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    Enrique Ochoa Antich: LA SUCESIÓN

    CATALEJO

     

    Lo que en una democracia normal ­liberal, burguesa, participativa, como quiera llamársela, pero democracia­ constituye un acto habitual, una liturgia consuetudinaria, la sucesión en el ejercicio del poder de una persona a otra ­que en una sociedad plural y diversas implica sucesión de un partido a otro, de una ideología a otra, incluso de una clase social a otra­, en toda autocracia que sea propiamente tal, como es el caso del actual Estado venezolano, constituye una perturbación que sacude sus propios cimientos. No puede compararse nuestro caso con el de los regímenes totalitarios comunistas de la Europa oriental poststalinistas, ni siquiera al de la China postMao en los que, mal que bien y luego de superados los largos períodos de culto a la personalidad (que aún perviven en Cuba y Corea y pervivieron en la Yugoslavia de Tito hasta el final), había un partido, con cierta fisiología institucional, con cierta dirección colectiva que podía considerar y resolver pacíficamente y sin contratiempos el tema de la sucesión (sin contar aquel legendario pistoletazo con el que dícese Jruschov frenó las apetencia de Beria).

    El nuestro es un régimen inspirado en los proyectos comunistas del siglo XX (que eso terminó siendo el llamado socialismo del siglo XXI, una nostalgia), estatista y centralizado, pero básicamente es una autocracia, por lo que se constituye al final de la cuentas en una práctica propiamente fascista o, en todo caso, en otro de nuestro personalismos populistas latinoamericanos que se iniciaron en el siglo XIX.

    El chavismo y en particular la nomenclatura chavista ha descubierto un hecho estremecedor y, para sus fines de supervivencia política e, importante, crematística, escalofriante: el caudillo, el Jefe Único de la Causa (para usar el triste cognomento castrista y gomero) es mortal. Ahora admite el tirano que su híperliderazgo, reivindicado con estridencia hace algunos años, fue un error. Para citar a Heinz Dieterich: “En Venezuela, la energía unidireccional del Sol (Chávez) ha quemado los posibles retoños”.

    Ya es tarde. Si la enfermedad fuese grave (digo, es un decir, como escribiera Vallejo), ya no habrá tiempo para que germine esa fisiología propia de los partidos a través de la cual, al final, se designa a sus líderes. Sólo quedaría como institucionalidad precaria, precarísima y patética, el dedo del tirano.

    Por eso las autocracias, aunque se digan republicanas y aún comunistas, supuran en su agonía el tufillo de las monarquías y, por comodidad, surgen los hijos, los hermanos, las esposas, como herederos solícitos.

    Adán saluda desde el balcón del pueblo. A Jaua y Maduro se les escuece el alma. Rangel, el cínico, sonríe a lo lejos. Y los Aristóbulo, Alí, Giordani, etc., son sólo espectadores de un poder que les es y les será ajeno. ¡Qué débil el régimen que hacía aspavientos de todopoderoso! ¿Quién le teme a este gigante con pies de barro.


    Por: ENRIQUE OCHOA ANTICH
    eochoaantich@gmail.com
    @EOchoaAntich

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