En la cárcel Rodeo I existen dos “carros”
rivales que controlan a 3.000 reos
■ Un informe de la Dirección de Servicios Penitenciarios revela la estructura que organiza la cadena de mando que gobierna en las cárceles.
Como si se tratara de un juego de ajedrez sobre un tablero corroído por la violencia y la desidia, en el submundo carcelario existe una estructura que permite un relativo orden interno en el penal. Pero esto tiene un precio. Todo el poder recae sobre una sola figura, los demás son sólo peones, y cada movimiento tiene un solo propósito: proteger al “pran”, que puede compararse con el rey en el ajedrez. Así sus negocios serán prósperos y “reinará” la calma.
Los funcionarios de la Dirección Nacional de los Servicios Penitenciarios elaboraron un informe sobre cómo es la estructura interna de poder en las cárceles. En Rodeo I y en el resto de los penales venezolanos existen estas estructuras denominadas “carros”, cada una arrastra hasta 500 reos y se impone la ley del más fuerte. Viven bajo normas y reglas no escritas, pero que de manera tácita son asumidas por cada uno de los internos, que se someten al poder de un solo hombre.
En el caso de Rodeo I, hay dos carros, el de La Torre y el del Anexo. De estos dos grupos de poder depende todo el modus vivendi de los 3.000 reos que alberga el penal.
¿Cómo juegan?
El liderazgo es del “principal” o “pran” y viene dado por su poder de letalidad: es un cargo que se gana a punta de sangre. Tras él, siempre habrá uno o dos reclusos que se convertirán en su “sombra” (como se les denomina en el argot penitenciario) y su “mano derecha” que, sin duda alguna, deben ser hombres capaces de dar su vida a cambio de la de su líder. Su papel dentro del tablero es el de la torre.
El “pran” también tiene a sus servicios uno o dos reclusos llamados “la bóveda”. Ellos tienen la responsabilidad de almacenar y custodiar los botines de armas, dinero y bienes que negocia el líder con el resto de la población penal.
A los servicios del principal también están el cobrador y los voceros. La función de los primeros es básicamente llevar en un cuaderno registro de todos los negocios y deudas que cada reo asume con “el carro”, desde el derecho por estar en el área de mando, que ellos lo llaman “la causa”, hasta lo que cada recluso le deba por la droga o las armas que le compre, mientras que los voceros o palabreros tienen más bien la función del caballo del ajedrez: hablan ante las autoridades del MRIJ o del carro rival, en representación del líder, pero no tienen potestad para tomar decisiones dentro de la cadena de mando, por lo general, son miembros de la iglesia evangélica y llamados “varones de fuego”.
El penúltimo nivel de la estructura organizativa penitenciaria está representado por los “gariteros”. Ellos se encargan de mantener informado al principal de lo que ocurre a su alrededor, pero no se pueden desplazar a sus anchas por el penal ni mucho menos matar.
Sólo se ubican en el territorio dominado por su “pran”.
En momentos de crisis, los enemigos del “pran” antes de tener acceso al líder tendrían que pasar por los “luceros”, que son una especie de grupo de choque, también encargado de montar guardias por hora. Ellos tienen libertar para moverse por todas las áreas del penal y trabajan basados en el terror que aplican a la población general. Entre sus funciones está cobrar las cuentas del líder y tienen potestad para decidir a quién matan. Son un grupo de 300 reclusos aproximadamente por “carro” que controlan armas y evocan el trabajo del peón en el ajedrez.
Costumbre y adaptación:
“El principal es el que decide a quién vende las armas, qué se vende en las cantinas, maneja la droga y hasta quién vive dentro de las distintas áreas del penal, y nosotras sólo nos limitamos a traer el dinero para que ellos adentro puedan vivir lo mejor posible”, explicó un familiar de un reo de Rodeo I. Para entenderlo es casi imprescindible empaparse del argot, pues utilizan términos propios para identificar con claves el entorno. Las mujeres, que también participan de la dinámica, tienen como líderes a “las punteras” que son los que están a la cabeza de las colas durante los días de visitas, las primeras en entrar y las voceras del grupo.
Cuando un familiar cae preso, por lo general, son las mujeres de la familia las que asumen la carga. Ellas se adaptan a la rutina y en cada visita sortean los escalafones de mando en el área externa con la Guardia Nacional y en el interior con los custodios penitenciarios para que sus vidas y la de su familiar sean lo más cómodas posible durante su permanencia en ese penal.
Poder tras los barrotes:
El director de la ONG Paz Activa, Luis Cedeño, explicó que la dinámica de las jerarquías dentro de las cárceles se da por la ausencia de autoridad externa que controle a los reclusos. “El control del pran no es más que ese liderazgo que tal vez tenía esa persona dentro de una estructura delictiva, trasladado al encierro de la cárcel. Para el principal resulta más provechoso desde el punto de vista del estatus y de su seguridad controlar todo desde adentro de una cárcel que exponerse a los peligros de la calle, porque además, en libertad no puede tener el control de manejar a su antojo a 1.500 hombre, mientras que en la cárcel sí”, comentó Cedeño.
El experto considera que mientras más poderoso se vuelve el pran dentro de una cárcel, su liderazgo llega a trascender a la calle, pues en la actualidad se han detectado mafias organizadas que operan desde los penales, con vínculos externos de gran alcance.
Por: THABATA MOLINA
tmolina@el-nacional.com
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