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    Vicente Diaz: Nos están matando

    La sensación de inseguridad del
    frío cañón de una pistola

     

    Viernes 25 de noviembre, 12:00 de la noche, la señora Emilia Iguarán Usariyú duerme en su chinchorro en su casa.

    Emilia tiene 102 años. Nació con el estreno de la dictadura de Gómez. Apenas seis años atrás la humanidad había alzado vuelo por vez primera. Durante su vida ocurrieron la Guerra Civil española, dos guerras mundiales, las revoluciones rusa y china, el auge y la caída del nazismo y del comunismo, el asesinato de Kennedy y de Luther King, la dictadura de Pérez Jiménez, el Mayo Francés, la invención de la televisión y de la computadora, la llegada a la Luna, el asalto al cuartel Moncada, el nacimiento de la democracia en Venezuela, la destrucción de las Torres Gemelas, la aparición del chavismo.

    Emilia es madre de seis hijos.

    Tiene más de un centenar de nietos, bisnietos y tataranietos.

    Duerme plácidamente. Una bala asesina destroza sus incansables riñones y acaba con su vida. Dos hampones que atracaban a una de sus nietas disparan a mansalva y acaban con su vida. La señora Emilia tenía el derecho de morir en paz. El hampa enseñoreada en las calles del país transmutó ese derecho en tragedia.

    Enrique maneja por la avenida Bolívar de Caracas. Es mediodía.

    Tráfico infernal, normal. Violentos golpes a su ventanilla le disparan la adrenalina y lo sacan de su modorra. Un motorizado golpea con la cacha de la pistola, le exige que baje el vidrio. De parrillero, un niño; no más de 12 años. El delincuente le pide la plata, el reloj y el celular. Sin oponer resistencia Enrique obedece al hampón.

    Éste, con el botín asegurado, se voltea y le entrega la pistola al niño-parrillero y lo conmina a dispararle a Enrique. El niño duda, el arma tiembla. Enrique, aterrado, sólo piensa en su bebe de sólo 2 años, y en su mamá, que se morirá de pena. El aprendiz de hampón no jala el gatillo. El malandro le golpea y presiona para que mate a Enrique. El aprendiz llora mientras la pistola es abanicada por esa mezcla de miedo con deseo de pasar la prueba para entrar en la banda.

    Triunfa el miedo. El niño se derrumba. El hampón arranca la moto e insulta al carajito. Enrique volvió a nacer. Era su día de suerte.

    Es la vida real.

    Sesenta asesinados en una semana es una estadística monstruosa. Son sesenta Emilias. Miles de Emilias.

    Y detrás de la muerte de Emilia hay un aprendiz que sí pasó la prueba, que asesinó a un Enrique, que se graduó de criminal. Las estadísticas son escalofriantes pero cada número tiene una cara, una vida, una historia.

    Cómo indigna la muerte de la señora Emilia, cómo indigna que no haya una Gran Misión Seguridad, cómo indigna que se diga que lo que hay es una sensación de inseguridad inducida por los medios.

    En mi familia todos hemos sido atracados, sin excepción. La sensación de inseguridad no nos la creó Globovisión sino el frío cañón de una pistola.

    Convenzan a los centenares de descendientes de Emilia de que la inseguridad es una sensación.


    Por: VICENTE DÍAZ
    @vicenteDz
    VicenteDz@elnacional.com
    Política | Opinión
    8 Diciembre, 2011
    EL NACIONAL



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