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    LEOPOLDO TABLANTE: El hueso de la suerte



    El “por amor” chavista…

     

    En las elecciones presidenciales de diciembre de 2006, la opción del candidato Hugo Chávez Frías fue promocionada con una patética campaña cuyo lema era “por amor”. El viejo “por ahora” de 1992 se había transformado en hecho consumado en diciembre de 1998 y, por lo tanto, el adverbio de tiempo de aquella frase pendenciera y profética admitía su transformación en el clima emocional de todo un país. La lógica del “por amor” era que la fortaleza política de Chávez y del chavismo residía en las fuertes inversiones afectivas que, en un esquema de culto a la personalidad, la mayoría de los venezolanos había hecho con la esperanza de lograr un país incluyente dentro del esquema fantasmagórico del Socialismo del Siglo Veintiuno. Desde luego, el “por amor” chavista desató el sarcasmo de una oposición “razonable” y de clase media, que condenó el mensaje como un monumento a la cursilería.

    Ya conocemos el resultado: el candidato de oposición, Manuel Rosales, fue barrido por Chávez en una proporción equivalente a la fractura socio-económica del país. No sólo Rosales no tenía el fuelle necesario para enfrentar a su contrincante, sino que su equipo de campaña diseñó una plataforma que proponía redistribuir los ingresos petroleros por medio de una tarjeta de débito llamada La Negra, que así como apuntalaba nuestra fatalidad rentista, estigmatizaba la pobreza venezolana atribuyéndole un perfil étnico.

    El “por amor” chavista se alzó por dos razones: porque Chávez tenía más sintonía y vatios de salida para captar el interés de su público meta, un público cautivo; y porque la estrategia sentimental del chavismo apelaba sin vergüenza a una cultura popular de barrio, carrito por puesto y bulevar que analistas políticos y periodistas coinciden en llamar “de a pie”. Corríos mexicanos, salsas(brava, erótica y romántica), reggaetón y balada hispana, aparte del endógeno cancionero recio, han sido la educación sentimental de esa Venezuela popular que no es negra ni pasada de horno sino que más bien, como en una telenovela, oscila entre el amor apasionado y el odio del desengaño.

    El “por amor” chavista ha arrastrado agua suficiente para que algunos se hayan atrevido a cuestionar su estilo político. Por lo tanto, Henrique Capriles Radonski debe estar al tanto de que, un poco como Rosales, tampoco tiene los vatios de salida de su rival: sabe que no maneja su catálogo retrechero y lacrimógeno y que, por lo tanto, lo que puede ofrecer es su disposición a hacer contacto directo con su electorado y a capitalizar la polarización para, algún día, desmantelarla desde adentro.

    El candidato de la oposición procura que los epítetos que le lanzan desde la esquina caliente se desvanezcan por ociosos y vacíos.

    Sin embargo, su mayor amenaza es la resaca de su propio electorado natural, esa ciudadanía “moderna” que se obstina en descalificar el chavismo por impulsivo, ignorante y sentimental y que, en esa misma medida, resalta la trayectoria de nuestro péndulo sentimental: del amor apasionado al largo odio del desengaño.

    Quizás hoy Chávez no pueda prometer tanto como lo hizo hace cinco años. No obstante, el candidato del PSUV cuenta con una nueva arma patética: ese cáncer enigmático que él dice haber vencido pero que cumple la función de conmover a las masas desde el piso blando de su humana vulnerabilidad. «Por amor» ha bajado una octava para convertirse en «por piedad», un nivel más oscuro y grave del afecto que, sin embargo, es el mismo por medio del cual el aficionado al cine mexicano simpatizaba con la Ninón Sevilla de Víctimas del pecado o con la Eusebia Cosme de Mamá dolores. La polarización, reducida a código melodramático, convierte la democracia en una frase autoadhesiva pegada en un altar de carrito por puesto: «que Dios te dé el doble de lo que tú me deseas», ésa que, junto a José Gregorio o al pomo de una palanca de cambios que, a cada frenazo, enciende la imagen tridimensional de la Virgen de Coromoto, le recuerda a la oposición los efectos nefastos de sus dedos cruzados y de su maledicencia.


    Por: LEOPOLDO TABLANTE
    tablanteleopoldo@gmail.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL


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