Un mundo termina, no cabe duda, y otro
está en proceso de conformación
Debemos recurrir al pensador neomarxista Robert Fossaert (“El mundo del siglo XXI”) para dejar claro que el fin de un mundo no es un Apocalipsis. Como este autor bien lo dice “un mundo significa un período de la historia del sistema mundial formado por el conjunto de países interactuantes”. Al fin y al cabo, este nuevo mundo que se asoma no es más que una acumulación en proceso de modificación de todos los mundos anteriores que se sucedieron o coexistieron.
El nuevo mundo es un entramado complicado de dimensiones donde juegan desde las técnicas de producción hasta las estructura políticas que crujen y las nuevas que se asoman, desde el multiculturalismo hasta la conformación de una economía mundial, desde la caída del viejo paradigma de que las relaciones internacionales sólo podían darse entre Estados hasta el asomo de este nuevo mundo donde puede hablarse de los mundos en plural.
El hombre de este nuevo mundo está marcado por los viejos paradigmas, lo que Alvin Ward Gouldner (“La crisis de la sociología occidental”) llama la “realidad personal”. Esto es, las ideas prevalecientes en el mundo que hemos conocido, en el cual hemos vivido. El hombre de la transición enfrenta el desafío de comprender las formas emergentes con convicciones pasadas. En buena medida, pensamos nosotros, se reproduce en él la dualidad de lo emergente, dado que vive, y procura aumentar, una interiorización aldeana y una ansiosa búsqueda del nivel mundial. El hombre vivía sujeto a su nación, a su localidad, al Estado que le daba –al menos teóricamente- protección envolvente. La existencia de otros como él en otra cultura y en otro mundo organizado la suplantaba con el estudio o con el viaje, pero ahora se enfrenta o se enfrentará a una auténtica pluralidad de mundos con un sistema de redes que se moverán horizontal y verticalmente, uno donde se hará, por fuerza, ciudadano global y en el cual deberá ejercer una democracia en proceso de invención. Ya no habrá mundos autárquicos como los que describe Fossaert (Ibid) en el inicio de su obra, volcados hacia adentro, apenas transformados por el comercio lejano. Ya tampoco seguirá vigente esta multiplicidad de Estados (en el siglo XX, en 1914, antes de la guerra mundial, eran 62; en 1946, sumaban 74; en 1999 se integraban a la ONU 193; en este momento 192), este exceso de Estados que tanto ha contribuido al desmoronamiento de la vieja concepción de relaciones internacionales y que en América Latina se refleja en los microestados del Caribe que constituyen una contribución nada despreciable a la infuncionalidad de la OEA. Por lo demás, apreciamos como la línea divisoria entre conflictos internos y conflictos internacionales ha desaparecido o tiende a desaparecer.
La vieja frase “el mundo es ancho y ajeno” (Ciro alegría) deja paso a un mundo propio donde estamos obligados a incidir. Si cito a Goldner, experto en burocracia y buen alumno de Max Weber, (Sociology of the Everyday Life en The Idea of Social Structure: Papers in Honor of Robert K. Merton, La sociología actual: renovación y crítica, La dialéctica de la ideología y la tecnología), otro pensador norteamericano considerado neomarxista, aunque el calificativo es polémico y no exacto, es porque si alguien cuestionó la sociología actual fue él. Y porque insistió en el recurso de la “reflexividad”, tan necesaria al hombre de este mundo en transición, la necesidad de una profundización en el “sí mismo”. Goldner exigió mucho a los intelectuales en el sentido de pensar sobre su propio pensamiento y a la sociología que se criticara constantemente sobre su propia razón de ser. Lo digo, porque si en alguna parte conseguimos estancamiento es en las ciencias sociales y en la politología en particular. Goldnerd exige la comprensión histórica de la conciencia presente. Lo que creo es que buena parte de la crisis presente es una crisis de ideas
Atrás quedan la despolitización y el individualismo autista. Las nuevas formas del nuevo mundo llaman a la injerencia. Se trata del ejercicio de una política ciudadana, de una relación muy distinta del viejo paradigma ciudadanos-autoridad.
Por: Teódulo López Meléndez
teodulolopezm@yahoo.com
@TeoduloLopezM
lunes 24 de mayo de 2011