Uno está acostumbrado al
secretismo gubernamental
No en vano los años pasan y crean hábitos. En el caso de la enfermedad presidencial no esperábamos otra cosa que los silencios, mentiras, medias verdades y contradicciones de siempre. Así ha sido. Pero ya hemos apuntado un lado infantil, de juego a las escondidas, que no deja de ser novedoso e inexplicable. Por ejemplo, se nos hace creer el día anterior que el Presidente se va a curar a Brasil, que la quimioterapia es para luego y pasa su jornada de lo más cotidianamente, hasta pintando un cuadro.
Y sin rumores siquiera aparece en la nochecita en TV anunciando que se va para Cuba el día siguiente. Con permiso de la Asamblea, la cual tuvo que convocarse en horas, con sirena. Algo debe estar planeando la sala situacional binacional de Miraflores con estos “a que no me encuentras”, pero la verdad es que los periodistas estamos tan mal situados ante las fuentes oficiales que no vislumbramos las razones de esos sobresaltos.
Como hemos visto y oído a Chávez más bien ensimismado y poco atento a la oposición, con una imprevisible y frenética dedicación a la fe religiosa, como aquel “trueno vestido de Nazareno” de Antonio Machado y, además, bastante distante de los asuntos públicos (hasta ha dicho que está aprendiendo a delegar), uno se pregunta dónde está el piloto, quién está administrando, despachando el día a día.
Sobre todo redondeando maldades y triquiñuelas como la sentencia contra Álvarez Paz, especialmente siniestra si le creemos aunque sea unos milímetros al ciudadano Makled, la admisión de antejuicio para Capriles ordenada por la dama ciega de bola del Tribunal Supremo, la orgía lingüística y policial de Mario Silva, la Ley de Costos y Precios Justos y otros desafueros.
No creemos que sean cosas que hayan preocupado en exceso al Presidente, entregado a su enfermedad y a vírgenes y silbones. Seguramente es el inspirador de todo ello, pero debe haber un timonel oculto, un operador, o varios, que concreten los procesos. Para nada creemos que haya perdido su ponzoña, antes de irse hizo la impudicia inédita de meter una cadena en otra, para invadir las focas de la Asamblea; solo que parece difícil sincronizar su mal y el tiempo del poder.
Nos parece recomendable entonces, ante tanto cortocircuito, que se aclare la línea de mando. Por ejemplo, qué pito toca Jaua, el innombrado. ¿Pita en el mismo tono de Diosdado? ¿Cómo marchan los compañeros de armas? Algunos escuálidos nerviosos hasta andan añorando los tiempos del “así, así, es que se gobierna”. Tantas interrogantes juntas producen estrés, como el tráfico capitalino o la inflación.
También nos da la impresión de que no se sabe bien cómo manejar la enfermedad del Jefe. O exhibirla y politizarla, que es lo que ha prevalecido, o mitigarla o silenciarla, lo que han hecho otros capos. Nosotros recomendaríamos una elegante discreción, porque en realidad todos somos enfermos reales o virtuales. Y, les aseguramos que todos vamos a morir. Que se trata de la más participativa y protagónica de las características de la especie humana y de la vida toda. Así que no es ni desgracia ni mérito de excepción que haya que exhibir demasiado.
El que Chávez se haya ido sin fecha de vuelta y sin sustituto formal no hace sino inflamar tanta incertidumbre.
Por: Fernando Rodríguez