Aquí Opinan…
Conmemoramos el Bicentenario de la Independencia en una Nación dependiente de la monoprodución petrolera. Por efecto de tan singular monocultivo y por la lógica del Poder engordado por las divisas que genera, el venezolano, cada vez más alienado, pues no puede reconocerse en lo más humano de su condición: el gozo de reconocerse en el producto de su trabajo.
“Para Bolívar y Sucre el gobierno militar no es gobierno y las leyes de la milicia no son los bienes esperados por los pueblos libertados”.
Conmemoramos el Bicentenario en una Nación involucrada, como ejecutora y objeto al mismo tiempo, en la insania de un proyecto oloroso a neocolonialismo, lanzado en comandita con el fracasado castrismo, que trocó a la hermana isla en perla parasitaria “donde toda incomodidad tiene su asiento”.
Entretanto, el gobierno blande para despistar el estandarte libertador y amella en garras de tiranos las réplicas que les obsequia de la espada libertadora. Visto con rigor el fenómeno neocolonialista socialista, su ambigüedad se diluye al advertirlo inherente a la lógica del Poder autocrático, tendiente a totalitario.
Conmemoramos el Bicentenario de la Independencia en un Estado Sucre carente de capacidad para su avituallamiento, sin soberanía ni seguridad alimentaria. En 1811 nuestro Estado disponía relativamente de mayores cúmulos de café, cacao, azúcar y ganado bovino. Como leo en artículo de un amigo, Humboldt constató en 1799, en el valle de Cumanacoa, el intenso intercambio comercial con los llanos al cruzar la trocha abierta por la tenacidad y la conciencia en el cerro del Imposible. Hoy ese Valle es uno de lágrimas, pobreza, desempleo.
Conmemoramos el Bicentenario de la Independencia en un Estado en muy mal estado, otra vez sometido a burla, ahora con la ópera bufa del emporio gasífero cacareado por la gallina de los huevos de oro negro y hundido junto con la plataforma insumergible en la costa güireña.
De allí el rechazo al gobierno y la aceptación de la idea de consolidar la unidad de todos los ciudadanos amantes de la libertad, cuya condición de ciudadanos deviene de aquel civilista 5 de julio, y de alí mismo le deviene al Libertador que por tal razçón supo decir: “El sistema militar es el de la fuerza, y la fuerza no es gobierno” (1816).
Lo mismo vale para el Mariscal de Ayacucho que que en la batalla aprendió que un gobierno militar “no es propiamente un gobierno” y “no son las leyes de la milicia los bienes que los primeros hijos de la revolución esperaban de nuestra victoria” (1-7-1825).