“Solidaridad y evangelio…”
– “No hacemos el bien que queremos y hacemos el mal que no queremos..”, dice San Pablo; esta evidencia no ha cambiado con el tiempo.
Todos queremos paz, amor y solidaridad, pero en el mundo abunda la guerra, el odio y el egoísmo que niega al otro. La pregunta de los valores es ¿de dónde sacamos convicción y fuerza espiritual para hacer un mundo más humano? Jesús no era economista, ni politólogo, pero conocía el corazón humano y su inclinación a construir ídolos, dioses crueles que exigen sacrificios humanos; dioses religiosos y seculares. En aquellas pobres y atrasadas sociedades identificó lo que hoy es más evidente y omnipresente: el dinero y el poder político, o los dos juntos, que señorean vidas y esperanzas humanas, y siembran muertes y desesperanzas.
Por eso, dice Jesús: “Nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero”; “los señores de los pueblos los dominan y someten a la esclavitud, pero entre ustedes no ha de ser así”.
Jesús no fue un profeta espiritual maniqueo que rechaza los bienes materiales y desconoce la autoridad de gobernar. Por el contrario, los reconocía como buenos instrumentos imprescindibles para la vida, pero con tendencia a convertirse en instrumentos de muerte. El cristianismo en sus diversas modalidades ha alentado en la historia la creatividad, el espíritu empresarial y la generación de riqueza, pero…
No es cierto, como decía la Ilustración, que esa enfermedad de construir ídolos se debe a la ignorancia y desaparecerá a medida que las luces de la racionalidad iluminen las mentes humanas. Es patético el cuadro que en Guerra y paz nos presenta el gran novelista ruso Tolstoi con el “ilustrado” Napoleón, que, en nombre de las luces, en 1812 lleva a Rusia a la guerra más espantosa y mortal conocida hasta entonces, “un hecho contrario a la razón y a la naturaleza”. “Sin embargo agrega Tolstoi los hombres que cometieron aquellos delitos no los consideraban como tales”. Napoleón se consideraba salvador de toda Europa y de Rusia por medio de un millón de muertos. Ya derrotado y confinado en Santa Elena, el Corso consideraba que de esas guerras nacerían “el bienestar y la prosperidad de todo la humanidad, “la patria común de Europa y París habría sido la capital del mundo”, bajo el divino Napoleón.
Aun hoy día, las plazas y las mentes están llenas de estatuas que glorifican a Napoleón y a otros héroes de guerras criminales. En el siguiente siglo, el avance del racionalismo instrumental y la lucha por el poder desataron dos guerras mundiales, mucho más devastadoras y criminales que todo lo anterior, donde los países más avanzados se mataron con las tecnologías más sofisticadas. ¡Si Tolstoi viera la carnicería de la Segunda Guerra Mundial en la que murieron más de 50 millones de personas! La raíz de tanta insensatez y muerte está en lo que Jesús señala: quien no tiene y no vive consciente o inconscientemente como su valor y sentido supremo en la vida el Dios-Amor, termina construyendo ídolos y sacrificándoles vidas humanas.
Por eso el rostro del Dios-Amor se hace plenamente transparente en Jesús cuando prefiere a leprosos, cojos, ciegos, pobres… excluidos y antepone su dignidad a los falsos dioses del dinero y del poder. Ese rostro de Dios no se refleja en primer lugar en el templo, ni se restringe a lo religioso, sino que transforma la humanidad en la vida cotidiana: si quieres ganar la vida, hazte prójimo y la tendrás.
En la dinámica humana religiosa y laica, personal y social hay tendencias terribles a la idolatría. La tragedia de toda religión por supuesto también de la cristiana es su permanente tentación de dejarse atrapar por los dioses del poder absoluto y de la riqueza. Basta una mirada rápida a la historia para ver las funestas consecuencias de semejante matrimonio.
Vivir el Dios-Amor y encontrarlo en los demás es luchar permanentemente por formas más humanas y solidarias de la sociedad; también entre quienes se consideren agnósticos y dan la vida por el hermano. Jesús, en el Evangelio, aporta a la solidaridad el Amor de hecho y de palabra, y deja en evidencia que los ídolos matan toda dignidad humana, como lo crucificaron a él. La solidaridad pasa por destruir esos ídolos y humanizar el poder político y económico transformando los dioses en instrumentos de vida.
Por: LUIS UGALDE
Política | Opinión
EL NACIONAL