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    ALEJANDRO MORENO: Los problemas le siguen a uno

    “Le disparó el doble…”

     

     Había recibido nueve tiros de su rival en el amor de la mujer, pero no se murió. Esperó pacientemente dos años, convertido en culebra que serpentea entre el monte ­latet anguis in herba, dijo Virgilio­, lo siguió con sigilo, conoció todos sus pasos, todas las horas y todos los minutos en los que hacía cada una de sus cosas. A media noche, a la hora misma en la que el otro lo llenó de plomo, él le propinó exactamente dieciocho disparos. Esta vez el tipo no se salvó. Actuó como debe hacerlo un malandro que se respete. No puede perdonar ni descuidarse. La muerte acecha. La culebra escondida bajo la hierba ­es lo que dijo el poeta latino­ ataca, muerde y envenena cuando menos se espera.

    Verónica Zubillaga es una investigadora acuciosa, casi obsesiva cuando persigue el significado de una conducta, de la metáfora que la muestra.

    Culebreando entre testimonios de jóvenes delincuentes cuidadosamente escogidos, ha desentrañado las variadas formas y los más diversos contenidos de esa figura central del lenguaje malandro que nombra el trasfondo de un alto porcentaje de muertes violentas, la culebra, en un artículo publicado por Akademos, la revista de Estudios de Posgrado de la UCV. El interesado encontrará ahí todo un despliegue de su fenomenología.

    Con ese reptil simbólico y sus nada simbólicas ejecutorias nos encontramos demasiado frecuentemente los que habitamos en los campos por los que se arrastra, y quienes investigando tratamos de comprender desde el interior de su sentido y su lenguaje la implacable violencia que padecemos.

    Como está patente en la narración con la que se abre este texto, que no es cuento, la culebra puede ser muchas cosas, pero ante todo es un problema que “le sigue a uno”. Problema, en el lenguaje serpentino, no es una dificultad intelectual o un enigma que hay que resolver razonando sino una profunda vivencia de muerte anunciada con la seguridad de que en algún momento será crónica, con todo lo que de miedo, inseguridad y certeza de jaque inexorable ello comporta. La respuesta adecuada es una paranoia lúcida, valga la expresión, una vigilancia insomne pero no de defensa sino de ataque. Hay que volverse culebra contra culebra y matar por la cabeza.¿Por qué tantos tiros, por qué descargar todo el peine y, si es posible, al rostro, sobre una misma persona? ¿Por qué tanto dispendio y tanta violencia aparentemente innecesarios como con demasiada frecuencia reseña la prensa? La respuesta está en la culebra. Persigue dos fines: eliminar, con absoluta seguridad, y así liberarse de miedo, a la culebra viva, que es el problema y su portador, y suprimir en su origen la culebra que puede surgir como consecuencia del acto violento.

    A la culebra lo mejor es no dejarla nacer. Por eso, no basta atracar; después del atraco hay que matar. El que no remata así su acción es inexperto o mamita. No sirve para malandro. Chigüire.

    Lo grave de todo esto es que un lenguaje se expande, rompe las fronteras del espacio en el que surgió e invade otros campos, incrimina otros lenguajes y se convierte en moneda circulante dentro de una sociedad a la que le era ajeno. Esa palabra que en su ambiente propio es portadora de muerte, fuera de él puede que se debilite en sus contenidos pero, más débil y todo, la violencia permanece en su núcleo de significado. Cuando los jóvenes comienzan a usarla para nombrar cualquier conflicto, la violencia está latente y sus efluvios envenenan al que la pronuncia o la piensa.

    ¿Qué decir si pasa a los medios de comunicación y se divulga?.


    Por: ALEJANDRO MORENO
    ciporama@gmail.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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