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    EDUARDO MAYOBRE: Motorizados

    “En Venezuela se acostumbra llamar motorizados
    a quienes manejan motocicletas…”

     

    Son una multitud que a menudo hace al tráfico en la ciudad insoportable. Es muy común que el peatón o el automovilista los insulte y que ellos respondan de igual modo. Normalmente el motorizado es de origen humilde. Aunque no faltan yuppies, niños bien y profesionales de saco y corbata que utilizan y hasta exhiben sus motos. La extracción de la mayoría de los motorizados ha ocasionado que la hostilidad entre ellos y el resto de población sea casi una lucha de clases. Los ricos odian a los motorizados, y estos últimos odian a los ricos.

    Como en casi todas las luchas de clases, se trata de un enfrentamiento entre explotadores y explotados. Gran parte los motociclistas trabajan como mensajeros de comercios, negocios y otros emprendimientos que mueven la economía capitalista. Pero eso no agota la materia. Porque existen también los motorizados burocráticos, dependientes de oficinas de la administración pública, que son muchos. Y los simples obreros que utilizan sus motos para llegar a su trabajo o llevar a la escuela a los niños. Más recientemente tenemos a los mototaxistas, que cumplen la función de que enseñan a manejar a los adolescentes y para que se incorporen en el mundo del trabajo informal.

    En la lucha de clases con los motorizados se han perdido, sin embargo, las perspectivas. Porque no se diferencia entre el motociclista que es simplemente molesto y el que es hostil. El primero quizás carezca de modales, toque en exceso su corneta y cruce en diagonal cuando no debe. Pero es un ciudadano respetable que comparte con el automovilista la afición nacional por el abuso. Mientras que el motorizado hostil abarca un mundo que va desde la amenaza hasta la delincuencia.

    La parte más agresiva de los motociclistas abusivos es la que se siente guapa y apoyada. Aquella que invoca un fervor revolucionario y se organiza con el respaldo, real o supuesto, del Gobierno. Se sienten mensajeros de una nueva moral que permite atracar a los viandantes, atropellar a los opositores por burgueses e incendiar las universidades. Como diría el gran poeta César Vallejo: “Son los heraldos negros que nos manda la muerte”, quienes añaden una pistola a la rapidez de sus vehículos para paralizar a sus víctimas.

    Esta suerte de milicia en dos ruedas ha sido fomentada desde las más altas esferas. La envían cuando la consideran necesaria.

    Y más de un vivo se aprovecha de la circunstancia para cometer sus fechorías. Hace unos meses fui atracado por un motociclista, debo decir que poco agresivo y que sólo me quitó 100 bolívares. Cuando se iba a retirar me preguntó: ¿Sabe de dónde soy? Y respondió él mismo: “Del colectivo La Piedrita”. No le creí. Pero era una manera de conferirle al robo contenido ideológico. De incorporarse a una visión del mundo justificada por una dirigencia, a un Weltanschaung compartido por los líderes.

    Sería injusto y apresurado pretender extender la caracterización de estos motorizados violentos a la multitud de motociclistas que cumplen tareas civilizadas diarias en sus motos. Tan injusto como decir que todo el que tiene automóvil es un burgués insensible a las necesidades de su pueblo.

    Y además de injusto, peligroso.

    Porque esas simplificaciones sólo sirven para generar hostilidades.

    Y cuando se intenta institucionalizarlas en batallones, brigadas y escuadrones pueden tornarse peligrosas. Tanto para las víctimas, objetivo de los grupos agresivos, como para los motorizados mismos. Porque la tentación fascista existe. Y cuando una parte de la población se siente amenazada puede recurrir a métodos inconfesables. Ya lo vivimos en Chile, Uruguay, Brasil y la Argentina.

    De darse el caso, eliminar motorizados se convertiría en un pasatiempo, comparable a usar un matamoscas. (Ver el artículo de Mario Vargas Llosa del pasado 12 de diciembre en este diario) De manera que por solidaridad con los motorizados decentes, por más molestos que nos puedan resultar, parece necesario evitar que proliferen las bandas de motociclistas ideológicos y sus apéndices delicuenciales. Dejemos que quienes cumplen su trabajo o trasladan a sus familiares en dos ruedas ejerzan sus rutinas cotidianas sin provocar el recelo del resto de los venezolanos. Para lo cual resulta necesario evitar que factores de poder o agentes del Estado organicen bandas de motoristas para llevar a cabo tareas que en el mejor de los casos son políticas y en el más común de ellos son simples atropellos a la ciudadanía.

    La gran mayoría de los motorizados son buena gente. Por lo que sería conveniente terminar, o amortiguar, la lucha de clases entre los que se desplazan en dos y quienes lo hacen en cuatro ruedas.

    Empezando por desearnos unos a otros un feliz Año Nuevo.


    Por: EDUARDO MAYOBRE
    emayobre@cantv.net
    Política | Opinión
    EL NACIONAL



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