¿Por qué debemos aceptar la imposición
de esta nueva imagen de Bolívar?
I
La potente y colorida imagen de Los nenúfares de Claude Monet no me abandona desde que empezó la machacona justificación de la nueva imagen del Libertador Simón Bolívar en la “supremacía” de la interpretación digital que pretenden imponer sobre el ingenio de artistas que con sus múltiples talentos contribuyeron a la creación colectiva del imaginario del Bolívar civil, militar, héroe singular de esta parte de la América hispana que nos acompaña desde la infancia.
¿Qué es más verdadero, más real, más sublime, más conmovedor que las plantas que Monet pintó laboriosamente en el estanque de su jardín en Giverny que podemos admirar en el Museo de Arte Moderno de Nueva York o en el Museo de la Orangerie de las Tullerías en París, o la hipotética fotografía de ese mismo jardín tomada con una moderna cámara digital de 64 megapíxeles? ¿Con qué derecho este nuevo retrato de Bolívar, por muy sofisticadas que hayan sido las técnicas para lograrlo, va a destruir todo el imaginario que tenemos del Bolívar de las múltiples plazas de Bolívar de Venezuela, de América Latina y del mundo, de los numerosos artistas que lo han representado, de las maravillosas interpretaciones de nuestros tallistas populares? Dando por descontado que toda esta superchería tecnológica no es sino el resultado de un capricho narcisista que se funde en un obsceno dispositivo de manipulación histórica, topamos nuevamente ante viejos dilemas y tradiciones de la producción del conocimiento, del arte y la ciencia.
¿No es el arte una forma legítima y fundamental de mostrar el mundo? En el caso que nos ocupa, ¿no es acaso la fotografía, igualmente, una convención?
II
Entre los géneros esenciales de las artes plásticas y de la fotografía, el retrato ocupa un lugar relevante.
Centrándonos en la fotografía, intentemos responder: ¿Qué es un retrato? El retrato es, particularmente, una relación, un trato, entre la persona retratada y el retratista.
Una fotografía, y mejor, una buena fotografía, no es un mero registro técnicamente impecable de la realidad, sino una construcción intelectual. La pregunta que debe responder todo aquel que toma una cámara fotográfica en sus manos es cómo hacer una buena fotografía o, una vez que ha fotografiado un personaje, por ejemplo, si su registro tiene calidad.
Si bien los aspectos técnicos tienen un papel significativo, lo esencial sigue siendo la mirada, la forma personal como vemos o construimos la realidad fotografiada. ¿Es la mirada de Chávez, fundada en la profanación de sus restos, la que va instaurar la “verdad” sobre el rostro de Bolívar? Arnold Newman, célebre fotógrafo norteamericano, decía estar convencido de que cualquier intento fotográfico de mostrar la persona plena era una tontería, que sólo podíamos mostrar lo que la persona revela exteriormente, porque la persona “interior” rara vez se revela.
Hipervalorar el uso de los huesos de Bolívar para construir su retrato es una inmensa tontería de Chávez llevada al extremo.
III
El retrato de Bolívar ordenado por el presidente Chávez (desproporcionados gastos frente a tantas urgencias de los venezolanos más pobres) convoca nuevas y viejas interrogantes que están en el corazón de la idea de fondo que trato de evocar con esta breve nota. Se suma, además, lo que podríamos calificar como el extemporáneo peso positivista del valor mayor que tendría esa imagen generada con modernas tecnologías digitales.
Pero ¿por qué debemos aceptar los venezolanos o latinoamericanos la imposición de esta nueva imagen de Bolívar que ostenta toda la artificialidad de un personaje de la película El planeta de los simios, frente al Bolívar que desde niños guardamos en nuestro imaginario? ¿Por qué debemos enviar al cesto de la basura la regia imagen del Libertador obsequiada por el pintor limeño José Gil Castro, retrato del cual el mismo Bolívar acreditó de su puño y letra como: “Retrato mío hecho con la más grande exactitud y semejanza”? ¿No fue acaso este el retrato que Bolívar obsequió a su hermana María Antonia? Con este nuevo retrato de Bolívar desbordamos la cota máxima de la extravagancia y la desmesura. Luego del cambio del nombre del país, de la modificación del escudo y de la bandera nacional, pretender imponernos esta nueva imagen producto de un mero capricho narcisista obliga a una respuesta de mayor coraje. Venezuela no merece sucumbir bajo los delirios de alguien que definitivamente no pareciera estar bien de la cabeza.
Y, por cierto, lo único que Chávez prometió cambiar no lo ha hecho: cambiarse el nombre de seguir existiendo niños de la calle.
Por: ÓSCAR LUCIEN
@olucien
Política | Opinión
EL NACIONAL
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