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    Víctor Hugo Ortiz: Ya estoy de nuevo en casa



    Los cacerolazos, los encapuchados, los tira piedra y esconden la mano. Los “yo no fui”.

    Lo último que me faltaba para sentirme
    en casa era escuchar los “cacerolazos”

     

    Ese ensordecedor sonido que producen las ollas vacías tocadas con cualquier instrumento.

    Tal como yo la conozco, los orígenes de esa sonajera tiene que ver con la falta de comida. Es una protesta por el hecho a que no hay qué ponerle a las ollas. Una protesta contra un gobierno que tiene a su pueblo a pan y agua.

    La primera vez que escuché y presencié este tipo de manifestación fue en los años 70, en el Chile de Salvador Allende. Entonces, como buen estudiante “comprometido”, estaba a favor del “proceso”. Pero debo reconocer que durante ese proceso literalmente faltó de todo.

    Por ejemplo, ¿ustedes se imaginan que falte el papel higiénico? Eso es el colmo, pobres periódicos a dónde iban a parar.

    ¿Que falte la pasta de dientes? Con qué aliento íbamos a dirigirnos a nuestra novia. Recuerdo que el bicarbonato fue un buen sustituto, cuando lo había. También, cuando lo había, usábamos el jabón como sustituto. De tal manera que de nuestras bocas sólo salían palabras floridas, por aquello de “anda a lavarte la boca con jabón”, cuando uno pronunciaba alguna grosería.

    Para endulzar el té, recurrimos a la sacarina, hasta que los demás se dieron cuenta. Los diabéticos aumentaron de un día para otro y el producto desapareció.

    Como no vivía en casa de familia, sino en pensionados, no me daba cuenta de las peripecias por las que pasaban los encargados de la cocina para obtener los alimentos necesarios. Yo solo veía una parte del problema, las que tenían que ver con las necesidades adicionales, del aseo personal. Pero lo cierto es que era tan evidente la escasez, que cuando ibas caminando por la calle y veías una fila de gente delante de una tienda, inmediatamente te ponías en ella y después preguntabas: ¿Qué venden aquí?.

    Esta escasez fue el caldo de cultivo de las “ollas vacías”. Ellas comenzaron en los barrios de clase media y alta, que tenían mayor poder de consumo, y eran los sectores opositores al gobierno por antonomasia. En las poblaciones pobres, el gobierno constituyó una red de distribución con lo más elemental. De tal manera que el concepto de las ollas vacías, en el caso de Chile, quedó siempre asociado a los “momios” de los barrios altos. Porque para el gobierno, toda esa escasez era solo artificial, creada por los ricos y por el imperialismo.

    De tal manera que para mí, los inventores de las dicha cantaleta fueron los chilenos opositores a Allende. Antes de ese período no tengo noción de su existencia. Pero después se convirtió en un buen producto de exportación por toda América Latina.

    La última vez que escuché el sonar las ollas vacías, fue en Venezuela, la de Hugo Chávez, solo que allí los denominan los “cacerolazos”. En el 2002, los cacerolazos en las noches y las marchas en el día, horadaron los cimientos del gobierno, al punto que en abril de ese año, Hugo Chávez perdió el timón del país un par de días, en sus trece años de mandato.

    Hoy en día, eventualmente suenan los cacerolazos en Caracas u otras partes del país, pero el gobierno se ha vuelto inmune, esos ruidos no son más que arrullos de cuna para dormir. Es más, cuando alguna noche hay un cacerolazo importante, el gobierno pone a los suyos también a tocar y al otro día se publica: “manifestación de apoyo al gobierno”. En efecto, nunca he visto en mi vida, un gobierno tan hábil, como el de Venezuela, para trastocar a su favor, las cosas que están en su contra.

    II


    Me encuentro ahora en Montreal, Quebec. De nuevo los “cacerolazos”. ¿Acaso falta algo? Digo ¿algún producto de primera necesidad? Parece que no. Es sólo una modalidad de protestar, sin reparar en los orígenes de la misma.

    Cacerolazos y manifestaciones; interminables e insistentes. Manifestaciones, que a menudo terminan con su toque de violencia y sus tanda de detenidos de media noche. Manifestaciones que se realizan a pesar de la “vigencia” de la dichosa ley 78, la ley más reprochada, pero la menos aplicada hasta hoy.

    ¿Qué más falta?

    Los encapuchados, los tira piedra y esconden la mano. Los “yo no fui”.

    Los dirigentes estudiantiles. A ellos los tenemos todos los días en la televisión, cual serie de téléréalité. Algunas veces amables, otras veces furiosos, pero el guión no cambia: Negociemos… pero no vamos a ceder.

    Los políticos, tanto del gobierno como los de la oposición. Se lían en interminables batallas verbales en la Asamblea Nacional. Furiosos, amenazantes, echándose la culpa unos a otros. Porque la culpa es siempre de los otros.

    Tenemos también nuestros terroristas. Ya fueron capaces de paralizar el metro durante toda una mañana y sembrar el caos en la ciudad, con sus bombas de gases.

    Está el terrorista o los terroristas de las jeringas en los pantalones. Sofisticados y laboriosos, logran su objetivo, crear el miedo.

    Y todos contra Jean Charest. Porque también tenemos nuestro “dictador”, al que hay que derribar, al que hay que aplicarle su “primavera quebecois”.

    En fin, ya tenemos de todo en este escenario quebecois: Manifestaciones, huelgas, cólera, terrorismo, vandalismo, detenidos, encapuchados, cacerolazos y dictador. Por tanto, se podría decir que Quebec ya está listo para dar su gran salto involutivo, alcanzar el tercermundo.

    Es por eso que bien digo, “ya estoy de nuevo en casa”.

    Solo que hay un problema, yo escapé de ella…

    Sobre el Autor:

    – Empresario de larga experiencia, economista de formación y periodista de vocación. Estudió en Chile, Perú y Venezuela. Trabajó en los periódicos La Gaceta y La Industria de Perú y colaboró para el diario El Nacional de Venezuela. Ha sido testigo y muchas veces actor de muchos de los grandes cambios políticos y sociales que han ocurrido en Latinoamérica en los últimos 40 años. Vive en Montreal desde el año 2004.

     





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