Expertos dictan talleres
que ayudan a las parejas
■ Personas con discapacidades físicas logran sentir placer intenso al explorar otras zonas del cuerpo.
A su edad, Saraí nunca ha visto un pene. Ni físicamente ni en fotografías. Ni siquiera en las láminas que en los días de escuela su maestra mostraba cuando daba clases de educación sexual. “Pero no hace falta verlo para sentir el placer que transmite”, indica con firmeza esta caraqueña de 47 años de edad, nacida invidente y madre de una adolescente.
Saraí Mendoza es parte de los 907.692 venezolanos que padecen alguna discapacidad, según cifras del Instituto Nacional de Estadística.
“En mi caso, se me desarrollaron otros sentidos, y cuando hago el amor con mi pareja reemplazo la vista con el olfato, las palabras y el tacto”, confiesa esta egresada de Idiomas de la UCV y empleada en el CNPD (Consejo Nacional de Personas con Discapacidad) donde imparte talleres a venezolanos con discapacidad para que acepten su realidad y logren sus objetivos. Los cursos incluyen clases de sensibilidad sexual para gente con o sin discapacidad.
“Esa confianza me la dio mi familia, porque yo nací ciega, fueron ellos quienes me brindaron apoyo en todo momento, y por eso tengo tanta confianza en mis actos y mis logros; de manera que para mí el sexo es como tomar café todas las mañanas”.
Placeres cancelados. Tal vez Saraí Mendoza sea la excepción de una grave realidad que inquieta a Gerardo Giménez Ramírez quien, junto con otros sexólogos, ofrece desde hace años talleres sobre sexualidad en diferentes congresos y en el Hospital Clínico Universitario, y que observa no sin estupor las cifras en aumento en los últimos años de jóvenes que, tras ingresar al HCU con heridas de bala en la columna, salen con un diagnóstico aterrador: condenados de por vida a una silla de rueda.
“Para mí es preocupante que muchos de esos jóvenes quizás no puedan tener relaciones sexuales porque una bala les penetró en la espina dorsal y los paralizó de la cintura para abajo”, explica el psiquiatra, cuyo equipo realiza una labor profunda, emocional y físicamente, a fin de restituir la erección a jóvenes veinteañeros que jamás van a caminar.
Giménez Ramírez hace énfasis en ese sector de la población afectada porque con otras discapacidades como la ceguera, la sordera, el síndrome de Down e incluso las de tipo mental las personas pueden llevar una sexualidad normal y placentera.
“Muchas veces he tenido que lidiar con personas que quedaron discapacitadas por un accidente, gente casada en su mayoría, y cuya frustración los lleva a resquebrajarse emocionalmente, al punto de que terminan divorciados o separándose de la familia; o en el peor de los casos, abandonados”.
Con mi pie izquierdo. Maritza Quintero, técnico en publicidad y mercadeo, labora en el CNPD. No tiene brazos, pero asegura sin complejo que vive una sexualidad activa con su compañero.
“Primero, somos seres íntegros. Yo soy más que un par de brazos, por mi actitud ante la vida. Para mí el amor se siente igual. Quienes padecen de alguna discapacidad, experimentan cualquier tipo de experiencia. No siento tabú ante el sexo o el amor. Los seres humanos somos más que la condición física”, explica esta joven, cuya discapacidad congénita la ha transformado en una persona de retos.
“Es obvio que siempre se pasa por etapas difíciles. Mi familia sufrió un shock cuando nací sin brazos; pero mi madre dijo que Dios es perfecto, y Él en verdad me ha dado la fortaleza y la seguridad requeridas”.
Quintero es casada y confiesa sin ambages que su sexualidad es sabrosa. “No tengo prejuicios; este es el cuerpo que tengo y para satisfacer mi sexualidad exploto otras zonas. Utilizo tanto mis pies para proporcionar placer a mi marido”.
A cambio, su esposo quien era casado con dos hijos y se divorció para casarse con Maritza sostiene que las condiciones físicas no son tan importantes, sino la actitud ante la vida. “Quiero que todo el mundo sepa que mi esposa no tiene brazos y que, aun así, ella es igual que yo”.
Caso similar es el de Bárbara Guerra, que pícaramente advierte: “La gente no sabe lo que se pierde al no utilizar los pies en el acto sexual”.
Su novio, quien no padece de discapacidad, da créditos a las palabras de Bárbara. “Los mejor es que hacemos mucho sexo porque nos gusta; ella no puede usar sus brazos, pero utiliza otras partes del cuerpo… yo diría que demasiado bien”.
El secreto de sus ojos. “El sexo no es una tarea que hay que dejar a mitad del camino”, decía la novelista Anaïs Nin, cuyos textos eróticos le dieron fama en los sesenta. Saraí Mendoza coincide con esta idea, cada vez que dicta sus talleres de sensibilidad para gente que siente que el tren del sexo llegó a su última estación.
“Son muchas las opciones que plantean los juegos sexuales, y que no excluyen accesorios como vibradores, pero también la lengua, los dedos y los pies”.
En sus talleres, Mendoza no se limita a aconsejar a personas con discapacidades. “Yo hablo con todo el mundo sobre sexo; es un aprendizaje.
Uno aprende de los demás y ellos de uno. Cada día aprendemos algo nuevo. Porque el sexo no es sólo el coito; existen también los olores, las palabras y las caricias”.
Saraí Mendoza confiesa que a veces ha tenido que fungir de psicóloga con parejas sin discapacidades que no conocen los caminos del placer. A todos, Saraí, que vive desde que nació en un mundo en tinieblas, les repite la frase atribuida a un personaje de Shakespeare: “Al amor lo pintan ciego y con alas; ciego para no ver los obstáculos y con alas para salvarlos”.
Por: ELIZABETH ARAUJO
Salud | Sexo
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