y de esos trajes a la medida, ya es tiempo de que el canciller tenga más racionalidad y lógica para entender lo que pasa en el mundo. No las ha tenido ni siquiera en asuntos que han requerido la más mínima prudencia, como las posiciones de Venezuela en relación con Gadafi y la actual guerra civil en Siria. Apoyar a esos regímenes es un despropósito y lo demuestra la actitud contraria que mantuvieron muchos de sus amigotes de la región.
En Paraguay quedó muy mal parado. El caso de Kenia no pudo ser peor manejado. Ahora se pelea con el Reino Unido por el caso de Assange, quien no delató los informes de los embajadores acreditados en Caracas sobre su política de exclusión y su rechazo a las luchas reivindicativas de los funcionarios de la Cancillería. Este es el último hombre de confianza que le queda a Chávez.
De terror.
Por: Redacción
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EL NACIONAL
JUEVES 30 DE AGOSTO DE 2012