En los últimos 3 años abrieron
69 empresas en Barranquilla
■ Colombia se ha convertido para ellos en un lugar ideal para invertir y educar a sus hijos.
■ Por la cercanía, la oferta cultural, la calidad de la vida y el buen clima para los negocios.
■ La entrada de venezolanos al vecino país se ha triplicado: de 62.195 en 2000, pasaron a 202.622 en 2010
■ La migración de venezolanos hacia Colombia está disparada y ya se hacen sentir en la industria petrolera, el comercio, la cultura y la farándula.
“En Bogotá encontramos la calidad de vida que teníamos en Caracas hace 15 años”, asegura Denise Lugo, directora de la Fundación Doble Vía. Ella, como otros 11.967 venezolanos a los que el DAS les ha otorgado cédula de extranjería en los últimos 3 años, decidió asentarse en la capital con su familia y comenzar una nueva vida.
Y ya se están empezando a ver. Por ejemplo, en la Universidad del Rosario hace 2 años no había ni un alumno venezolano y ahora hay 40, y lo mismo ha sucedido en otros centros educativos.
Simultáneamente, cada día hay más restaurantes venezolanos e, incluso, las areperas están haciéndoles competencia a las colombianas.
Para no hablar de su fuerte y creciente presencia en el sector petrolero nacional, que se ha beneficiado de su enorme experiencia.
Colombia, un país con más de 4,5 millones de ciudadanos residiendo en el exterior, hoy está viviendo un fenómeno de inmigración y de inyección de capital que tiene como protagonistas a los venezolanos.
Los datos son claros:
La entrada de venezolanos al país se ha triplicado: de 62.195 en 2000 pasaron a 202.622 en 2010. Y se presume que muchos se quedan, porque las salidas son más bajas.
A eso hay que añadir que muchos de los que están llegando son hijos de colombianos que se fueron a Venezuela hace 30 años -cuando allá brotaban los dólares y aquí reinaba la inseguridad- y buena parte de ellos tiene cédulas colombianas, por lo que no figuran en las estadísticas del DAS Extranjería.
La mayoría de ellos vive en Bogotá, ciudad que perciben como segura, de gran oferta cultural y con oportunidades de negocios. Pero también se han establecido muchos en Barranquilla, donde, según investigadores, en los últimos 3 años abrieron 69 empresas.
Uno de ellos es Ivor Heyer, que llegó en 2007, junto con dos empleados. Hoy tiene 160 trabajadores y produce cerca de 2.500 botes inflables al año.
“Me gustó la estabilidad jurídica que no ofrecen, la disponibilidad de la mano de obra, la cercanía al puerto de la zona franca y a Venezuela, y que es un mercado virgen que puede ser explotado”, señala el empresario náutico.
Países hermanos:
El desprendimiento de su país no les ha resultado difícil, por la similitud cultural, aunque algunos tuvieron que dedicarse a actividades en las que no tenían experiencia: de la práctica del Derecho a la comercialización de frutas, o de la importación de vehículos al negocio de las lavanderías.
“Mientras en Venezuela, para sacar un nuevo sabor de pan, las licencias se pueden tardar más de 18 meses, acá el Invima nos las da en 90 días; eso hace más dinámica la evolución de los productos”, dice Aureliano Ugueto, de Deli KTeses Pan Sueco.
“La virtud del venezolano es que tiene una gran cultura de la franquicia. No en vano, las marcas del mundo llegaron a ese país hace más de 20 años”, agrega Luis Felipe Jaramillo, presidente de la consultora de franquicias LFM. “Se apoyan en este modelo de negocio, una herramienta de bajo riesgo, para establecerse en el país”.
De esta manera, entraron para competir en el mercado de la cosmética, el software, la gastronomía y la finca raíz, entre otros. Algunos de los ejemplos más sobresalientes son Locatel y Farmatodo.
Según la Cámara Colombo Venezolana, mientras en el último trimestre del 2008 el flujo de inversión extranjera directa de Venezuela a Colombia fue de 7,4 millones de dólares, esta cifra ascendió a 18,6 millones en igual período del 2010. “Claramente, la crisis allá ha aumentado la inversión venezolana acá”, señala Ana María Camacho, directora de Estudios Económicos de la cámara.
En contraste con los cambios en Venezuela, donde hay expropiación, control de precios y de divisas e impedimentos para despedir empleados, en Colombia hay libertad cambiaria, contratos de estabilidad jurídica y crecimiento, expresa Ismael Enrique Arciniegas, abogado de la firma binacional Arciniegas, Briceño, Plana, que asesoró a empresas como Locatel para que se instalaran con éxito en Colombia.
La mayoría de estos inmigrantes prefiere no hablar de política y son personas que, en lo fundamental, buscan no perder la calidad de vida que llevaron en algún momento en Venezuela. Su apuesta es de largo plazo. “Esta ola migratoria no ha hecho más que comenzar”, apuntan.
Bogotá da calidad de vida:
El restaurante Gato Negro, en el Parque de la 93, es desde 1996 propiedad de un empresario venezolano, José Antonio Fraga. Este caraqueño conoció la ciudad en 1993, cuando todavía eran comunes los atentados de la guerrilla y del narcotráfico, recuerda.
Su empresa se ganó una licitación en Bogotá, donde tenía 20 consultores que manejaba “a control remoto”. “Esta ciudad no me gustaba”. Sin embargo, 12 años después la escogió como sitio de residencia, por encima de Quito, Buenos Aires, Lima y Panamá, donde también tiene negocios.
“Casi todo lo negativo cambió en 2005, cuando regresé por otro negocio”, refiere Fraga, y asegura que Bogotá le ofrece hoy la estabilidad y tranquilidad que no le da Venezuela.
A dos cuadras de Gato Negro está el restaurante Ciboulette, de la venezolana Anid Velásquez, que se radicó en Bogotá por la educación de sus hijos, estudian en los Andes y por seguridad. “No solo buscamos estabilidad económica, sino calidad de vida”, dice.
Lo bonita que es su ciudad:
“La principal razón por la que me fui de Barquisimeto fue por la inseguridad”, menciona Vanessa López, estudiante de Diseño de Modas de La Salle College. Lo hizo hace año y medio y le cambió la vida. “Esa zozobra del peligro que se vive en Venezuela le baja la calidad de vida a tus días, por eso me acostumbré rápido a Colombia. Me encanta el clima de Bogotá, la gente es atenta, todo es mucho más organizado, el transporte público funciona y la educación es excelente”. ¿Y la política? “Hay tanto fanatismo de lado y lado, que una conversación normal casi siempre se vuelve pelea. Ya no me apasiono como antes, no vale la pena”.
Jessika Fragoso, de padres colombianos que se fueron a probar suerte en el país vecino cuando eran muy jóvenes, opina que los bogotanos no se dan cuenta de lo bonita que es la capital. “Acá hay más oferta de todo. Los restaurantes, la rumba, la cantidad de conciertos… ¡No hay comparación! Mis amigos quieren venirse a estudiar a Colombia, pues las universidades tienen más beneficios que las nuestras”.
Lo que nos une:
Fundación Doble Vía, así se llama el proyecto de Denise Lugo, una venezolana que llegó a Bogotá hace tres años cargada de ambiciosos proyectos culturales, con los cuales busca integrar a colombianos y venezolanos y demostrar que estas son sociedades hermanas. “¿Cuál es el aporte más allá del trabajo que nos dan nuestros países?”, pregunta. “La cultura”.
Por eso, con esta fundación ha realizado encuentros binacionales de música, fotografía, literatura y periodismo. Y viene un festival de cine y varias publicaciones.
Promotora de la lectura, dirige la revista gratuita El librero. “No podemos concentrarnos en crear riqueza en nuestros países sin cultivar el espíritu. A pesar de las bonanzas, sin acceso a la educación no podremos romper los cordones de miseria”. Acompaña a su esposo, el petrolero Luis Giusti, en el Centro Latinoamericano de Energía, una entidad de formación en petróleo que pretende dinamizar el campo en Colombia y al que llegó a dictar talleres, por ejemplo, el ex secretario de Energía de Estados Unidos James Schlesinger.
Cambiarlo todo con tal de huirle al miedo:
La abogada Mónica González se nacionalizó hace tres meses. Solo lleva un año en Colombia, pero celebra cada uno de sus días acá. “La calidad de vida no tiene precio y prefiero cambiar de profesión con tal saber que mi familia no corre peligro”. Lo dice porque a su esposo, Jak Levy, publicista, lo secuestraron durante tres días, y luego llegaron las extorsiones. “Y eso que vivíamos en un barrio clase media, teníamos un carro de 1992 y otro del 2000; no somos ricos”.
Se vinieron a Bogotá, con otra pareja de amigos, y dispuestos a invertir. Compraron la franquicia de Decofrutas, una compañía internacional de decoración de centros de mesa en forma de flores, pero hechos con frutas. “De acá no nos sacan. Uno siente el avance de una ciudad que está creciendo y te deja invertir. Queremos diversificarnos y seguir en este país”.
”Nuestra experiencia es valorada aquí”:
El 2 de diciembre del 2002, cuando empezó la huelga general en la estatal venezolana PDVSA, miles de empleados protestaron contra la política económica del presidente Hugo Chávez. Esta manifestación le costó caro a José Gregorio Martínez, uno de los cerca de 20.000 empleados que fueron despedidos de la empresa.
“No me pagaron la liquidación de 13 años y no pude volver a trabajar en ninguna petrolera de mi país”, contó este experimentado petrolero que migró, como muchos de sus ex compañeros.
A Bogotá llegó hace año y dos meses para trabajar en una reconocida empresa de hidrocarburos. “Por fortuna, nuestra experiencia es muy valorada afuera”, dice Martínez.
Hoy, es uno de los cerca de 1.000 venezolanos que como ingenieros, geólogos y ejecutivos de alto nivel, aportan su talento en las 90 petroleras que operan en Colombia. Muchos de ellos, como Martínez, llegaron a Bogotá con sus familias.
Su esposa trabaja en una petrolera y sus dos hijas estudian en la Universidad del Rosario y en el colegio Nuevo Gimnasio, en la capital. “Colombia nos ha acogido y nos sentimos a gusto; mis hijas, por el estilo de vida, y yo, porque hay petróleo”, agrega. Los venezolanos están jugado un papel fundamental en la explotación petrolera.
Empresarios:
Inversiones millonarias. El famoso supermercado de la salud y del bienestar Locatel, de origen venezolano, y que está en Estados Unidos, México y Rusia, llegó a Bogotá con dos tiendas en octubre del 2004. Los locales, de 800 metros cuadrados cada uno (en Chapinero y en la Autopista Norte con Pepe Sierra), parecían dos más en el mercado farmacéutico colombiano. Pero hoy, otra es la historia. Seis años y medio después, esta marca venezolana ya tiene 20 tiendas en el país y 46 franquicias vendidas; de ellas, 11 en Bogotá.
Carlos Hugo Escobar, el presidente de Locatel, subraya que la inversión venezolana que ha atraído esta cadena no ha sido menor, si se tiene en cuenta que, por cada una, se requiere un monto mínimo de dos millones de dólares de inversión.
El 60 por ciento de las 46 franquicias vendidas en el país, con una inversión cercana a los 100 millones de dólares, es de propiedad de ciudadanos venezolanos. Uno de ellos es Carlos Carranque, un inversionista que tenía ahorros en el extranjero y que decidió que hacía mejor uso de ellos en Colombia que en su país natal. Llegó con sus dos hijos adolescentes, de 17 y 19 años, buscando rentabilidad para su dinero y seguridad para su familia. “Colombia, con todo y sus deficiencias, es mejor que lo que tenemos en Venezuela; aquí no hay expropiaciones, por ejemplo”, agrega.
Por: Leonardo Herrera
James Schlesinger
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