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    RAMÓN HERNÁNDEZ: Milagros


    El Tejado Roto

     

    Las creencias son parte de la libertad de conciencia, que es la primera y más importante de las libertades, también la más poderosa.

    También la más difícil de reprimir y a la que temen más los regímenes autoritarios, monocolores, monocordes y unipersonales. Es el rincón existencial en el que se alojan la religión y la fe, las creencias en general y que, aunque son partes fundamentales unas de las otras, son materias muy distintas, como pareciera que está aprendiendo a diferenciar el neocristiano redivivo Emeterio Gómez.

    Asombra que quienes, fusil al hombro y hediondos a monte, a vía armada, sin que se hubiese repetido en sus respectivos casos la iluminación que tuvo el evangelista Pablo de Tarso camino a Damasco, aparezcan contritos y rezanderos, apestosos a sacristía y palmatoria, elevando plegarias al santísimo con la frescura y lozanía de quien no ha roto un plato y ha hecho burlas no tanto de los mandamientos que recibió Moisés sino, especialmente, del misterio de la Santísima Trinidad y de las farragosas demostraciones de la existencia de Dios, tan enmarañadas como la teoría de la relatividad de Einstein.

    Teología aparte, la esencia nacional es “tener fe”, que es una locución que se utiliza como sinónimo gemelo de “confiar” y de “tener confianza”. Lo mismo ocurre con la palabra “creer” que sustituye ventajosamente en su uso diario a “suponer”. Tan arraigada está la costumbre que los marxistas-leninistas que siguen letra por letra los manuales enviados por la Academia de Ciencias de la Unión Soviética como la biblia del materialismo dialéctico dicen sin acusar vergüenza alguna que ellos “creen en la revolución” y “tienen fe” en que el comunismo será redención de la humanidad, aunque la lucha de clases niega la orden divina de amar al prójimo como a sí mismo.

    Tamaña contradicción, que un ateo tenga fe y crea, no causa revuelo en un país en que a los ateos, iconoclastas y similares fallecidos se les despide su paso por esta tierra de Dios con una santa misa y una oración por el descanso de su alma.

    No hay espacio, ni tengo la sabiduría necesaria para aclarar que no es posible separar la Iglesia construida por unos hombres de las creencias que comparten esos mismos hombres; cuando más, sólo se puede marcar cierta independencia, pero nunca tan ancha que permita comparar a la jerarquía con Lucifer, mientras se pregona que se defienden los mitos de la fe, el mismísimo manto de la Virgen. Ese es un rasgo, cuando menos, de esquizofrenia, pero en verdad se trata de simple pragmatismo populista, de una manera desvergonzada y canalla de aprovecharse de las creencias del pueblo para manipularlo y aprovecharse de la renta petrolera, del presupuesto. No creo en milagros voceados por Cilia Flores ni en las alegrías celestiales de Elías Jaua, mucho menos en la santidad de Fernando Soto Rojas que todavía no termina de contar cuántos murieron fusilados en el cerro El Bachiller. El primer paso es el arrepentimiento, un mandamiento que tampoco ha proscrito. Remato catecismo de letras grandes, ideal para la presbicia.


    Por: RAMÓN HERNÁNDEZ
    @ramonhernandezg
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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