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    La Rinconada: Dos fallecidos y seis heridos tras tiroteo entre refugiados

    Damnificados afirman que abandonarán el refugio por la violencia en él. Hay un éxodo del lugar, ante la posibilidad de que se produzcan nuevos incidentes.

    Dos damnificados asesinados
    en refugio de La Rinconada

     

    Albergues, zona roja.

    En tres refugios de Caracas denuncian alza de criminalidad.

    En el refugio de La Rinconada la convivencia se hace difícil por la cantidad de familias y problemas que padecen.

    Mataron a una persona que asistió a ver las carreras y a uno de los damnificados residentes en la tribuna C, en dos hechos aislados.

    En dos hechos aislados fueron asesinadas a disparos este sábado dos personas pertenecientes al refugio de damnificados que funciona en las instalaciones del Hipódromo La Rinconada.

    Según informaron residentes del refugio, hubo una fiesta con licor y música hasta altas horas de la noche y en el marco de la misma se registró una trifulca, con un tiroteo posterior.

    La Rinconada fue tomada como ejemplo de “refugio digno”. Pero los damnificados que llevan un año allí aseguran que viven en un “barrio sin ley”. La violencia se ha apoderado del lugar y lo que fue una solución temporal a la emergencia por las lluvias en 2010 se ha hecho eterna

    El primer suceso ocurrió en los jardines del hipódromo, presuntamente cuando un sujeto intentó atracar a un damnificado. Por su parte, el segundo incidente ocurrió en la noche en medio de una fiesta en el refugio, la cual se convirtió en trifulca y terminó con un fallecido y cinco lesionados.

    La situación ha provocado un éxodo del lugar, ante el temor de que se produzcan más hechos violentos. Los refugiados afirman que bandas armadas tienen el control del lugar, reseña Últimas Noticias.

    La madrugada de este domingo se desarrolló un tiroteo en el refugio de La Rinconada ocasionando la muerte de un joven y otros seis heridos, así lo precisó la señora Rosa Lara, una de las damnificadas provenientes de La Vega que se encuentra allí desde hace un año y dos meses.

    Lara explicó que escuchó detonaciones a las 12:30 de la noche, pero no salió de su cubículo hasta pasada la 1:00 de la madrugada. “Cómo comenzó no sé, yo salí después y hay seis heridos, todos hombres”, indicó.

    El fallecido tiene por nombre Jean Carlos, se desconoce su apellido, pues como detalló Lara compartían piso en el refugio pero no conocía su nombre completo. Aparentemente las víctimas no tenían nada que ver, pues se hacía una fiesta en el refugio, lo cual está prohibido en la Ley de Refugios Dignos.

    Los refugiados del lugar se quejan por la falta de seguridad. “Hemos pedido seguridad. La policía llega un ratico, da una vuelta y ya, no se quedan como uno quisiera”, señaló.

    Sobre la situación de estas personas “los ingenieros vinieron y dijeron que de mayo a agosto van a empezar a sacar gente, pero hasta que no lo vea no lo creemos”, aseguró.

    La Rinconada fue tomada como ejemplo de "refugio digno" .

    Rosa Román no duerme:

    No es sólo la incertidumbre: “¿Saldré en la próxima lista?, ¿me darán un apartamento?, ¿cuánto tiempo permaneceré aquí?”. No, no es sólo eso lo que le impide conciliar el sueño. Es también el ruido, la bulla de los vecinos, la música a todo volumen, las motos que pasan día y noche por los pasillos del albergue como si fueran una autopista.

    Es además la incomodidad: toda una vida almacenada en un cuarto de apenas 6 metros cuadrados (allí están sus peroles montados unos sobre otros, la nevera que logró rescatar, su ropa acabada de lavar colgada sobre la litera, su televisor, la cocinita eléctrica). Es el miedo: los gritos, las peleas, la oscuridad, a veces los disparos. Han pasado demasiadas cosas en el refugio de la Tribuna A de La Rinconada como para no estar asustada. Como todos, Rosa no se atreve a salir de noche de su cubículo, ni siquiera para ir al baño. Prefiere hacer sus necesidades en una bolsita que echará a la basura al día siguiente.

    Rosa no duerme. Recuerda la casa de 12 habitaciones en Nuevo Horizonte en la que vivió 25 años, cuya placa se quebró durante las lluvias de noviembre de 2010 y de la que fue desalojada. Allí nacieron sus 6 hijos, ahora regados por diferentes lugares porque nadie quiere criar a sus muchachos en la inseguridad de La Rinconada.

    Y si desde hace meses Rosa tiene el sueño alterado, desde hace días su problema es mayor. El dolor no le permite reposar. Tiene hematomas en todo el cuerpo. Lleva collarín.

    El viernes 13 de enero, en su labor de coordinadora del piso 1 de ese refugio, donde habita desde hace 14 meses, intentó organizar una cola para el reparto de un kit de pañales, compotas y crema de arroz, pero fue molida a golpes por varias personas que estaban en desacuerdo con su tarea.

    Sus agresores “eran infiltrados”, asegura, y cuenta que cada vez que alguien del albergue recibe su vivienda, aparecen nuevos habitantes ­generalmente familias numerosas­ y ocupan su lugar. Intentan obtener un cupo en la adjudicación de casas y adelantarse a quienes llevan meses esperando. “Muchas veces consiguen respuesta antes que nosotros”, afirman los damnificados que están en La Rinconada desde hace más de un año y que por eso tienen rencillas con los recién llegados.

    Después de la agresión, Rosa tuvo que hacerse dos resonancias magnéticas y denunció el caso a la policía. “Nada pasó”, expresa. Dice que el viceministro de Alimentación, Carlos Franklin (quien está a cargo del refugio), le dio 1.000 bolívares para hacerse los exámenes, dinero que no le alcanzó. Pero eso no resolvió el problema de fondo. La situación se repitió el sábado 28 de enero: el mismo grupo de infiltrados agredió a otro damnificado.

    A criterio de los habitantes de la zona, con la habilitación del refugio, varias bandas organizadas se instauraron en el lugar y los asaltos son frecuentes.

    Rosa no duerme:

    Como ella tampoco las otras mujeres, los otros hombres, los otros niños y niñas que prefieren hablar sin dar su nombre por el temor a perder su derecho a una vivienda o a que los acusen de escuálidos. Por esa razón ellos no piden que vaya Globovisión a grabar sus instalaciones, exigen que se presente Venezolana de Televisión. Solicitan que sea el propio Hugo Chávez el que los visite, porque no conciben que el jefe del Estado, en el que todos dicen creer, pueda avalar que vivan así, llenos de miedo, inseguridad, incertidumbre. “Que venga nuestro presidente, que vea él mismo”, dice Rosa y repiten las otras mujeres anónimas pero igualmente aguerridas.

    La Tribuna A es un mundo en el que parecen gobernar mujeres como Rosa. Son ellas las que reciben a la prensa, las que dirigen las protestas, las que van a los ministerios a exigir las viviendas, las que tratan de limpiar y mantener un poco el orden. Pero entre las mujeres y los organismos públicos hay instancias de poder que afectan su libertad dentro del albergue. “Esto es una cárcel”, reclama una de las damnificadas del lugar. “Aquí nos prohíben decir lo que está pasando”, señala otra que tampoco quiere ser identificada.

    “Soy tupamaro”:

    Rosa sí se atreve a hablar. Está cansada. Su esposo la apoya: “Me quiero ir de aquí, ya hasta prefiero dejar nuestra opción a vivienda, irnos al campo, estar tranquilos, no quiero que me vayan a matar a mi mujer”. Rosa decidió contar los maltratos recibidos en el albergue. Declara a las afueras del lugar, en la vía pública, muy cerca de la estación La Rinconada del Metro de Caracas. Lo hace temerosa, como si al hablar estuviera cometiendo un delito. Denuncia, aunque no deja de mirar con paranoia a los lados. Tiene razón en su temor: no tarda en llegar un grupo de cinco personas, tres mujeres y dos hombres. La voz cantante la tiene un hombre flaco y bajo, al que llaman Alexis, quien no vacila en amenazar a la periodista: “Si entra al refugio le caigo a coñazos”.

    Admite que Rosa fue golpeada por infiltrados en el albergue, pero le reclama que esté hablando con El Nacional sobre eso. En tono intimidatorio, Alexis dice que es tupamaro (aunque luego otros damnificados aclaran que no, que usa el término para amedrentar) y que él ­junto con los otros que lo acompañan­ fue designado por el viceministro Franklin para coordinar la Tribuna A.

    Una de las dos mujeres advierte a Rosa que no debió llamar a la prensa: “Ya el viceministro te dio plata, eso es para que te quedes callada”.

    Desde hace meses Alexis y sus acompañantes no viven en el refugio, fueron de las primeras personas a las que se les asignaron apartamentos en Cacique Tiuna. Por eso, más tarde, una mujer protesta en voz baja: “¿Por qué él tiene poder dentro de la edificación cuando ya no es damnificado? Él no quiere que la gente aquí adentro hable porque él no sufre nuestros problemas, no usa nuestros baños, no duerme en los cubículos, no se muere de miedo en las noches”.

    Alexis no quiere que la periodista vea que La Rinconada poco tiene de “refugio digno”, es un espacio duro, cerrado y peligroso. “Un barrio sin ley”, lo define una damnificada.

    La violencia ha generado numerosos problemas en el albergue: en septiembre al marido de una de las mujeres lo apuñalearon en un baño para robarle. Ese hecho no salió en los medios, pero otros sí: el 11 de octubre de 2011, tres personas fueron heridas en riñas, dos con cuchillos, otra de un disparo. Tres días después hubo un herido de bala. El 27 de octubre, un hombre fue lanzado desde el piso 3, después de una pelea. El 16 de diciembre fue secuestrado un niño.

    Apenas hay dos policías en el lugar, que no trabajan en la noche. “No tienen capacidad de control, ni ellos mismos tienen seguridad”, justifican los damnificados.

    Espacio duro:

    En La Rinconada hay dos albergues. La Tribuna A (donde vive Rosa), cuya administración fue encomendada al Ministerio de Alimentación, y la Tribuna C, a cargo del Ministerio de Turismo. En cada uno se resguardan más de 300 familias (alrededor de 1.500 personas), cantidad 4 veces mayor al límite establecido por la Ley Especial de Refugios Dignos. La estructura de ambas es similar: dentro de las áreas internas de la edificación que ha albergado al hipódromo de Caracas desde 1959, se construyó a finales de 2010 una hilera de cubículos divididos con livianas placas de yeso. Son cuartos sin ventanas metidos en un lugar cerrado que tampoco tiene luz natural ni ventilación. Un cajón dentro de otro cajón.

    Cada uno tiene espacio para colocar apenas un par de literas, pero allí las familias cocinan, comen, cuelgan ropa y guardan los enseres. El baño es común para todos. En el piso 1 de la Tribuna C, 43 familias comparten una sola poceta, porque las 6 que había al principio se fueron deteriorando. El único sanitario es mixto, aunque la ley obliga a que haya baños para hombres y mujeres.

    Un cortocircuito causó un incendio hace cuatro meses, pero no fue una lección. La fragilidad del lugar sigue igual: cocinitas eléctricas sobre pisos llenos de agua y bombonas de gas dentro de cubículos donde venden cigarros.

    Los habitantes de la Tribuna C, más organizados que los de la Tribuna A, han pintado las fachadas de sus débiles cubículos y en diciembre forraron de papel de regalo las puertas. Hasta hay una jaula con un pajarito. Poco les sirven sus esfuerzos: las filtraciones se comen las paredes de algunas habitaciones; cucarachas y roedores obligan a muchos residentes a tener toda la comida almacenada en bolsas plásticas colgadas de las paredes. “Si dejo algo en una mesa se lo comen las ratas”, indica una damnificada.

    La Tribuna A parece tierra de nadie, hay poca vida en los pasillos, las motos tienen tomado el espacio, el ruido es ensordecedor a toda hora, la gente prefiere encerrarse en sus cubículos y mantener adentro a los niños. Mientras que en la Tribuna C las mujeres sacan sus sillas fuera de los cubículos y conversan. El tema siempre es el mismo: no han recibido respuesta sobre las viviendas y eso las altera.

    “Nos anotamos en una lista de casas en Valencia y nunca nos llamaron”, cuenta la mamá de cuatro niños. “Nos están obligando a firmar para unos apartamentos que supuestamente estarán listos dentro de un año, pero ya no aguanto más aquí”, expresa una anciana. “No nos ha llegado el bono del Gobierno y es 31 de enero ya”, se lamenta la misma mujer. “Es mentira que los enfermos tienen prioridad, porque a la señora Elsa le dio un ACV y aún sigue aquí”, denuncia otra. Interviene la madre de dos niños que murieron tapiados en La Vega: no sale en ninguna lista porque sólo le quedó vivo un hijo de 2 años de edad. “Un funcionario me insinuó que tuviera otro muchacho para ser tomada en cuenta”, dice. Las mujeres buscan distracción porque es muy fácil llenarse de furia. Una diestra manicurista le pinta flores en las uñas de los pies a su vecina, que le paga 30 bolívares por su trabajo.

    Muchas de las mujeres andan todo el día con pijama, no tienen nada que hacer, les ofrecieron cursos que nunca les dictaron. El pijama es su manera de inventarse una privacidad que no existe. “Antes era muy activa, tuve que dejar mi trabajo porque aquí si sales se meten en tu cuarto y te roban todo. Ahora no me provoca ni vestirme”, relata una mujer mayor.

    A un año ya se ha creado un “ecosistema” económico. En muchos cubículos (dejando espacio entre las camas) han instalado bodeguitas. Allí los niños compran sus chucherías: caramelos o chigüí, y los adultos las suyas: cigarrillos y licor (aunque ambos están prohibidos). También se venden drogas, culpables de muchos de los conflictos. Pero tener una bodega no es seguro. A una mujer le han robado cuatro veces su pequeño comercio. “Aquí se llevan hasta las tuberías de agua para vender el metal”, expresa.

    Unos niños usan las rejas de entrada de la Tribuna C como columpio; otros se deslizan por los pasamanos de las escaleras mecánicas inservibles; un pequeño de 3 años de edad maneja un carrito eléctrico BMW, su sonrisa contrasta con el entorno. Ellos son los únicos que pueden cerrar los ojos y construir su oasis.


    Por: Deivis Ramírez Miranda
    Sofía Elena Álvarez
    Politica | Opinión
    EL NACIONAL
    domingo 19 de febrero de 2012

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