Los más utilizados son baños públicos
estaciones de tren y aeropuertos
■ Pese a los riesgos de la inseguridad, hay parejas que sólo se excitan si tienen sexo en lugares públicos.
Andrés y Catherine son gente normal, pero no pierden un instante cuando la ocasión lo amerita para consumar el acto sexual en un ascensor o en el estacionamiento del centro comercial o, inclusive, en la oficina, cuando todos se han marchado.
Novios y compañeros de trabajo desde hace dos años, la pareja descubrió que el riesgo de una aventura, que en la Caracas actual suena a deporte extremo, les sube la adrenalina a un punto sin retorno. “No somos exhibicionistas, pero nada nos brinda más placer que hacer el amor en un rinconcito de la playa o en la escalera interna de un edificio…
Si alguien mira, más nos excitamos”, confiesan estos cultores de una variante llamada agorafilia, que consiste simplemente en tener sexo en lugares públicos.
¿Perversión o morbo?
Alguien tendrá derecho a preguntarse hasta dónde llega el límite de lo “normal” de esta parafilia, llamada también dogging o crussing y que se permite en 60% de los parques británicos, y en Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia, Irlanda y Estados Unidos.
“Depende de lo uno quiere llamar morbo o perversión”, ataja Gerardo Giménez Ramírez, médico psicoterapeuta e integrante del Institute of Pleasure. “Si yo quiero tener una actividad sexual y al mismo tiempo necesito que me vean, eso se llama exhibicionismo; hay perversión o morbo cuando uno se masturba en la vía pública para que otros lo vean.
Allí funciona lo que en una sociedad como la nuestra se llama respeto al otro, a las leyes”.
Giménez piensa que, quizás, para ciertos psiquiatras haya un toque anormal en quienes hacen el amor en lugares públicos con la finalidad de sentir mayor placer, pero no significa que se trate de una indecencia.
“El tema es que en Venezuela existen leyes que lo penalizan porque va en contra de la moral y las buenas costumbres”.
Amores perros. Antiguo como el sexo mismo, en la sociedad contemporánea, según la escritora Jane White, el dogging surge como práctica sexual en Gran Bretaña en la década de los setenta. El nombre se debe a quienes asumían la excusa de pasear el perro en las noches para sus citas. Precisamente, en España a la parafilia se le llama “cancaneo” y en Centroamérica se dice “hacer el perro o la perra”, de donde viene, afirma el músicólogo Luis Andari, el “perreo” del reguetón.
“La práctica, en realidad, es un desafío, y hay países que lo permiten y alertan que tal actitud no le haga daño al otro”, señala Giménez Ramírez, pero en Venezuela es mal visto. A la pregunta de ¿por qué lo hacen? el sexólogo responde con la misma explicación que dan quienes lo ejecutan: porque es la única manera de poder excitarse.
Hay quienes sostienen que en la agorafilia se mezclan voyeurismo y exhibicionismo. Giménez Ramírez ve más exhibicionismo, o un complemento del voyeurismo. “Las personas que tienen actividad sexual en la cual desean que los demás lo vean, están diciendo: aquí estoy yo, mírame, obsérvame cómo lo hago. En el fondo es una manera de aumentar la excitación, porque esa es la clave: el disfrute es mayor cuando los miran teniendo sexo”.
En España, los “doggadictos” se reencuentran en las afueras de las ciudades, en bosques y zonas solitarias. La cita se fija a través de foros on line de acceso restringido, siendo el más importante dogging-spain.
com, que asegura contar con más de 66.000 integrantes.
Entre hombres:
Laud Humphreys, conocido sociólogo estadounidense que estudió el fenómeno asociado a los hombres, la mayoría casados, que buscaban el sexo ocasional y anónimo, publicó en 1970 resultados de un controvertido trabajo de investigación, donde revela que la práctica se realizaba en sitios concurridos, como baños públicos, estaciones de tren, aeropuertos. Generalmente donde no hace falta más de 15 minutos para la actividad. “Diez minutos de sexo bajo el riesgo o el placer de ser descubierto, inyectaba mayor excitación”, escribió el fundador del Sociologists’ Gay Caucus.
Giménez Ramírez no se atreve a establecer el perfil de quienes practican la parafilia: “Es muy variado porque dentro de todo, lo único que busca es obtener una experiencia. Pueden ser parejas meramente sexuales muy diferentes a otras que buscan protección y sin que nadie más participe, porque se puede ser desinhibida pero no exhibicionista”.
Asegura que las parejas desinhibidas manejan bien su cuerpo, su mente, pero aquellas con agorafilia son más bien exhibicionistas y puede que en algunos casos tengan trastornos mentales, que ayudaría a resolver el psicólogo, psiquiatra o un especialista de parejas. ¿Los excita el riesgo a ser descubiertos? ¿Es más intenso el orgasmo si alguien mira? Nadie, más que una pareja que practique la agorafilia, estaría en capacidad de responderlo, y añaden a sus argumentos las sensaciones de quienes los espían.
ELIZABETH ARAUJO
Salud | Sexo
EL NACIONAL