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ARMANDO DURÁN: Unidad y unanimidad


A tres meses de las
elecciones primarias

 

A medida que nos adentramos en el tenso espacio de la campaña electoral por la candidatura presidencial de la oposición, se acentúa en la práctica diaria de la política la confusión conceptual entre dos términos que lucen parecidos pero que no lo son: unidad y unanimidad.

Este despiste, involuntario o no, es lo que en realidad pone en peligro la necesidad de fortalecer a toda costa la unidad de todos los factores políticos y sociales de la oposición para derrotar a Chávez o a su sucesor en las elecciones presidenciales de octubre de 2012.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, unidad es la “propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o se altere”. Una definición exacta si nos referimos a seres individuales, una mesa, por ejemplo, pues si le arrancamos una pata en efecto queda destruida como mesa, pero peligrosísima si la aplicamos a un conjunto de seres, en este caso los partidos políticos y las individualidades que integran la MUD, pues ello nos conduciría directamente al horror que pretendemos combatir, una unanimidad similar a la del pensamiento oficial, de criterio único, “sin otro de su especie”, que responde al fundamento de rechazar, negar y perseguir la posibilidad de ser o significar algo diferente. ¿Una simple y clara política de exclusión como norte de la ruta opositora? Este es el nudo que precisamente nos diferencia de Chávez y de su manera de gobernar en contra de la voluntad mayoritaria de los venezolanos, tal como quedó registrado con su desconocimiento de los resultados del referéndum del 2 de diciembre de 2007. La evidente incompatibilidad existente entre la doctrina oficial de condenar a la nada al adversario convertido en enemigo a muerte por el solo hecho de pensar de otro modo y la diversidad representada por la democrática variedad de criterios y la desemejanza de opiniones. ¿Acaso no son estas visiones distintas del mundo las que le abren a cualquier sociedad libre la amplitud de una realidad rica en todo, precisamente, gracias a su diversidad? En el mundo concreto de la política actual, de esta falta de escrupulosidad lingüística se derivan dos acciones contrapuestas.

De un lado, la inclinación a destruir a quien no comparta mi manera de ver las cosas con el falso argumento de que no pensar como yo equivale a romper la unidad, como si yo fuera el dueño exclusivo de la verdad; del otro, la portentosa acción de unificar, que según el DRAE es “hacer que cosas diferentes o separadas formen una organización, produzcan un determinado esfuerzo, tengan una misma finalidad…”, sin caer, digo yo, en el abismo atroz de la unanimidad.

Corolario natural de esta realidad es que en ningún caso la unión o conformidad de criterios dispares representa un riesgo para la unidad. Lo que sí la pone en peligro es la tentación de liberar al monstruo de la exclusión, como hizo hace algunas semanas Teodoro Petkoff al señalar, con espíritu abiertamente descalificador, que Pablo Pérez encarna a la izquierda y Henrique Capriles Radonski a la derecha. Maniobra similar a la de Henry Ramos Allup, cuando aprovechó su reciente declaración anunciando el apoyo de Acción Democrática a la precandidatura del gobernador del Zulia para descartar del juego electoral a Leopoldo López con el razonamiento inadmisible de que la ambigua respuesta del Tribunal Supremo de Justicia a la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre su inhabilitación política convertía la aspiración del ex alcalde de Chacao en una candidatura inestable.

¿Podría saberse por qué? A tres meses de las elecciones primarias, con seis precandidatos inscritos en la MUD para competir por el banderín de la oposición el próximo 12 de febrero, es necesario clarificar estos conceptos antes de que sea demasiado tarde.

Unificar a toda la oposición pero dentro del marco inalienable del derecho de disentir y no excluir a nadie ni ser excluido, sumar a fuerza de solidaridad y no dividir descalificando al otro sencillamente porque no piensa como yo, respetar la opinión de los demás y esperar que los otros también respeten la mía, marchar juntos aunque seamos diferentes porque en definitiva nuestro propósito y nuestra finalidad son comunes, rebelarnos contra el imperio absolutista de los cogollos y de los personalismos desmesurados, no ser como Chávez sino todo lo contrario y avanzar, sin mezquindades ni ambiciones subalternas, y apuntar nuestro esfuerzo a octubre del año que viene para restaurar entonces, al precio que sea, las libertades ciudadanas y la institucionalidad democrática. Si no lo hacemos, queridos lectores, con todo el dolor del alma, apaga la luz y vámonos.


Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL