“Nos hizo uno, pero
un uno bonito…”
En este país que tanto ha sido entrenado en los últimos años para vivir peleado e insultándose, por primera vez en mucho tiempo, puede uno decir algo en lo que sabe que todos los venezolanos vamos a estar de acuerdo, que no recibiré hoy ningún insulto por lo que escribo.
Qué bonito suena, porque es un acuerdo que brota no de la imposición arbitraria, sino del corazón, que nace del haber contemplado a nuestra Selección Vinotinto, dejando el alma en el terreno de juego e invicta no por patriotismo obligado, sino porque así objetivamente lo sentimos en nuestros corazones. La selección nacional nos mostró de qué madera está hecha esta Venezuela cuando se propone hacer las cosas bien, como tantas veces lo ha hecho en su historia. Sí se puede y claro que se puede.
La Vinotinto nos mostró el camino de lo que con organización, tesón coraje y noción de equipo podemos alcanzar. Nos hizo uno, pero un uno bonito, en el que el todo es más que la suma de sus partes, en el que, a pesar de nuestras diferencias, sabemos que tenemos razones para abrazarnos, porque más allá de colores particulares, hay uno que rescata nuestro orgullo para decirle al mundo que aquí estamos, de pie, bregando nuestro destino y que valemos la pena.
Mariela Celis (@lacelis) escribió en su Twitter: “Me siento como en la película Invictus”.
Un comentario, sin duda, afortunado. Se refiere La Celis a la película en la cual el alma dividida por el Apartheid, en Sudáfrica, halla, como punto de encuentro y reconciliación, el apoyo a su selección en la Copa Mundial de Rugby de 1995.
Una selección que no contaba con la simpatía de la población negra, porque la consideraban emblema de la terrible agresión discriminatoria padecida por tantos años.
Sí, yo también me sentí como en Invictus, quizá lo único que me falta en esta historia es Mandela. Un hombre de una estatura moral tan elevada, que pudo promover el perdón porque nadie tenía más razones para perdonar que él. Un hombre que lideró a su pueblo por el camino de la paz, del encuentro y la reconciliación, más allá del dolor padecido.
La película cuenta la historia de cómo Mandela se alió con el director de los “Springboks”, François Pienaar, para inspirar a una selección que venía de derrota en derrota, hasta ganar la Copa Mundial, apostando en ello el cambio de mentalidad de los sudafricanos promoviendo la tolerancia y la unidad.
Comprendió Mandela todo lo que el deporte puede hacer para iluminar a un pueblo. Se valió, el entonces presidente de Sudáfrica, entre otras cosas, de un poema del poeta inglés William Ernest Henley, que lleva por título “Invictus”, término que bien le cabe a nuestra selección, nunca vencida, siempre victoriosa. Bien podríamos rematar, como homenaje a nuestros jugadores y entrenadores, con ese poema que tanto se les parece a ellos… y a nosotros todos: Fuera de la noche que me cubre, negra como el abismo de polo a polo, agradezco a cualquier dios que pueda existir por mi alma inconquistable.
En las feroces garras de la circunstancia ni me he estremecido ni he llorado en voz alta. Bajo los golpes de la suerte mi cabeza sangra, pero no se inclina.
Más allá de este lugar de furia y lágrimas es inminente el Horror de la sombra, y sin embargo la amenaza de los años me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta, cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma.
Viva Venezuela, carajo.
(El último verso no estaba en el poema, lo agregué yo)
Por: Laureano Márquez
22 Julio, 2011