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    LEOPOLDO TABLANTE: El origen de las conchupancias


    “Las promiscuidades del
    mar de la felicidad…”

     

    La pregunta retórica de Capriles Radonski sobre los viajes terapéuticos de Chávez a Cuba (“¿Qué tiene La Habana que no tenga Caracas?”) me hace recordar la solemne “Canción para la unidad latinoamericana” de Pablo Milanés, aquella que dice: “Bolívar lanzó una estrella que junto a Martí brilló / Fidel la dignificó para andar por estas tierras”. La canción ­que me trae a la memoria una constelación de orfebres y greñudos anónimos de la Plaza de los Museos­ plantea el sueño bolivariano de unidad contra la Doctrina Monroe como una energía intangible que pasó de Bolívar a Martí como un fluido esencial. Sin embargo, entre Cuba y Venezuela ha habido coincidencias y conspiraciones que inscriben su alianza estratégica en la corriente de una educación republicana que a menudo troca en sentimental.

    Venezuela ha sido prolífica en aventureros de todo pelo: Francisco de Miranda, Rafael de Nogales Méndez, más recientemente Carlos Ilich Ramírez, “el Chacal”, tela que llega a deshilacharse hasta el mismísimo Espartaco Santoni. En este gremio hay un nombre que, a pesar del matrimonio cubanovenezolano de los últimos trece años, yo he escuchado poco: Narciso López.

    Macho alfa realista y caraqueño que abandonó el país cuando los españoles cayeron en Carabobo, López luchó en España en la primera Guerra Carlista, fue designado asistente del español capitán general en La Habana, Jerónimo Valdés, y contrajo matrimonio con la cubana hermana del conde de Pozos Dulces, María Dolores. Destituido al designarse a otro gobernador general, Leopoldo O’Donnell, a finales de los años cuarenta del siglo XIX, López mutó en un independentista rabioso seducido por la idea del Destino Manifiesto, aquella retórica a través de la cual Estados Unidos se convenció de la necesidad de expandirse hacia el sur en nombre de la libertad, la democracia y la civilización.

    Inspirado en la bandera de la estrella solitaria del sureño estado de Texas, López ideó el pabellón y el escudo cubanos. Y, en efecto, la historia de la independencia y contemporánea de Cuba es, en parte, reflejo y tormenta recibida desde Estados Unidos con la ayuda del venezolano. El esclavista Narciso López trató de negociar el apoyo de Estados Unidos para invadir Cuba por intermedio de otro esclavista, el senador del estado de Misisipi y presidente de los Estados Confederados de América, Jefferson Davis, quien recomendó para la campaña al general Robert E. Lee, jefe de los rebeldes confederados durante la Guerra de Secesión. Sin embargo, Washington no accedió a romper el Tratado de Neutralidad con España, suscrito en 1818, y el proyecto zozobró. Ello no amilanó al caraqueño quien, con ayuda financiera de la familia Iznaga, invadió Cuba en 1850, operación fallida que lo hizo reincidir en 1851, otro fracaso que dio paso a su pena de muerte.

    Uno de los compañeros de López en Carabobo había sido Calixto García de Luna e Izquierdo, abuelo de Calixto García, jefe de la llamada Guerra Chiquita, entre 1879 y 1881, hostilidades militares contra los españoles previas a la Guerra de Independencia cubana y a la Guerra Hispanoamericana de 1898. Además, el principal aliado de Carlos Manuel de Céspedes, primer hacendado cubano que liberó a sus esclavos y clamó por independencia en un gesto histórico que se recuerda como Grito de Yara (1868), fue el “Titán de bronce”, Antonio Maceo Grajales, hijo mestizo de un hacendado venezolano y de una mujer afrocubana, Mariana Grajales, cuyo nombre identifica el aeropuerto de Guantánamo.

    En fin, éste es el resultado de las promiscuidades del mar de la felicidad. La connivencia política Caracas-La Habana no se limita al papel asesor de la inteligencia y de la alta jerarquía cubanas en lo que pasa aquí. La autoridad moral de la revolución de allá es, además de un frote intenso con Estados Unidos, producto de los deslices, contradicciones y megalomanías de otros criollos del Caribe, caldo de cultivo de esa primera revolución latinoamericana que para Chávez es remedio para el cuerpo y alimento para el alma.


    Por: LEOPOLDO TABLANTE
    tablanteleopoldo@gmail.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL


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