Steve Jobs registró unas 338
patentes de inventos propios
Un mensaje de Twittter de un seguidor español que recibí horas después de la muerte del fundador de Apple, Steve Jobs, me llamó la atención. El mensaje decía: “En España, Jobs no hubiera podido hacer nada, porque es ilegal iniciar un empresa en el garaje de tu casa, y nadie te hubiera dado un centavo”.
El comentario plantea algunas preguntas interesantes: por qué no hay más innovadores como Jobs —o el fundador de Microsoft Bill Gates, o el fundador de Facebook Mark Zuckerberg, o tantos otros— en otras partes del mundo, y si Estados Unidos seguirá siendo el centro tecnológico del planeta en momentos en que su influencia política, militar y económica está en disminución.
Jobs, que murió a los 56 años, estudió en una buena escuela secundaria en una zona de California repleta de compañías de alta tecnología, y co-fundó Apple en el garaje de su casa a los 20 años de edad. Diez años más tarde, tras recibir dinero de varios inversores, Apple valía 2 mil millones de dólares y tenía 4,000 empleados, y producia una larga lista de innovaciones que cambiarían el mundo, incluyendo la computadora Apple, el iPod, el iPhone y más recientemente el iPad.
En 1985, Jobs fue despedido de Apple en medio de una lucha de poder dentro de la empresa, e inició un período que más tarde describió como el más creativo de su vida. Fundó NeXT Computer con poco dinero, pero muy pronto el multimillonario Ross Perot hizo una importante inversión en su empresa, y cinco años más tarde produjo las primeras terminales informáticas NeXT.
A mediados de los años ochenta, Jobs compró también una empresa de computación gráfica y empezó a producir películas como Toy Story y otros filmes animados por computadora. Volvió a Apple en 1996, y lo que siguió es historia. A lo largo de su vida, registró 338 patentes de inventos propios o compartidos.
A juzgar por las estadísticas internacionales, mi corresponsal de Twitter puede estar en lo cierto al decir que Jobs hubiera tenido que ser muy paciente —y afortunado— para iniciar su empresa informática en España o en otros países.
Según el estudio del Banco Mundial “Haciendo Negocios, 2011”, en Estados Unidos se requieren 6 días y 6 procedimientos legales para iniciar una empresa, comparado con los 47 días y 10 procedimientos legales que se necesitan en España, 147 días y 17 procedimientos legales en Venezuela, 120 días y 15 procedimientos legales en Brasil, 26 días y 14 procedimientos legales en Argentina, y 9 días y 6 procedimientos legales en México.
En lo referido a la facilidad para obtener crédito e iniciar una empresa, Estados Unidos ocupa el sexto lugar en el mundo, Perú el puesto número 15, España y México el puesto 46, Argentina el 65, Chile el 72 y Venezuela el puesto 176, según el mismo informe.
Con respecto a la protección intelectual de las patentes —para impedir que otras personas roben una invención—, Estados Unidos ocupa el quinto lugar en el mundo, Perú el número 20, Chile el 28, México el 44, Brasil el 74, España el 93, Argentina el 109 y Venezuela el 179, según el estudio.
Aunque el informe del Banco Mundial no lo considera, otro factor importante en el caso de Jobs y otros tantos innovadores, es la tolerancia de la sociedad al fracaso individual. En muchos otros países, la carrera de Jobs hubiera terminado cuando fue despedido de Apple. Tanto sus pares profesionales como sus potenciales inversores lo hubieran considerado un fracasado, pero en la cultura de innovadores de Silicon Valley, muy pronto Jobs se reinventó y volvió al ruedo.
Mi opinión: Jobs pasará a la historia como un gran innovador, pero no coincido con los innumerables artículos que aparecieron después de su muerte, que lo describían como un genio único en su tipo. Estoy seguro de que existen otros Steve Jobs, Gates, o Zuckerbergs en potencia en muchos otros países, pero no se les permite dar rienda suelta a su talento creativo porque sus entornos no recompensan —y con frecuencia reprimen— la innovación.
En varios países europeos y en casi todos los latinoamericanos, Jobs hubiera sino uno de los tantos emprendedores frustrados que no pueden materializar sus invenciones, o uno más de los millones de pequeños empresarios que trabajan en la economía subterránea, sin poder producir nada masivamente. Y en el Estados Unidos de hoy, no sé si Jobs conseguiría la financiación necesaria para iniciar un nuevo emprendimiento.
Entonces, no hay que ver a Jobs exclusivamente como un fuera de serie. También hay que tener presente que su éxito se debió a la cultura de innovación de Silicon Valley, y preguntarse si nuestros países —incluyendo a Estados Unidos— están haciendo todo lo posible por ayudar a que sus mejores talentos puedan desarrollarse.
Por: Andrés Oppenheimer
aoppenheimer@MiamiHerald.com
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