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    ARGENTINA: un espejo para el dólar, Venezuela



    Argentina, la quimera del dólar, se dispara el paralelo ante la virtual imposibilidad de comprar en el mercado oficial.

    El cepo cambiario más
    libertades cercenadas

     

    Chávez implementó un régimen parecido hace cinco años.

    Los analistas alertan sobre las similitudes entre ambos países en materia de control de cambios.

    El pedido se repite cada vez con mayor asiduidad. Incluso se podría decir que no hay consultor económico que en los últimos días no haya recibido de sus clientes una consulta en este sentido.

    Quienes tienen la responsabilidad de dirigir empresas o diseñar planes de negocios quieren saber cuán sostenible en el tiempo es un mercado cambiario desdoblado de hecho, como el que comenzó a insinuarse desde que la AFIP instauró, a fines del año pasado, el derecho de admisión para las compras minoristas de dólares, y sólo tres meses después, un trámite de autorización similar para importadores.

    Los consultores no atinan a dar una respuesta única. Pero, cada vez más, abrevan en la experiencia venezolana en busca de paralelismo sobre lo que podría sobrevenir aquí.

    ¿Es descabellado? “Hace algunos años te podría decir que sí. Pero hoy no hay quien no asigne probabilidad a que aquí el Gobierno intente ensayar el mismo recorrido”, confió un economista que pidió anonimato porque asesora a reparticiones estatales y provincias, y sus apariciones públicas sólo les causan problemas a sus contratistas.

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    ¿Qué marca la historia?:

    Venezuela reinstaló en 2003, y por tercera vez en su historia, un esquema de control de cambios, esta vez muy estricto. Fue en ese momento cuando emergió un mercado cambiario paralelo de mínimas proporciones y que, por lo mismo, manejó por largos años precios no muy mayores a los fijados por el gobierno, en parte, porque esa economía estaba abastecida por los petrodólares.

    Lo impulsó Hugo Chávez, cinco años después de haber asumido la presidencia, en respuesta a la fuerte y sostenida caída de reservas y fuga de divisas, con la consecuente presión a la devaluación de su moneda (el bolívar) que enfrentaba. Pero, por sobre todo, porque el ingreso de divisas al país había menguado drásticamente producto de un sostenido paro petrolero.

    Ese control se concretó a través de la fijación del valor del dólar y la creación de la Comisión de Administración de Divisas (Cadivi), un organismo centralizado que establece quién puede comprar divisas y en qué cantidad.

    La Cadivi estableció entonces una paridad de 1600 bolívares por dólar, la subió un año después a 1920 y la actualizó a 2150 bolívares por dólar en 2005, fecha desde la cual lo mantuvo por algunos años para tratar de usar al tipo de cambio como ancla contra la indexación de los precios, en una economía que (como la argentina desde 2007) ya convivía con una inflación persistente y elevada para los estándares internacionales.

    Dos años después, la falta de actualización del dólar oficial dio impulso al dólar paralelo, lo que tendió a ampliar aceleradamente la brecha cambiaria. El gobierno de Hugo Chávez respondió con una ofensiva sobre quienes operaban dólares en negro, que, un año después, parecía haber calmado las cosas. Y le quitó tres ceros al bolívar, con lo que el tipo de cambio quedó establecido en 2,15.

    Pero sobrevino la crisis financiera mundial y el dólar paralelo pasó a encarecerse sostenida y sensiblemente. Y el esquema bolivariano sólo se sostuvo un año más.

    “A comienzos de 2010, el gobierno respondió a la gran brecha que se había abierto entre el dólar paralelo y el oficial, duplicando el valor de este último, al que llevó de 2,15 a 4,30, y avanzó en una optimización del esquema de controles. Desde entonces, ambas cotizaciones están estabilizadas y la brecha ronda el 100 por ciento”, recuerda el economista y consultor Federico Muñoz.

    Las restricciones a la compra de moneda extranjera impuestas por la AFIP constituyen un claro abuso de poder.

    Cualquier parecido es:

    Muñoz hace referencia a las sucesivas correcciones que la administración chavista le realizó desde entonces al cepo cambiario porque, como es cada vez más habitual aquí, allí también empresas y particulares recurrían cada vez más asiduamente a mecanismos alternativos para hacerse de divisas.

    “Si bien estaba prohibido el libre cambio de bolívares por dólares, nada impedía la adquisición de activos financieros en moneda local y su posterior reventa en el extranjero. Esta operación, similar a nuestro contado con liqui, se conocía como «dólar permuta»”, recuerda.

    “Pero a mediados de 2010, el gobierno intervino y cerró varias casas de Bolsa que actuaban como traders en dicha operatoria y creó el Sistema de Transacciones en Moneda Extranjera [Sitme], que replicó el mecanismo de «dólar permuta» pero a un tipo de cambio fijado por el gobierno. Así, Venezuela pasó a tener cuatro tipos de cambio: tres oficiales -el que liquida las importaciones de bienes básicos, el Cadivi u oficial propiamente dicho y el del Sitme- y uno informal.”

    Aquí se podría decir que existe la misma cantidad. Dos oficiales: el dólar de pizarra y el exportador, pudiéndose tomar como referencia al “dólar soja” de $ 2,90 (valor que surge de restar al tipo de cambio mayorista la retención del 35%). Y dos informales: el paralelo, que el viernes pasado quedó en $ 5,93, y el contado con liqui -para fugar divisas- que cerró a $ 6,16.

    Muñoz, como varios de sus colegas, es cada vez más consultado para describir la experiencia venezolana, básicamente por un reciente informe que elaboró recordando el control de cambios en ese país y analizando sus consecuencias sobre la economía.

    El dato en el que más reparan quienes abrevan en la experiencia venezolana es el tiempo (un año) que ese país logró sostener un esquema de evidente atraso cambiario en medio de un contorno internacional adverso.

    De allí que la tendencia a la aceleración que mostró aquí en las últimas dos semanas la escalada del dólar paralelo les haya erizado la piel.

    Sin embargo, el economista cree que de la comparación por ahora surgen “más diferencias que similitudes” con la situación argentina. Aunque no deja de reconocer que algunos paralelos comienzan a ser inquietantes.

    “Si para el cálculo de la brecha incorporamos al «dólar soja», veremos que ésta se comienza a asemejar mucho a la vigente desde hace años en Venezuela; un nivel que abre la puerta a distorsiones en la economía que valdría la pena considerar con cuidado”, sostiene uno de los economistas más consultados por los hombres de negocios


    Por: Javier Blanco
    Politica | Opinión
    Divisas | Economia
    DIARIO LA NACION
    SÁBADO 09 DE JUNIO DE 2012





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