Como si fueran protagonistas
de una película de Tarantino
Los hermanos Sergio y Pablo Schocklender se hicieron famosos por un hilito de sangre.
La escena no puede ser más cinematográfica y atroz: el portero del edificio del barrio porteño de Belgrano sale a la acera y observa la maleta de un automóvil estacionado. Sobre el pavimento comienza a formarse una mancha roja.
Era el 3 de junio de 1981. Treinta años atrás. En plena dictadura argentina. El carro: un Dodge modelo Polara. La calle: Coronel Díaz al 2500. Y los cadáveres que se encontraban en la maleta respondían a los nombres de Mauricio Schoklender, ingeniero, y su esposa, Cristina Silva. La zona: Barrio Norte, donde reside buena parte de la burguesía porteña.
Estos nombres, este recuerdo siniestro de una época oscura de Argentina, este asesinato que conmovió a la sociedad, han salido a flote en estos días en la nación del sur. Y lo que ha aparecido es un enorme cuadro de descomposición. Todo indica que el responsable, en apariencia, es Sergio Schoklender, uno de los tres hijos del matrimonio asesinado en 1981.
Abogado y psicólogo, Sergio Schoklender primero ayudó a informatizar el archivo de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
Más tarde, se convirtió en apoderado de esta ONG y de su Misión Sueños Compartidos, que construía casas para gente que no tenía dónde vivir y que llegó a manejar 300 millones de dólares.
Hoy Sergio Schoklender se encuentra señalado de mantener cuentas en rojo de la ONG Madres de Plaza de Mayo, manejo discrecional de sus fondos y desprolijidades administrativas, aparte de llevar una vida de millonario que no se soporta con el sueldo que ganaba en esta fundación.
La oposición y algunos periodistas, como Jorge Lanata, han exigido que lo investiguen. Como toda nación polarizada, la izquierda argentina prefiere no hablar de este tema, por temor a manchar a la Asociación Madres de Plaza de Mayo y su vocera fundamental, Hebe de Bonafini. Medios como Página 12 ignoran el tema o lo convierten en arma política de una conspiración contra Cristina Kirchner.
Mientras tanto, nadie puede explicar cómo es que Sergio Schoklender tiene una casaquinta en las afueras de Buenos Aires (Pilar) de 157 metros construidos; cómo posee el yate Arete, de 400 metros de eslora (tasado en 400.000 dólares); cómo viajaba en aviones alquilados que cobraban 7.000 dólares el trayecto; y cómo poseía una casa en José C.
Paz, con 19 habitaciones, 14 baños, canchas de tenis, fútbol, vestuarios y piscina.
Sorprende que Sergio Schoklender haya llegado hasta donde lo hizo (manejo de fondos públicos, relacionamiento social, poder) después de haber asesinado a sus padres en 1981. Eso fue lo que hizo.
Todo ocurrió la noche del 30 de mayo de 1981, después de festejar un cumpleaños. La madre bebió demasiado, como ocurría frecuentemente, y se insinuó otra vez con su hijo Pablo. Según declaraciones del expediente, ya le había hecho propuestas incestuosas en el pasado.
Mataron a sus padres con una barra de hierro y luego los asfixiaron con una soga. Intentaron escapar, pero fueron capturados (Sergio en Mar del Plata, Pablo en Tucumán). Al primero lo condenaron a cadena perpetua. A Pablo lo dejaron libre, pero luego también lo condenaron a perpetua.
Sergio salió en libertad en 1995, por reducción de la pena por años de encarcelamiento sin juicio. Pablo lo haría más tarde.
La Asociación Madres de Plaza de Mayo no puede cargar con las culpas de un psicópata que no encontró otra forma de zanjar las diferencias con sus padres que asesinándolos. Pero Hebe de Bonafini ha sido cómplice de actos corruptos de los que ya había sido advertida en el pasado.
Tampoco se salvará el Gobierno, que entregó fondos sin ninguna supervisión; ni el sistema bancario, que aceptó más de 3.000 cheques devueltos de Sergio Schoklender sin que esa distorsión condujera al bloqueo de sus cuentas.
Si la dictadura argentina enterró para siempre el mito de que las sociedades justas no les hacen daño a sus ciudadanos, el episodio Sergio Shocklender araña la credibilidad del gobierno de Cristina Kirchner donde más le duele: queda claro que la justicia y la solidaridad no son su divisa. Prefieren mirar para otro lado, antes que cuestionar a alguien de su entorno. Típica conducta de mafias.
Por: SERGIO DAHBAR
sdahbar@hotmail.com
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